Creo que muchos hemos escuchado el dicho, “Lágrimas de
Cocodrilo”. Según dicen los medios, este dicho se basa en que las lágrimas de
los cocodrilos no son producto de dolor o tristeza sino por razones biológicas.
Yo les quiero contar un cuento de un cocodrilo que estaba
llorando porque tenía mucho dolor. He aquí mi historia.
Un Cocodrilo Llorón
Érase una vez un cocodrilo que vivía en las caudalosas
aguas de un río suramericano. Como todo cocodrilo, su apetito era muy voraz y
siempre estaba al acecho de una presa suculenta.
Era un día tropicalmente soleado y mientras navegaba por
el torrente caudal del río donde vivía, se cruzó con un cardumen inmenso de
pirañas.
El cocodrilo no podía dejar pasar aquella oportunidad y
se dio un banquete devorando la mayor cantidad de pirañas que pudo. No se
detuvo ni un momento a pensar en los filosos dientes que tienen estos peces. Al
destrozarlas, se le clavaron muchos de sus dientes en su lengua y en sus encías.
Después que terminó su banquete, comenzó a sentir muchísimo dolor.
El cocodrilo se salió del agua y se puso a descansar en
la orilla del río con su hocico ampliamente abierto para ver si el sol y el
aire le apaciguaban un poco su dolor. Aquel dolor era tan fuerte que el
cocodrilo no podía contener su llanto.
Una manada de capibaras que se alimentaba cerca de la
orilla de ese río cayó en cuenta de la presencia del cocodrilo; lo más sensato
era alejarse lo más rápido que pudiera. “¡Esperen!” Dijo uno de ellos. “Qué
curioso, miren cómo llora copiosamente ese cocodrilo.” Otro dijo, “Para mí, no
hay nada curioso, los cocodrilos lloran por naturaleza. Cuando yo veo o
sospecho la presencia de uno de ellos, simplemente sólo pienso en alejarme lo
más rápido que pueda.” Dicho esto, se alejó a la mayor velocidad que pudo.
“De verdad, es muy curioso, no deja de llorar.” Dijo otro.
“Yo me voy a acercar un poco para preguntarle por qué
llora.” Dijo el capibara que había reparado en el llanto de aquel animal.
“Tampoco es para arriesgar la vida. Déjalo con su
problema, si es que tiene alguno. A lo mejor es simplemente un cocodrilo llorón
y por curioso vas a terminar en la panza de ese bestia.” Aconsejó uno de los
compañeros.
Haciendo caso omiso de aquellas recomendaciones, el osado
capibara con mucha cautela se acercó un poco al reptil, manteniendo una
distancia prudente que le permitiera huir del ataque del animal, “Disculpe
usted señor cocodrilo, ¿Le sucede algo? Es que nunca he visto a un cocodrilo
que llore tan copiosamente.” Dijo el
capibara con un hilo de voz.
El cocodrilo no se movió, sintió un poco de consuelo de
sentir la compañía de alguien que de alguna manera estaba compartiendo su
dolor, “Me duelen mucho la lengua y las encías. Me he comido un grupo de
pirañas y se han clavado sus dientes a lo ancho y largo de mi hocico. No sé cómo
hacer para sacármelas.” Le explicó mientras lloraba desconsoladamente.
“Si usted me lo permite, yo puedo intentar ayudarlo.
Puedo usar mis garras y hasta mis dientes para sacarle las espinas sin hacerle
daño.” Le sugirió el osado roedor.
Ni el cocodrilo, ni el resto de aquella manada podían
creer la osadía que aquel capibara estaba proponiendo.
El cocodrilo de una vez maquinó un buen plan, “Un juego
de partida doble, me alivia mi dolor y luego me lo como.” Entonces con palabras
muy dramáticas ahogadas en un llanto más profundo aún, le dijo, “Eres un animal
muy noble. Si haces eso, te estaré muy agradecido.”
El capibara le dijo, “Pues déjeme buscar unas
herramientas que necesito para poder hacer un buen trabajo. Quédese tranquilo,
yo no me demoro.” Volvió a su manada.
“¡No puedes ser tan incauto!” Le susurró uno de sus
compañeros al oído. “Tendrás que meterte dentro de su hocico para sacarle las
espinas, y ¡Zuas! ¡Te tragará de un solo bocado!” Aquel capibara se estremecía
del miedo que le daba ver a su amigo caminar hacia una muerte segura.
“Haz el bien y no mires a quién, eso lo aprendí de mi
madre; y de mi padre aprendí que la fuerza puede ser vencida por la astucia. No
te preocupes amigo. Creo que lo puedo ayudar y salir airoso de ese peligro.” Le
susurró a su solidario amigo.
Se alejó y muy pronto volvió trayendo consigo dos pedazos
de ramas muy fuertes.
“Escúcheme con detenimiento. Tiene que abrir bien su
hocico. Yo voy a colocar estas dos ramas para que su hocico no se cierre
mientras yo le saco los dientes de las pirañas. Puede ser que me demore un buen
rato.” Le dijo mostrándole las ramas.
El cocodrilo, quien no cesaba de llorar, ya se estaba
saboreando del manjar que se iba a comer.
“Anda, mi buen samaritano, haz tu trabajo. Yo confió en
ti,” Le dijo con unas palabras que disfrazaban un agradecimiento profundo.
La manada de capibaras no podía creer lo que estaba
viendo.
El cocodrilo confiado en la fuerza colosal que tenía en
sus mandíbulas sabía que apenas lo quisiera podía partir en pedazos aquellas
ramas y triturar aquel roedor delicioso para que terminara en su estómago.
Abrió de par en par su hocico y el capibara con mucha
cautela acomodó las dos ramas. De inmediato comenzó a escarbar con sus garras,
pero al mismo tiempo empezó a cantar muy dulcemente: “Duérmete niño, duérmete
ya, si no te duermes vendrá El Coco y te llevará.” Su canto era muy sutil; el
cocodrilo al sentir el gran alivio de que le sacaran aquellos filosos dientes y
escuchar aquel cantar tan melodioso y relajante se fue quedando dormido.
El capibara hizo un trabajo impecable, en ningún momento
dejó de cantar. Una vez que le sacó todos los dientes, salió lo más rápido que
pudo del hocico del cocodrilo quien se había sumergido en un sueño muy
profundo.
La manada de capibaras huyó del lugar junto con aquel
valiente animal que hacía el bien sin mirar a quién y que a su vez sabía usar
su sabiduría para resguardar su vida.
Cuando el cocodrilo despertó, con toda su fuerza cerró su
hocico partiendo en mil pedazos aquellas dos ramas que se lo habían mantenido
abierto, pero no encontró ningún bocado suculento dentro de él, solamente se
sintió libre del dolor.
Ya no sentía dolor en su hocico, pero si sentía el dolor de su orgullo herido de cómo habiendo tenido un bocado de carne dentro de su boca, lo había dejado escapar por haberse quedado dormido.
Excelente historia!! Me gustó mucho la astucia y nobleza del capibara, no es fácil encontrar en la vida gente noble que se arriesgue a tanto por los demás, tus historias siempre dejan un mensaje positivo
ResponderBorrarMagda Rosa
La nobleza y la valentía hacen seres excepcionales, creo que los animales están dotados de esas dos virtudes, quizás porque dentro de su misma especie compiten menos entre ellos que nosotros los humanos. Gracias Masberillita por ser mi asidua lectora y por captar un mensaje positivo en cada uno de mis cuentos. ¡Bendiciones!
BorrarExcelente historia, me gustó mucho 👍️.
ResponderBorrarMe complace mucho que te haya gustado. Un abrazo fuerte. ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMe encantó la historia del cocodrilo y el capibara , deja un buen mensaje has bien y no mires a quien . Pero a la vez cuidándose uno mismo.
ResponderBorrarIngrita.
Esa es la idea esencial: quererse primero antes que querer al prójimo. Gracias por seguir mis lecturas. ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarEsa es la idea esencial: quererse primero antes que querer al prójimo. Gracias por seguir mis lecturas. ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarTenemos que cuidarnos de los caimanes y los chigüires,asi estén adoloridos o nos hagan un favor.
ResponderBorrarToda moneda tiene dos caras, eso es muy cierto. Como dice el dicho… “Ojo pelao maracucho”.
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