La Caricia de Una Perla
Esta es la historia de un par de medusas que se dedicaban
a decorar los arrecifes coralinos del majestuoso Mar Caribe; sus nombres eran
Gela y Tina.
Los arrecifes coralinos son los aposentos más hermosos de
todos los mares de nuestro planeta pues ellos son ecosistemas con una
diversidad muy rica de diferentes especies marinas, convirtiéndose en un
espectáculo multicolor de incalculable valor para la vida de nuestros océanos.
Gela y Tina nadaban con su estilo sutil y delicado en las
cristalinas aguas del Mar Caribe para inspeccionar su subsuelo en la búsqueda
de conchas de mar exóticas, rocas pintorescas o cualquier fósil marino que
tuviera potencial de ser un buen adorno para los exuberantes arrecifes
coralinos que parecían haber sido bordados en el subsuelo de este esplendoroso
mar que tenía playas plateadas.
Entre todos estos objetos que Gela y Tina recogían, las
perlas eran sus predilectas.
Cuando avistaban algún objeto que les llamara la atención,
juntas lo examinaban y cuando decidían que era un adorno bonito lo entrelazaban
en sus poderosos tentáculos y los llevaban consigo para luego depositarlos
sobre los corales. Convirtiendo así los arrecifes de las playas del Mar Caribe
los mejor decorados de todo el mundo marino. Gela y Tina se sentían sumamente
orgullosas de su labor.
Un día, un destello de luz muy peculiar las cegó momentáneamente;
toda aquella luz había sido el reflejo de un rayo de sol que había tocado una
bellísima perla nacarada.
Gela y Tina con toda premura se acercaron a aquella perla
tan divina y quedaron maravilladas por su exquisitez; estuvieron de acuerdo que
aquella era la perla más bella y grande que habían visto. Por supuesto que la llevarían con ellas como
una carga preciosa.
Tina la sujetó muy fuertemente a uno de sus tentáculos y continuaron
nadando.
Vino una ola muy fuerte que las hizo bambolear y Tina
perdió el control de sus tentáculos y se le soltó toda su carga, entre ella la
preciada perla.
“¡Se me cayó la perla!” Gritó con mucho pesar.
En su caída, aquella piedra preciosa se detuvo al posarse
sobre la cabeza de un inmenso tiburón que parecía dormir.
“¡OH, no! ¡La hemos perdido totalmente; mira, se ha posado
sobre ese tiburón!” Gritó Gela despavorida.
“Cálmate, bajemos con mucho cuidado para que no
despertemos al tiburón. Esperaremos cautelosamente hasta que se despierte y
cuando vuelva a nadar la perla caerá, entonces la recogeremos.” Dijo Tina tratando de no perder su
ecuanimidad ante aquel casi fatal accidente.
Las dos medusas se ubicaron detrás de una gran roca donde
no las viese el tiburón, pero desde donde ellas lo podían vigilar.
Aquel inmenso pez parecía estar dormido, pero se movía
con un movimiento rítmico y suave de lado a lado como para hacer mover a la
perla en un suave vaivén.
Las medusas ya estaban impacientes porque el tiburón
parecía estar sumergido en un embobamiento muy profundo.
De repente habló y al hablar, la perla se deslizó y se
desplomó hacia el fondo de las aguas.
“¿Por qué me han estado vigilando hace tanto rato?” Les
preguntó con una voz muy potente y un tanto agresiva.
“Disculpe usted señor tiburón, no hemos querido
molestarle. Esa perla se nos cayó por accidente, solamente queremos recogerla y
ya mismo nos marchamos.” Le contestó Gela mostrando mucho respeto y profundo
temor.
“¿Y de qué le sirve una perla a un par de medusas?”
Preguntó de nuevo el tiburón ya menos agresivo.
“Pues verá usted, nosotras decoramos los arrecifes.
Siempre buscamos conchas de mar, rocas, fósiles y perlas; todo aquello que ya
no es parte de la vida de ningún ser marino y con ellos adornamos nuestros
corales.” Le explicó Tina con su educada voz.
Ambas medusas se estaban sintiendo menos temerosas ante
aquel depredador colosal, hasta se habían acercado un poco para que las pudiese
escuchar mejor.
“Yo me quiero quedar con esa perla. Váyanse, yo no les
haré daño. No traten de recogerla porque de un solo bocado me las tragaré.” Esa
fue la sentencia de aquel poderoso pez.
Gela y Tina no podían argumentar nada pues sabían que
contra un tiburón ellas tenían la batalla perdida.
Hicieron una venia en señal de respeto y aceptación e
inmediatamente se dispusieron a nadar para alejarse del tiburón.
“¡Esperen, no se vayan!” Gritó el tiburón.
Las medusas obedientemente y con total sumisión
regresaron a donde estaban antes.
“Se me ocurre que nos podemos ayudar mutuamente. Yo
conozco una cueva cuyo suelo está lleno de enormes y bellísimas perlas. Muchas
ostras se esconden en esa cueva para guarecerse del acoso de los humanos y allí
viven por el resto de sus vidas hasta que mueren y dejan libres a sus perlas.
Yo las llevaré a ese lugar para que puedan recogerlas y vistan a los arrecifes
con perlas de ensueño. También les dejaré recoger la perla que se les cayó. Pero
todo esto tiene un precio.” El tiburón hablaba pausadamente, con cierta cordialidad.
“¿Cuál es el precio para que nos lleve a esa cueva tan
especial?” Le preguntó Tina con una no disimulada curiosidad.
“Recogerán una sola perla cada día, la dejarán caer
cuando naden sobre mi cabeza y esperarán todo el tiempo que yo la quiera tener
sobre mí. Cuando yo me mueva para que caiga al fondo, ustedes la podrán
recoger.” Explicó el tiburón que parecía hablar con cierta vergüenza.
“Me parece un buen trato, pero disculpe si resulto
imprudente. ¿Qué gana usted con este pacto?” Intervino la curiosa Gela.
El tiburón bajó un poco su cabeza y habló entonces con
mucha humildad, “Nosotros los tiburones somos seres muy solitarios, todo el
reino marino nos teme. Yo nunca había sido acariciado hasta que esa perla se
posó en mí. Cada vez que ustedes dejen caer una perla sobre mi cabeza seré
acariciado nuevamente y esa idea me enternece. Creo que seré muy feliz por el
resto de mi vida, ya no me sentiré tan solo.”
Gela y Tina estaban profundamente conmovidas. “Pues,
llévenos a esa cueva en cuanto usted lo disponga. Por nuestra parte, nos
sentimos muy congratuladas de ese accidente que hizo caer esa perla sobre usted
y le permitió sentir sus caricias. Prometemos venir todos los días a buscar una
perla. Nuestros arrecifes se sentirán sumamente complacidos de ser adornados
por perlas de tanta jerarquía y belleza.” Habló Tina por las dos.
El tiburón nadó hacia una cueva cuya entrada estaba
cubierta por gruesas algas marinas. Su suelo estaba cubierto casi en su
totalidad por conchas de ostras en las que yacían las perlas más grandes y nacaradas
que Gela y Tina hubiesen podido imaginar.
A partir de ese momento Gela y Tina eran custodiadas cada
día por aquel tiburón para que recogieran una perla que sutilmente lo
acariciaría y que después sería parte del adorno de los arrecifes coralinos del
Mar Caribe.
Bonita historia, hasta los seres más feroces tienen su lado sensible solo hay que encontrarlo
ResponderBorrarComo dice el dicho, “No es tan fiero el león como lo pintan”. En la vida siempre hay maneras de ayudarse mutuamente, hasta con el enemigo. Gracias por seguir leyendo cada una de mis historias. ¡Dios te bendiga!
BorrarBuenas este cuento es muy conmovedor, por que hay personas que parecen ser ogros, pero a veces lo usan como defensa para que le tengan miedo y no los agredan física o espiritualmente, pero eso hace que vivan solos, y vivir de esa manera es horrible. No tener con quien conversar, compartir algo que te gusta. la soledad es horrible. Por eso al tiburón le gusto que algo lo tocara, sintió placer, ademas les gusto que alguien lo observara, y como no quería quedarse solo por eso les dijo del lugar donde podían conseguir las ostras para que las dejaran caer y así el sentir placer de una caricia todos los días y así seguir viendo a las dos medusas para conversar. y es allí es don de entra tu refrán que no es tan fiero como lo pintan. y que nadie debe estar solo en esta vida. te quiero mi maestra.
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Borrar¡Un abrazo mi alumna predilecta! Todo lo que dices es muy cierto, la soledad es a veces la peor compañía. Creo que todos los seres vivos nacemos para ser parte de una sociedad; compartir la vida le da su pleno sentido. ¡Gracias por ser asidua visitante a mi blog! ¡Dios te bendiga!
Lindo cuento. Todo ser por feroz que paresca, tiene la necesidad de ser amado.
ResponderBorrarEl amor no tiene ni barreras, ni fronteras! Bendicones!
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