Una Cigüeña y Un Bebé
Iba una bandada de cigüeñas volando en su ruta migratoria
desde Europa hacia África. Habían volado por muchas horas y una de ellas tenía
mucha sed. Desde la altura de su raudo vuelo avistó un río en medio de la
espesura de la selva, “Bajemos a beber agua y aprovechamos de descansar un
poco,” Dijo la sedienta cigüeña.
“No es prudente que nos detengamos en este lugar. Es un
lugar donde abundan los depredadores. Aguanta un poco más tu sed, ya pronto
llegaremos a nuestro destino.” Aconsejó una de tantas. “Yo ya no aguanto más la
sed que tengo. Voy a bajar a tomar agua y enseguida las alcanzo.” Una vez que
dijo esto, descendió y aterrizando en la orilla del río se dispuso a beber de aquella
agua tan refrescante.
Había tomado muy poca agua cuando sintió el correr
estrepitoso de un animal que parecía correr hacia ella. Sus sentidos le
urgieron a que alzara el vuelo pues debería escapar de aquel animal que venía
en su acecho. Eso fue lo que intentó hacer, pero cuando había despegado
ligeramente, sintió que unas manos le agarraban sus patas y la hacían
precipitar a tierra.
Se golpeó su cuerpo un poco y al girar su largo cogote
pudo ver la imagen de un chimpancé, “¡No sabes cuánto hace que te espero! ¿Dónde
has dejado mi bebé?” Aquel animal acezaba.
“¿De qué bebé me está hablando? Yo sólo bajé a tomar un poco de agua y ya
debo regresar a reunirme con mi bandada. Yo creo que usted se ha equivocado de animal.”
Dijo la cigüeña, aliviada de que no fuera un depredador, pero si muy
sorprendida de escuchar las palabras de aquella mona.
El rostro de la chimpancé se apagó un poco, “¿No eres la
cigüeña que me ha de traer mi bebé?” Le preguntó a punto de romper a llorar.
La cigüeña se arregló un poco las plumas de sus alas;
dobló y estiró un poco su largo cuello como para alinearlo bien, después de
haber sufrido aquella fuerte sacudida, “¡No puedo creer que todavía hay tontos
que siguen creyendo que nosotras las cigüeñas entregamos bebés!” Dicho esto,
trató de tomar otro poco de agua.
La chimpancé se cubrió el rostro con sus manos
superiores, “Ya que no he podido ser madre, me he venido aferrando a que
después de todo la vida me recompensaría con un milagro de esa categoría.”
La cigüeña la miró y sintió una pena muy profunda, “No
todo está perdido, parece que no eres tan vieja como para que aún puedas tener
un bebé.” Se acercó a ella y le palmeó suavemente su cabeza.
“¿Conoces a alguna cigüeña que haga ese tipo de entregas?”
Le preguntó con una cara de mucha tristeza.
“Lo siento, ni yo, ni ninguna cigüeña entregamos bebés.
Ya te dije que eso es una falacia muy antigua.” La cigüeña ya estaba a punto de
sentarse a llorar al lado de aquel simio.
“Tú no sabes lo triste que resulta la vida sin tener,
aunque sea un sólo hijo. Yo me he aislado de mi comunidad porque no soporto ver
que todas las monas son madres menos yo.” Ya tenía su rostro bañado en
lágrimas.
“Anda, no te martirices más. Tienes que asumir tu vida;
estoy segura de que puedes ser un miembro muy productivo en tu comunidad. ¿Qué
tal si cuidas a los bebés de otras chimpancés, cuando ellas tengan que salir a
buscar comida? Yo creo que serías una nana muy dulce.” Le dijo como para
animarla un poco.
La chimpancé con la cabeza gacha simplemente movió su
cabeza muy despacio de lado a lado.
“Tienes que disculparme, pero tengo que retomar mi vuelo,
de lo contrario perderé el rastro de mi bandada” Le dio unas suaves palmaditas
en la espalda y voló.
Habiendo volado muy poco, pudo ver desde su altura cómo
un par de leonas atacaban a una chimpancé que trataba de huir despavorida.
Llevaba prendido a su espalda a su bebé. La cigüeña se sintió impotente de
poder ayudarla y con un nudo de dolor en su garganta pudo imaginar el destino
que la esperaba.
Pudo ver también cómo se le cayó el bebé y éste quedaba
desvalido en el suelo. Escuchó una voz enervante que le urgía, “¡Ve a rescatar
a ese bebé!” Descendió entonces casi en picada y con su certero pico abierto
agarró al indefenso inocente.
Cuando hubo ganado altura, pensó en aquella chimpancé que
había vivido con la esperanza de que alguna cigüeña le trajera el hijito que
nunca había podido tener. Desvió su vuelo para volver a aquel río donde había
ido a saciar su sed. Allí estaba aún la chimpancé con una mirada muy triste
perdida en el cielo.
“Mira lo que te he traído.” Le dijo depositando en sus
brazos aquel pequeño ser. El rostro de la primate se iluminó con una ternura
infinita y acarició con mucho amor aquel bebecito.
“No quiero que te confundas, ni te engañes. Yo soy la
misma cigüeña que estuvo aquí hace un rato. Yo no entrego bebés. Por cosas de
la vida, acabo de rescatar a este pequeño quien acaba de perder a su madre tras
el ataque sangriento de unas leonas. ¿Lo quieres para que seas su mamá?” Le
preguntó la cigüeña, aunque en realidad ya estaba recibiendo la respuesta de
unos ojos que ya derrochaban amor de madre.
La chimpancé estaba tan sobrecogida de amor maternal que
no atinaba a decir palabra alguna.
La cigüeña continuó entonces, “Anda, vete con tu bebé.
Resguárdate rápido porque ya sabes que hay muchos depredadores en la zona.
Estoy segura de que los dos se van a querer mucho. Es hora de que yo me vaya.”
La cigüeña voló muy apaciblemente; sintió que aquella
agua que había tomado le había refrescado más que su garganta, su alma; y le
dio las gracias a aquel ser que alguna vez inventó que las cigüeñas entregan
bebés.
Que bonito y sentimental cuento, cuando anhelamos algo con el corazón Dios dispone todo para que se cumpla.
ResponderBorrarGracias mi negrita bella por seguir leyendo mis historias y adornarlas con tus comentarios llenos de tu inagotable fe. ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarBonita y tierna historia refleja el alma de quién la escribe.
ResponderBorrarMagda Rosa
Mi querida Masbellita, tus palabras me enternecen. Gracias por tener ese bonito concepto de mí. Te quiero GRANDOTE mi hermanita de mi corazón. ¡Dios te bendiga!
BorrarEste cuento es muy desgarrador aunque tubo un final feliz, por que la mona obtuvo lo que tanto le pidió a Dios de ser madre lastima que fue con a muerte de una madre que se a comieron las leonas. Eso es algo natural en la selva por la cadena alimenticia sobre la población animal. Pero la triste realidad de la vida es que el hombre es el peor depredador de animales y seres humanos, cuando matan animales por trofeos, otros los matan por los colmillos de elefantes y rinocerontes para venderlos, otros los agarran para venderlos en la ciudad y colocarlos de payasos para quitar dinero a costillas de ellos y no los cuidan como debe ser, y otros los venden para que sean mascotas en casa encerrados, unos se acostumbran a ser humano, otros se mueren de tristeza. y otros humanos matan a otros seres humanos por guerras políticas o por religión sin importar si hay niños o no, ayer vi una foto de una mujer muerta y el bebe pegado de la teta para amamantarse, eso da dolor, otros roban niños para venderlos por órganos o para personas que no pueden tener hijos sin importar el dolor que le causen a los otros padres. Se que esta acotación no tiene que ver con el cuento, pero al leer el cuento fue lo primero que se me vino a a mente por el sufrimiento de a mona que no podía tener un hijo propio, y lo obtuvo acosta de la muerte de otra mama que se la comieron las leonas y quedo el bebe huérfano. te quiero mi maestra
ResponderBorrarAsí es mi querida Yuly, la realidad que vivimos hoy en día siempre triste y desgarradora. La naturaleza animal se rige por la ley de la supervivencia y esa cadena no la debe interferir el hombre. Los bebés del reino salvaje son muy vulnerables en todo sentido; ellos no se extinguen porque el balance perfecto de la Naturaleza es perfecto, tristemente es la raza humana la que los destruye. ¡Dios te bendiga, mi alumna fiel!
ResponderBorrarEl siguiente comentario lo hizo Elena Petit por vía WhatsApp:
ResponderBorrar"Muy conmovedor"
El comentario siguiente fue enviado por Zaida Petit vía WhatsApp:
ResponderBorrar“Me conmovió mucho, una historia muy bella.”