Un Botón Rosado
Botón formaba parte de una manada de delfines que surcaban
las caudalosas aguas del Río Orinoco. Botón era un joven delfín adulto que ya
había alcanzado un distintivo color rosado en su piel. Era un delfín muy
aventurero que siempre había querido nadar mucho más lejos de las fronteras de
las aguas dulces de su río natal.
“¿Ustedes no se han preguntado qué hay más allá de donde
nuestras aguas se mezclan con la inmensidad de esa amplia masa de agua que a
nuestra vista no tiene fin?” Le preguntó Botón al resto de su manada, una de
esas mañanas en las que nadaban graciosamente para buscar su diario sustento de
peces y cangrejos.
“Yo vivo muy satisfecho con conocer a fondo nuestro río.
Aquí no nos falta nada, y creo que tenemos suficiente con las vicisitudes que
afrontamos a diario en nuestro pequeño mundo. Para qué querer conocer un mundo
desconocido que estoy seguro representa mayores peligros para nuestra especie.”
Dijo uno de ellos.
“Estamos de acuerdo, compañero. Yo he escuchado decir que
esa masa de agua no es agua dulce. Que tiene una salinidad altísima y que la
cantidad de vida marina es de una diversidad impresionante.” Opinó otro.
“Pues eso quiere decir que nuestro menú será más amplio.
Esa es una de las cosas que más me atrae de ese mundo desconocido.” Apuntó
Botón con mucho entusiasmo.
“¿Qué tal, si al navegar en esas aguas saladas nos
convertimos en parte del menú de otros animales marinos? ¿Has pensado en eso,
Botón?” Intervino otro delfín, como queriéndolo hacer reflexionar.
“Sería fascinante nadar hasta ese mundo por una corta
distancia y luego regresar.” Dijo Botón, transportándose mentalmente hacia esas
aguas azules.
“Es un soñador testarudo sin remedio, nada de lo que le
digamos lo hará despertar de ese sueño ridículo.” Susurró uno de los delfines más
viejos de aquella manada.
Botón amaba la naturaleza de su hábitat, pero no podía
dejar de pensar cómo sería nadar en ese mundo acuático tan amplio, que
comenzaba en la desembocadura de su bello rio. Él quería conocer la gran
diversidad de la vida marina.
Un día Botón no pudo contener más su curiosidad y decidió
nadar hacia ese inmenso mar. No le comentó a ninguno de sus compañeros pues
sabía que tratarían de disuadirlo.
Nadó sin pensar en el tiempo que transcurría y muy pronto
se encontró en aquel amplio delta que ya parecía haber dejado de ser un río
para convertirse en mar. Había muchísimas islas y caños, era un paisaje
esplendoroso.
En la medida que Botón seguía su aventura, comenzó a
sentir la entrada de un tipo de fuerza fluvial que cambiaba la dirección de las
aguas del rio. Su sabor estaba cambiando y sentía ya un poco de salinidad.
Empezó a ver grandes manglares en las orillas.
Botón se sentía fascinado por todo lo que iba viendo en
su travesía, se sentía envuelto por una increíble fantasía.
Había perdido la noción del tiempo que había
transcurrido, aquella vista lo tenía embobado en un encanto alucinador.
Ya dejó de ver costas, no había manglares, sólo estaba
rodeado de un agua muy azul que sabía muy salada; ya estaba sintiendo un ligero
escozor en su piel.
“Tal vez debo tratar de regresar a casa.” Pensó por un
ligero instante. “Pero… aún he visto muy poco. Voy a nadar un poco más, por lo
menos he de ver otras especies marinas; algo más que simples peces.”
El movimiento de aquellas aguas era también muy
diferente, no fluía con continuidad; tal parecía que sólo se movía su capa
superficial. De verdad que era otro mundo en su totalidad.
Botón se comenzó a sentir un poco cansado y al subir a la
superficie a tomar oxígeno se sintió acobardado ante la inmensidad de aquella
masa de agua que parecía no tener fin.
“Aún no he visto más que muchísima agua y uno que otro
pez. Tampoco alcanzo a ver el fondo, tal parece que este mundo es un abismo. No
fue para esto que abordé esta aventura, pero creo que ya debo regresar. Tal vez
pueda volver a intentarlo en otra oportunidad.” Botón volvió a hablar consigo.
Cuando Botón giró sobre su curso se encontró de frente con
un pez muy, muy grande que parecía haberlo estado mirando hacía rato, tal vez
lo había venido siguiendo. Ese inmenso pez tenía un hocico redondo que lo tenía
un poco abierto, como dibujando una maléfica sonrisa que dejaba ver una
cantidad impresionante de puntiagudos afilados dientes. Sus ojos eran muy
redondos, parecían ser dos huecos oscuros de una profundidad tan abismal como
esa masa de agua en la que ahora se encontraba.
Tenía una aleta dorsal superior muy prominente que parecía ser la vela
de un barco, y dos aletas pectorales largas. Antes de que Botón pudiera seguir
detallando sus cualidades, aquella bestia marina dejó de observarlo
apaciblemente para embestir hacia él.
Botón sintió muy cerca la boca ampliamente abierta de
aquel pez tan feroz que afortunadamente no alcanzó a atraparlo.
Su mente se sintió sumergida en un verdadero mar de
desesperanza, y su flexible cuerpo giró en el torbellino de agua creado por la
embestida brusca y fuerte de aquel animal.
En ese momento desfilaron por su mente imágenes de su
vida en las fluidas aguas de su río y se dijo tristemente: “Heme aquí siendo el
menú de un animal marino.”
Para su sorpresa, al recobrar un poco su estabilidad se
vio rodeado de una manada de animales que se parecían mucho a él, pero no eran
rosados.
“Anda muchacho cálmate, ya el tiburón se dio cuenta que
no podrá con todos nosotros y se ha alejado.” Le dijo uno de tantos.
“Te has puesto rosado del susto.” Adujo otro sin poder
aguantar una carcajada.
Botón estaba atontado, débil y muy sorprendido, no
atinaba a musitar palabra alguna.
“Ven, nada con nosotros un rato para que recobres tu
color y para que nos digas dónde te separaste de tu manada y así te podremos
ayudar a reunirte con ellos.” Dijo el primero que había hablado.
“Yo no me he puesto rosado del susto. Yo soy rosado. He
venido desde muy lejos de una corriente de agua dulce.” Les explicó Botón.
“¡Ah, caramba! Eso complica las cosas. No tenemos la
menor idea de cómo ayudarte pues nunca hemos nadado más que dentro de nuestro
océano y sus mares. Es más, nunca habíamos visto un ser rosado tan parecido a
nosotros. Tal vez seamos primos o por lo menos familia lejana.” Razonó uno de
los delfines más adultos.
“Yo me siento muy aturdido; la verdad que este viaje ha
sido maravilloso, pero a la vez ha sido un reto muy fuerte. La salinidad del
agua me está quemando la piel.” Botón hablaba ya con un agotamiento abrumador.
La manada de delfines marinos se sintió muy conmovida y
temieron que aquel pequeño ser rosado pudiera perecer sin que ellos lo pudieran
ayudar a reencontrar su hábitat.
De repente se escucharon unos gritos de júbilo. “¡Allá
está, allá está!” Al mirar hacia donde emanaban aquellos gritos, vieron una
manada de seres tan rosados como el que ellos acababan de rescatar de los dientes
del tiburón.
Aquellos gritos parecían haber energizado a Botón porque éste
dio un salto de alegría y a su vez gritó: “¡Ellos son mi manada!”
Los delfines marinos compartieron la felicidad de Botón y
nadaron al encuentro de esa manada color rosa.
Traían consigo una bolsa inmensa hecha de hojas y al
estar muy cerca de Botón lo bañaron de agua dulce para restablecer un poco sus
fuerzas.
“Ellos me salvaron la vida, pues un pez inmenso con una
aleta tan grande como la vela de un barco me intentó devorar con sus dientes
filosos.” Les dijo Botón a sus queridos camaradas, sobrecogido por la felicidad
de sentirse entre ellos.
“No tenemos palabras para agradecerles el haberlo salvado
y protegido. Tenemos que regresar rápido a nuestro hogar. La salinidad de estas
aguas es muy fuerte y sucumbiremos ante la densidad de esta masa de agua.
Además, tememos ser atacados por peces como el que lo atacó a él.” Dijo con
mucha amabilidad el delfín rosado que parecía comandar a aquella manada.
“No se preocupen, nadie los atacará mientras nademos
todos juntos. Yo les propongo celebrar este encuentro con una gran fiesta. Yo
pienso que somos una gran familia, una familia que por primera vez se reúne. Los
seguiremos hasta donde se encuentren las dos masas de aguas, la salada y la dulce.
Por lógica esa mezcla ha de ser, por decirlo así, de contenido salino “neutro”,
y ustedes y nosotros podremos tolerarlo por el tiempo suficiente que dure
nuestro festejo.” Esta vez habló el delfín marino de más edad.
Hubo un aplaudir de aletas. Las dos manadas de delfines
nadaron juntas y al llegar a la desembocadura del río bailaron todos, haciendo
alarde de todas las volteretas y peripecias que, por ser delfines, ellos sabían
hacer con una habilidad magistral. Luego se abrazaron y se despidieron para
nadar en direcciones opuestas; los delfines grises volvieron al Océano Atlántico
y los delfines rosados volvieron al Río Orinoco.
Ambas especies jamás olvidaron a sus primos que, aunque a
lo mejor tenían un vínculo de sangre muy lejano, eran ahora primos de corazón.
Botón por su parte jamás olvidó la magia de aquella
aventura; entendió que el lugar más bonito y seguro es el terruño donde cada
uno nace, que es donde están nuestras raíces; y que la familia es el regalo más
preciado y bello que nos da la vida.
Semejanza muy acertada con lo que vivimos actualmente y muy original el haberlo hecho con delfines. Excelente, me gustó mucho
ResponderBorrarEs regocijante compartir ideas y sentimientos. Escribir algo que se convierte en deleite para el lector refresca mucho el lama. Gracias por leer cada uno de mis cuentos. ¡Dios te bendiga!
BorrarSemejanza muy acertada con lo que vivimos actualmente y muy original el haberlo hecho con delfines. Excelente, me gustó mucho.
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado por Zaida Petit vía WhatsApp:
ResponderBorrar“Muy bello tu cuento y muy cierto, no hay nada más hermoso y real que nuestro lugar de nacimiento. Yo no cambio mi país por otro.”
El comentario siguiente fue enviado por Isálida Ramírez vía Facebook:
ResponderBorrar"Me encanta."
Esta historia me mantuvo en suspenso, de verdad explorar otros lugares nuevos no a todos les va bien muy pocos son los que triunfan en lugares desconocido. Uno nunca se deja llevar por consejos de nadie, tenemos que cometer y vivir nuestros propios errores para saber que esas personas tenían razón. Botón tuvo suerte que su familia fue al rescate, aunque ya otros delfines le habían salvado la vida y pudieron regresar a su habitad donde conocían todos los rincones. Es verdad que es muy hermoso el lugar donde nacimos por que lo conocemos como la palma de nuestras manos, pero también es bueno cruzar esos limites que nos parecen desconocidos, pero antes hay que investigar que es lo que hay, que nos ofrece y revisar los pro y los contra para dar el paso decisivo de salir del nido y volar a otros horizontes como ustedes que están allá en EE.UU en diferentes estados, se que todo comienzo es difícil pero miren ustedes allá se han realizado como familia, trabajan, estudian, se han cazado allá y aparentemente están bien en lo que cabe, así que te felicito por 1ue cada historia tuya nos deja un enseñanza y que debemos ser agradecido con lo que tenemos.
ResponderBorrarGracias, querida Yuly. Tus comentarios son muy amplios y acertados. Como siempre, siguiendo paso a paso el desenvolvimiento de cada uno de mis cuentos. Que Dios nos bendiga a todos en cada lugar donde estemos, pues la familia se ha esparcido; que nos permita volver a reunirnos en nuestro terruño. ¡Un abrazo fuerte!
BorrarGracias querida Ingrid.
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado por Emelina Petit vía WhatsApp:
ResponderBorrar“Qué bello cuento. Y al final una muy buena reflexión. De agua dulce a agua salada, un gran cambio, como de Maracaibo a Canadá. Me quedo con mi terruño caliente.”
Buen cuento, también. ¡Muy venezolano! 👍️
ResponderBorrar¡Siempre tratando de rendirle honores a la tierra natal! ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarMuy al estilo de Horacio Quiroga o de nuestro Rafael Rivero Oramas, director fundador de la revista TRICOLOR. Con una gran moraleja. Alla en el Lago de Maracaibo tiene a otros primos mas negritos y chiquitos, las toninas del lago, que en realidad son estuarinas y toleran mejor la salinidad que las grandes toninas rosadas del Orinoco. Good tale!
ResponderBorrarGracias por engalanar mi estilo de escritura al mencionar a renombrados escritores. Escribir es motivador y una fuente de expansión de conocimientos. Es fabuloso que seas lector de mis historias y saber que encuentras buenas moralejas en ellas. ¡Te quiero GRANDOTE!
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