La historia que escribo a continuación se deriva de un
relato de la vida real, me lo contó una de mis hermanas; una anécdota que ella
llamó, “Amor de Madre”.
Laika
Laika era una mascota canina muy querida por sus dueños.
Un día la encontraron abandonada en una calle; había sido atropellada
ligeramente, probablemente por un auto. Aparte de estar físicamente maltratada,
estaba muy desnutrida.
Aquella familia la cobijó con todos los cuidados que le
pudieron prodigar y la llenaron de mucho amor. Laika había encontrado un
verdadero hogar donde crecería muy feliz.
El tiempo pasó y Laika se hizo una perra adulta. Un día, Laika
se salió de su casa y por mucho que la buscaron no dieron con su paradero; al
cabo de varios días Laika volvió, pero volvió con una carga de cachorritos en
su vientre.
La llevaron al veterinario y éste les advirtió que su
embarazo era de alto riesgo por el maltrato que su pelvis había sufrido cuando fue
atropellada. Lo más seguro era que no pudiese completar su preñez; que para que
sus cachorritos tuvieran algún chance de vivir, Laika tendría que ser cesareada
cuando ya pudiesen respirar por sí solos; inclusive la vida de Laika correría
peligro.
Los dueños de Laika no escatimaron en cuidarla al máximo
y le hicieron un seguimiento estricto con el veterinario.
Cuando el galeno lo consideró propicio, la prepararon
para una cesárea. Eran cuatro los cachorritos que se habían formado en su
útero.
El proceso quirúrgico tomó lugar y sólo sobrevivieron Laika
y uno de sus cachorritos.
A los pocos días, madre e hijo regresaron a casa. El
veterinario les advirtió que la vida del pequeño era muy frágil y que los
chances de sobrevivir eran muy pocos; sin embargo, Laika tenía grandes
probabilidades de recuperarse muy rápido si la proveían de las medicinas
adecuadas con sus respectivos cuidados. Por su puesto que nada de eso le
faltaría.
Laika cuidaba a su pequeño con un amor muy sutil. Los
primeros días, el delicado cachorro parecía estarse fortaleciendo día a día;
por su parte, Laika daba señales de una recuperación a pasos agigantados.
A los pocos días, el cachorrito pareció desmejorar, pues
su vitalidad comenzó a decaer. Laika no se separaba ni un solo minuto de él.
Constantemente lamía su cuerpecito y lo mantenía cobijado con sus patas
delanteras. Aquella familia veía la actitud de Laika como un intento
desesperado por inyectarle vida a través de sus caricias maternales.
El veterinario les dijo que la batalla estaba perdida,
que el cachorrito no sobreviviría; Laika parecía entender aquella prognosis,
pues su mirada reflejaba muchísima tristeza y sus dueños empezaron a temer que
su infinita tristeza podía influir en su completa recuperación.
Muy pocos días después, mientras Laika dormía, cobijando
a su cachorrito entre sus dos patas delanteras, se dieron cuenta que ya su
hijito había perdido la batalla ante la vida.
Muy cuidadosamente le retiraron el yerto cuerpecito y en
su lugar le colocaron un perrito de peluche muy parecido a su cachorrito. Ellos
sabían que Laika sentiría que ese no era su hijito, pero que dentro de su
sabiduría iba a entender que su hijito se había marchado y que ese peluche era
para que no se sintiera tan sola.
El pequeño animalito fue enterrado en el patio de la casa
inmediatamente que lo retiraron del lado de su madre.
Cuando Laika despertó, comenzó a lamer aquel peluche.
Parecía olerlo y lamerlo sin llegar a cansarse. Después de un rato comenzó a
gemir desconsoladamente. Ese cuadro era desgarrador, pero todos esperaban que
pronto se le pasaría, ya que Laika era un animal.
Laika no comió más, tampoco tomó más agua. Por dos días
no dejó de lamer y oler aquel peluche y lo sujetaba muy fuertemente con sus
patas delanteras.
Al amanecer del tercer día cuando fueron a la cama de Laika,
no estaba, tampoco estaba su peluche. La buscaron por toda la casa, debajo de
todos los muebles, no daban con su paradero. Todas las puertas de salida de la
casa estaban cerradas, pero una ventana que daba al patio estaba abierta.
Fueron al patio y encontraron el cuerpo de Laika con el
peluche abrazado con sus dos patas delanteras; su cuerpo sin vida yacía
exactamente sobre el lugar en el que habían enterrado a su cachorrito.
Desconsolados, cavaron de nuevo un hoyo en ese lugar,
símbolo del gran amor de madre de Laika y allí depositaron sus restos al lado
de su pequeño hijo.
El siguiente es un comentario de Zaida Petit, enviado por WhatsApp:
ResponderBorrar“Ingrid, me parece espectacular. Me gusta mucho; lo arreglaste con tus palabras, pero quedó perfecto. Lo que yo te conté, arreglado a tu manera perfecta. Me gusta muchísimo. Verdad que es una historia muy tierna, muy bella. Hiciste un cuento precioso. Dios te guarde y bendiga esa mente que tenéis. Te amo mucho mi hermana.”
Conmovedora historia!! Madre es madre
ResponderBorrarAmor sin fronteras.... Gracias por seguir mis historias! Dios te bendiga!
ResponderBorrarEl siguiente comentario lo envió Emelina Petit por WhatsApp:
ResponderBorrar“Una historia muy linda, pero muy triste. Amor y sacrificio de madre, diría yo.”
Que historia tan tierna, triste y conmovedora. El amor de madre existe hasta en los animales, que nobleza la de Laica.
ResponderBorrarAsí es mi negrita, el amor de madre es universal, un amor sin barreras que nos da una fortaleza que nos lleva a cualquier sacrificio. ¡Dios te bendiga mi niña!
BorrarBueno es muy triste y tierno la historia, pero el amor de madre es inmenso, pero la tristeza de haberlo perdido hizo que su tristeza también se la llevara a laika. Eso pasa de verdad, aquí al lado de mi casa paso algo parecido la gata tuvo 3 garitos pero solo se le salvo uno que estaba muy débil y Isaac el dueño de los animalitos le coloco suero como si fuera un humano y lo logro salvar y ya esta grande. Te quiero mi reina bella que Dios te siga Bendiciendo con esa creatividad de escribir.
ResponderBorrarHay historias del comportamiento de los animales que nos hacen sentir que tienen los mismos sentimientos que nosotros los humanos, son increíblemente fieles a sus sentimientos. ¡Te quiero mucho!
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