Lincho y Buzno
Había dos potreros contiguos en las afueras de una ciudad;
uno de los dos potreros era un criadero de caballos y el otro era un criadero
de burros.
Los caballos eran criados y entrenados para ser caballos
de carrera y los burros eran adiestrados para transportar cargas pesadas.
Estos criaderos estaban separados por una cerca alta a
través de la cual ambas especies de équidos podían verse.
Entre todos los caballos había uno llamado Lincho y entre
los burros había uno llamado Buzno; ellos dos tenían algo en común y era que
ambos vivían muy inconformes.
Lincho estaba cansado de que lo hicieran correr, sentía
que su vida se había convertido en rutinaria; ya no sentía ningún incentivo en
mejorar su carrera. Aquello de correr para que el ganador fuese el jockey que
lo montaba, le parecía muy absurdo. Encima, le daban latigazos para que
corriera más rápido; y aquello de que le pusieran gríngolas era muy
incómodo.
Lincho miraba hacia el potrero vecino, allí la vida que
hacían los burros parecía ser muy apacible. Aquello era vivir, simplemente tiraban
de carretas. Ellos no tenían que competir con otros burros, ni sufrían
latigazos y mucho menos tenían que ponerse esas máscaras tan incómodas. Llegaba
a sentir mucha envidia y deseaba muy fervientemente poder cambiar su vida y ser
un burro.
Buzno por su parte, también estaba cansado de la rutina
de su vida, “Todos los días lo mismo, transportar carga de un lado a otro. No
les importaba cuán cansado estaba, no sabían si había dormido bien o si tenía
algún dolor.”
Miraba al potrero vecino y veía cómo aquellos caballos
corrían graciosamente; seguro que se divertían mucho, sobre todo cuando los
llevaban a competir en sus carreras; eran animales muy elegantes. Esas máscaras
y esas monturas los hacían lucir muy distinguidos. Se imaginaba libre de su
carreta y corriendo como los caballos lo hacían. Cada día renegaba más de haber
nacido burro en lugar de caballo.
Sus vidas transcurrían en un eterno lamento de
inconformidad.
Un día, ambos animales quisieron ver más de cerca a sus
vecinos y caminaron hasta casi tocar la cerca que los separaba. Cada uno vio
que un ejemplar de la respectiva especie se aproximaba a la cerca.
Caminaron hasta estar el uno frente al otro, quedando
separados sólo por los fuertes barrotes de la cerca. Lincho era más alto, bajó
su mirada para escudriñar la mirada del burro; por su parte Buzno, siendo más
bajo, la alzó con el mismo objetivo.
Cuando aquellos dos pares de ojos se encontraron, hubo un
fuerte destello de luz que cegó a ambos. Por un instante tanto Lincho como
Buzno, sintieron que sus cuerpos flotaron en el aire como livianas plumas e
inmediatamente cayeron sobre el suelo parándose de nuevo sobre sus cuatro patas.
Tuvieron que pestañar mucho para recobrar la nitidez de
sus vistas. Lincho vio entonces a un caballo parado delante de él y Buzno vio a
un burro. Aquello no tenía sentido para ninguno de los dos. Lincho estaba
mirando hacia su propio potrero lleno de caballos de carrera y Buzno miraba
hacia su potrero lleno de burros de carga.
Ambos animales se sentían muy aturdidos; Lincho quiso relinchar y rebuznó, entonces Buzno quiso
rebuznar y relinchó. Aquello era totalmente inconcebible.
Ninguno de los dos entendía lo que acababa de ocurrir, tal
parecía que se les había concedido algo muy deseado.
Lincho no miró más al cuerpo del caballo donde su alma
había vivido hasta ese momento y se mezcló con los otros burros de carga. Buzno
se sintió empoderado y muy altivo, corrió con toda la fuerza que pudo para
sumarse a la manada de caballos.
Había comenzado una vida nueva para las almas de un
caballo y un burro que ahora habitaban en otros cuerpos, algún poder Divino les
había concedido un deseo muy ferviente.
Los primeros días fueron muy encantadores y fascinantes
tanto para Lincho como para Buzno. Las rutinas de sus vidas se habían roto,
cada cosa era algo nuevo que llenaba su vida nueva de encanto.
Pronto, ambos comenzaron a cansarse; Buzno comenzó a
sentirse hostigado por el jockey que lo montaba, empezó a sentir mucha
incomodidad cuando le ponían la gríngola en su rostro; aunque no le cubría la
nariz, sentía que le faltaba aire para respirar. Le fastidiaban los gritos de
la gente en las carreras. Extrañaba su vida, sus compañeros; los caballos le
parecían todos muy altivos, vivían solo para competir quién era el más veloz.
Su rendimiento iba en decadencia pues no sentía ganas de
satisfacer las expectativas de sus criadores.
Lincho le parecía que aquellas cargas eran demasiado
pesadas, que abusaban de su constitución, que los burros eran todos unos
conformistas. Quería poder dormir más horas pues los levantaban muy temprano.
El sol le molestaba mucho en sus ojos y extrañaba el uso de las gríngolas.
Extrañaba los grupos de personas que lo aupaban cuando corría.
Se fue convirtiendo en un trabajador aletargado y muy
perezoso.
Los encargados de ambos potreros decidieron que tanto
Lincho como Buzno no eran ya animales productivos y los vendieron a una empresa
que criaba animales para alimentar a los leones y tigres de los zoológicos; así
que un buen día ambos fueron llevados a este lugar donde a corto plazo serían
sacrificados.
Ninguno de los dos sabía la suerte que correría. Aquel
lugar nuevo estaba lleno de caballos, cebras, asnos, mulas y burros, todos
animales viejos, enfermos o con defectos físicos. Había mucho miedo y tristeza
en sus miradas, parecía que sabían que todos estaban allí porque sus vidas ya
no valían nada.
A Buzno no lo hacían correr, ni a Lincho lo hacían
transportar cargas, era algo que no entendían. Aquel grupo de équidos estaban
en aquel lugar como esperando un triste final.
Aquel lugar quedaba en las lejanas afueras de la ciudad,
a corta distancia el paisaje se convertía en bosque.
Ambos animales habían entendido que el haber querido
cambiar su estilo de vida para vivir como otro ser que ellos no eran, los había
conducido a un fracaso total y percibían que sus vidas estaban a punto de
terminar. Se sentían perdidos totalmente, ya nada tenía sentido.
Un día mientras merodeaban en aquellos lúgubres terrenos
se encontraron frente a frente. Cada uno sintió haberse visto reflejado en
aquella mirada antes; se repitió aquella experiencia de ceguedad, de sentir que
el cuerpo era invadido por una fuerza que los hacía volar como una pluma en el
resplandor de un destello de luz y que volvían a caer sobre sus patas.
Lincho vio ahora un burro y Buzno vio un caballo. Lincho
relinchó con mucha fuerza y Buzno rebuznó con un brío sobrecogedor.
Ambos se pararon sobre sus dos patas traseras y se
abrazaron. Al separarse, juntos corrieron hacia la cerca que los encerraba. Con
un galope sincronizado saltaron la cerca y corrieron hasta desaparecer en la
vegetación que bordeaba el lugar.
Al haberse alejado mucho, encontraron una manada de caballos salvajes y una de burros salvajes y ambos fueron aceptados como sus miembros nuevos.
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Marisol Díaz:
ResponderBorrar“¡Qué lindo!”
Buena historia, siempre tu imaginación volando y reseñando las verdades de la vida cotidiana, muchas veces pensamos que la vida de otros es mejor que la nuestra y al probar un poquito la de otros nos damos cuenta que estamos donde debemos 4sts y no hay nada mejor
ResponderBorrarMuy cierto, ojalá siempre tuviésemos presente que hay que estar en los zapatos de otro para entender por lo que está pasando; que cada quien vive lo que le toca vivir y que cada quien es el arquitecto de su vida. Un abrazo fuerte, ¡Dios te bendiga!
BorrarQuise decir que al probar un poquito la del otro nos damos cuenta que estamos en el lugar correcto de la vida y que la nuestra es también muy valerosa
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarEl comentario siguiente lo envió Zaida Petit por vía WhatsApp:
ResponderBorrar“Cuánta verdad, la mayoría de las personas vivimos equivocadas y creemos que si cambiamos por otro nos va a ir mejor; por eso es que dicen que “Más vale malo conocido que bueno por conocer”; ambos animales se dieron cuenta que la vida no era tan mala
El comentario siguiente fue enviado vía WhtasApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Muy bueno, buenísimo. Nadie es conforme con lo que tiene y vive, pero Dios tiene un propósito con cada uno de nosotros; así con los caballos y los burros. Cada quien a lo suyo y será Feliz.”
Buenas, la verdad que el ser humano es inconformista, ejemplo: los que son blancos quisieran ser morenos o negros, los que tiene el pelo liso lo quieren tener encrespado y así es todo. Y como ya dijeron, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Esto es una buena moraleja. Así nuestros descendientes conocen estas historias y trataran de no estar inconformes con la vida que nos toque vivir, claro uno debe siempre de tratar superarse, pero no por envidia sino por amor así mismo. Que Dios los siga Bendiciendo. Te quieto mi maestra este.
ResponderBorrarEs un deleite darle rienda suelta a la imaginación y crear historias que resulten entretenidas a quienes las leen y consigan un buen mensaje que se refleje en nuestro diario vivir. ¡Gracias, mi querida Yuly!
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