Mi primer día de escuela quedó grabado en mi vida por el
resto de mi existencia; esa marca indeleble fue sellada por una moneda.
Cierro mis ojos para visualizar mejor la imagen de mis
recuerdos, me veo pintada en mi mente; una niña muy delgada que estaba pronta a
cumplir sus siete años, que no sabía todavía lo que significaba el comienzo de
una vida de estudiante.
He debido de ser una niña que se apasionaba por aquello
que le gustaba hacer, pienso que a esa edad aún no había descubierto lo que era
hacer algo con vehemencia, hasta que crucé el umbral de una escuela.
Desde ese primer día en que me encontré sentada en un
pupitre, en ese solemne instante, floreció en mí la primera pasión de mi vida:
estudiar para prender mucho.
Mi primer cuaderno de escritura tenía pocas hojas, era el
de menor precio en el mercado de útiles escolares y el que con toda seguridad
mis padres me podían comprar. Tenía suficientes hojas como para que a un alumno
de primer grado le durara, a groso modo, por lo menos una semana.
Los primeros pasos para un alumno de primer grado era
comenzar a repasar las letras del alfabeto y ese fue mi gran trabajo en mi
primer día de clases.
Mi maestra, la Señorita Maggie, recogió y apiló en su
escritorio los cuadernos de todos los niños para escribirles en su primera
hoja, saltando una línea, su primera plana, llenando cada línea a, a, a, a...
Solo teníamos que repasar cada una de ellas.
No voy a decir el tiempo que me pude haber demorado en
completarla, pues no quiero ni especular ni parecer que exagero, sólo recuerdo
el muy sorprendido rostro de la Señorita Maggie cuando yo fui a su escritorio
con mi cuaderno para que me revisara mis “a, a, a, …”, repasadas una por una.
Su sorprendido rostro se mostró además muy complacido al
revisar lo que yo había logrado hacer.
“¡Muy bien!” Me dijo sonriente y en mi segunda hoja me
colocó mi segunda plana del día.
Aquello fue un ir y venir a su escritorio durante las
cinco horas de esa gran jornada del primer día de clases. Cada plana nueva era
como un baño vigorizante que descargaba en mí la Señorita Maggie. En aquel ir y
venir a su escritorio, hubo un intercambio de miradas de maestra-alumna en el
que había habido un disfrute máximo de un trabajo bien hecho, estableciéndose
una conexión muy especial.
Cuando ya sería mi último viaje a su escritorio porque ya
faltaba muy poco para que sonara el timbre de salida, y que coincidía con el hecho
de que yo estaba escribiendo en la última hoja que le quedaba a mi cuaderno, la
Señorita Maggie me dijo, “Cuando suene el timbre de salida, venga a mi
escritorio antes de salir del salón”.
Cuando sonó el timbre de salida, todos los niños
recogieron sus útiles y se dispusieron a salir diligentemente para hacer su
fila y ser encaminados a abandonar la escuela; sólo yo me detuve en el
escritorio de la Señorita Maggie.
No tuve que decirle nada, habiendo percibido mi vehemente
trabajo, el cual debió haber roto el récord del número de planas hechas en un día
por todos los alumnos que habían ocupado los pupitres de sus anteriores salones
de clase; ella sabía que obedientemente yo no me iría a mi casa sin pasar por
su escritorio, como ella me lo había pedido.
Al mirarnos, vi su bonito rostro sonreír, tomó su
cartera, sacó su monedero y extrajo una moneda; poniéndola en mi mano me dijo,
“Tome, dígale a su mamá que su maestra le dio esta moneda para que le compre un
cuaderno.”
Era la primera vez que alguien me regalaba dinero. Yo me
sentí tan maravillada que solo atiné a cerrar mi mano para sentirme la
poseedora de aquel regalo sin precedentes. Ni siquiera le dije, “¡Gracias!”
Pero yo sé que ella me escuchó decir aquellas “Gracias”, que habían sido
pronunciadas por el brillo de mis ojos.
Caminé de regreso a mi casa acompañada por mi hermano y
llevé mi mano cerrada con esa moneda presa en ella. Al llegar a nuestra casa,
corrí al encuentro de mi mamá y fue entonces cuando abrí mi mano y pude ver
aquella moneda. No lo podía creer, era la primera vez en mis casi siete años
que era poseedora de una moneda de tanto valor, con esa moneda me podría
comprar cuatro cuadernos de ese que ahora traía escrito desde la primera hasta
la última hoja.
Le dije a mi mamá, “Mi maestra me dio esta moneda para
que me compres un cuaderno nuevo.” Mi mamá tuvo que haber percibido mi gran
emoción; seguro que se debió haber sentido muy agradecida porque era un
cuaderno menos que tendría que comprar con sus precarios recursos monetarios,
para satisfacer las necesidades escolares de su numeroso grupo de niños.
Aquella moneda marcó mi vida; mi pasión por estudiar y
aprender cada día mientras fui una estudiante, sólo cambió para hacerse más
vehemente. El gesto de la Señorita Maggie, quien pudo ver en mí, madera de
responsabilidad y amor por los libros, fue mi mayor incentivo siempre.
Aunque nunca le dije, “Gracias”, no he podido sentir
mayor gratitud en mi vida y creo que supe rendirle honores a su hermosísimo
gesto.
He aquí el cuento que me ha inspirado escribir evocar a
mi maestra, la Señorita Maggie y aquel día cuando me regaló una moneda:
Una Moneda y Un
Cuaderno
Muchos años han transcurrido, pero el recuerdo de aquella
mi primera escuela ha seguido muy vivo en mi mente, tan vivo como mi maestra de
primer grado, la Señorita Maggie, y aquel día que me regaló una moneda.
Estaba de regreso a mi ciudad natal después de muchos
años de ausencia. Entre todas las cosas que añoraba hacer, estaba recorrer
lugares que me devolvieran a mi infancia; no podía haber mejor lugar que
caminar por aquella avenida en la que estuvo la casa que sirvió de recinto a
aquella pequeña escuela donde cursé mis dos primeros años de educación
primaria.
Era triste ver el deterioro físico de mi ciudad, ver
aquella avenida muy empobrecida con el paso de los años, pero al cerrar los
ojos, mis recuerdos la bañaban de la frescura y la belleza que tuvo durante
aquella época gloriosa.
Me detuve en su portón oxidado, los escalones de cemento
que conducían a su corto frente estaban muy agrietados y ya sus grietas habían
perdido porciones de su estructura. Las paredes de la fachada tenían restos de
una pintura que acusaban el paso de mucho tiempo.
Me parecía ver aquella multitud inquieta de niños que se
aglomeraban en ese portón a la hora de entrada y salida cinco días a la semana,
y que yo era uno de esos tantos niños.
A lo largo de aquella ruta aún quedaban bancas, que
habían servido para que los peatones se sentaran a descansar en sus caminatas
por aquella glamorosa avenida que bordeaba su flamante lago.
Miré a mi izquierda para captar una visión amplia de lo
que mis ojos habían visto cuando regresaba a mi casa después de un día de
clases. Sentí el pecho henchido de una nostalgia asfixiante.
En la acera opuesta, vi a una señora mayor que caminaba
muy pausadamente, llevaba una bolsa que parecía muy pesada; al ver su muy lento
caminar, sentí la imperiosa necesidad de acercarme a ella y ayudarla con su
pesada carga.
Me apresuré a caminar hasta llegar a ella, “Disculpe
usted, puedo ayudarla con su bolsa hasta donde necesite.” Le dije de una manera
muy sutil, no quería de ninguna manera lograr una mala impresión en ella.
La señora volteó su cara para ver quién le hablaba,
“Gracias, es usted muy amable. En realidad, voy a caminar hasta la banca que
está bajo la sombra de aquel árbol. Necesito descansar un poco.”
Las arrugas de su rostro acusaban su avanzada edad,
llevaba una pañoleta en la cabeza para protegerse de la inclemencia del sol. Su
mirada tenía un brillo que me hizo estremecer; la imagen de mi maestra, la Señorita
Maggie, invadió mi mente.
“¡Señorita Maggie!” Aquellas dos palabras salieron de mi
boca de una manera involuntaria y con un tono de sentirme maravillada.
El rostro de la anciana se iluminó con luz de sorpresa,
“Hace muchos años me llamaban así, cuando era maestra. ¿Usted me conoció cuando
yo fui maestra?” Me preguntó mirándome a la cara reflejando una sorpresa muy
grata.
En el encuentro de nuestras miradas hubo un chispazo muy
especial, sentí que estaba por cumplir siete años y que aquella dama gentil
estaba a punto de regalarme una moneda.
“Déjeme que cargue su bolsa, sentémonos en la banca para
que descanse, se refresque y podamos conversar un poco.” Estaba a punto de
dejar caer lágrimas de profunda emoción.
La anciana me cedió la bolsa, una al lado de la otra
caminamos hasta alcanzar la banca.
“Usted fue mi maestra de primer grado, claro que de eso
hace muchos años.” Le dije queriéndole acariciar sus manos o sus mejillas,
quise también poder besar su frente. Ya no pude evitar que mi mirada se empañara
con lágrimas.
“Yo no te recuerdo. Fueron tantos los niños que fueron
mis alumnos.” Se quedó callada mirándome profundamente a los ojos. “¿Sabes que llevo
en esa bolsa? Pues llevo cuadernos. Un poco más adelante hay un internado de
niñas huérfanas; yo compro cuadernos y cuando junto una cantidad con la que le
pueda dar uno a cada niña, las vengo a visitar. Me siento muy feliz al ver sus
caritas contentas con mi humilde regalito.” Al escuchar su relato sentí que mi
alma lloraba copiosamente con una emoción infinita.
La anciana siguió hablando sin dejar de mirarme, “Le
podría regalar otras cosas, las niñas huérfanas necesitan muchas cosas. ¿Sabes
por qué les regalo cuadernos?” Al preguntarme eso, sus ojos brillaron aún más y
sonrieron a la par de sus labios.
“No, Señorita Maggie, no lo sé. Cuénteme por qué les
regala cuadernos.” Le dije posando una de mis manos sobre su mano derecha.
“Hace muchos años, le regalé una moneda a una de mis
alumnas para que se comprara un cuaderno. No he visto en mi vida un rostro más
feliz y agradecido que el de aquella niña. Me hizo sentir que con esa moneda se
iba a comprar más que un cuaderno, un futuro de éxitos.” Hablaba muy
pausadamente, pero yo podía sentir que tiritaba de emoción con su relato.
“Estoy segura de que así ha de haber sido y que todas
esas niñas del orfelinato cosecharán muchos éxitos también. Yo tuve una maestra
muy dulce que una vez me regaló una moneda para que comprara un cuaderno, y con
esa moneda compré también la fuerza que me impulsó todo el camino desde la
escuela primaria hasta la universidad.” Le dije con palabras entrecortadas.
Ella sonrió con una dulzura aún más marcada, me apretó mi
mano y me dijo, “No recuerdo tu nombre, pero sí recuerdo tu mirada. Siempre
quise que llegara el momento en el que nos volviéramos a ver. ¿Me quieres
acompañar a llevarle estos cuadernos a esas niñas?”
La besé en la frente y le dije: “Claro que sí Señorita Maggie”.
Juntas caminamos hasta aquel lugar y compartimos un
momento que se ha quedado tan grabado en mi vida como aquel mi primer día de
clases, cuando la Señorita Maggie me regaló una moneda.
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Mi hermanita, me emocionó mucho este relato; yo no conocía esa historia tan hermosa. La verdad que esa maestra te dio un buen incentivo en tu vida de estudiante, y distes honores a tus padres y hermanos. Un orgullo para todos. ¡Dios te bendiga mi hermanita bella!
Una historia tierna y hermosa producto de una vivencia especial
ResponderBorrarEs muy significativo cuando alguien deja una huella en nuestras vidas que nos marca de una manera positiva. Te quiero GRANDOTE!
BorrarEl comentario siguiente lo dejó Arelis Echeto en Facebook:
ResponderBorrarUn Hurra!! por esas personas que saben lo importante de la educación y también por tu persona que supo darle tan buen aprecio a aquella moneda.
Emotivo todo el texto.
ResponderBorrarEs realismo mágico, pues como han dicho y dicen grandes escritores como el Gabo, en el realismo mágico, la parte real es más vívida e intensa que la parte de ficción, teniendo muchas veces los escritores, que tomar sólo una porción de la realidad para hacer una historia completa.
¡Es muy linda la historia con tu maestra Maggie! Seguramente ha sido una excelente persona e inigualable maestra, formadora de sus queridos alumnos. ¡Qué privilegio tuviste con ella! Y muchas gracias por compartirlo a través de tu texto.
Mi querido Juan Carlos, a nuestras vidas las tocan personas que no queremos recordar, pero también la tocan personas a las que jamás olvidamos. Tu comentario es muy profundo y real, engalana aún más a mi maestra la Señorita Maggie. ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarEl comentario siguiente lo colocó Marianela Fernández de González en Facebook:
ResponderBorrar“Hermoso, mi querida Ingrid. Parecido a una anécdota que yo viví.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Historia real y cuento del colegio y de tu persona. Tenéis una memoria increíble y tu imaginación vuela y es genial.”
Mi bella y talentosa Mamá Ingrid! Adoro el cuento, admiro tu pasión por la escritura. Me inspiras escribir con más emoción y magia. Gracias por compartir tus historias, memorias y talento con el mundo.
ResponderBorrarEstas palabras casi, casi se salen del blog y me salpican de con su contenido. Me gustaría mucho que el autor se hubiese identificado, aunque la intuición me lleve a pensar quién pueda ser. Gracias, muchas gracias. Espero poder seguir llenando tus expectativas cada vez que tengas a bien leer mi blog. ¡Muchas bendiciones!
Borrarlo que me encata de tus historias es que me puedo transportar a esos mometos como si yo estviera al lado tuyo, ver tu gestos, tu mirada y sentir lo qe sientes, eso es algo maravilloso. tu siempre te destacastes en los estudio y Dios te dio la oportunidad de ver esa persona que marco tu vida para siempre aunque no se acordo en el momento tuyo si se acordo del brillo de tus hojos cuando te regalo la moneda y desde alli siguio regalando cuaderno gracias a la emocion que vio en ti en aquellos años. y mira a donde has llegado toda ua profesional Universitaria y de hobi escritora de las buenas. Tabien me recordo la emocion que tenia Totica que prendio el televisor y nos llamo a todos a ver el programa, creo que era Viva la juvetud donde tu estabas participado con tus compañeros de clase en una copetecia de estdio y cada vez que tu interveias ganaban. Eso para mi fue gradioso que me motivo a ser buena estdiante. Por esoes que eres mi maestra estupida. te quiero un mundo.
ResponderBorraras
Amiga no te imaginas la emoción q he sentido al leer tu historia . Cómo siempre me sumergí como si estuviese presente en ese momento. Yo también tuve varias maestra Maggie en mi vida, no las olvidó.
BorrarNo me canso de admirar ese Don que Dios te dió para escribir y narrar , son sus bendiciones.
Querida amiga, cuando escribo me motiva mucho el pensar que será leído por los seres que quiero y aprecio; que esas personas tan significativas para mí entrarán en mi mundo a través de mis escritos y que allí nos reencontraremos una vez más. Cierto que nuestros maestros crecen dentro de nosotros y llegan a ser parte integral de nuestra moral y de nuestro espíritu. Un abrazo fuerte ¡GRACIAS SIEMPRE!
BorrarPor algún motivo, el blog no me está permitiendo responder al comentario de mi sobrina Yulevy González; por eso recurro a responderle en este anexo:
ResponderBorrar“Querida Yuly, siempre, siempre, tus palabras abrazan la familiaridad de nuestras vidas, el por qué nos queremos tanto. Siempre tienes palabras para engalanarme y para hacerme sentir orgullosa de los peldaños alcanzados y de todas esas anécdotas tan bonitas que hicieron un verdadero arcoíris. Yo no competí sola en “Aquí Oscar es Competencia de Juventud”, toda la familia estuvo sentada conmigo en ese panel que daba respuestas acertadas. ¡Dios te bendiga mi alumna brillante!”
Absolutamente hermoso. La inteligencia emocional de esa maestra hizo de ese segundo un cambio de dimension para el resto de tus dias. Saltaste de orbital, como puede pasarle a un electron dentro de su atomo. Un salto cuantico!
ResponderBorrarMetáfora o símil, tu analogía es tan hermosa como las palabras que has usado en tu comentario. Me siento sumamente congratulada con el logro del relato de aquel mi primer día de escuela primaria y con el cuento que me inspiró. ¡Un abrazo fuerte, que Dios te bendiga!
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ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mirla Petit:
“Me conmueve mucho.”