Mohed, Abdulá y Mustafá

Un pueblo llamado Wadi Rum en Jordania, una tribu llamada Zalabia y un hombre llamado Mohed. Mohed era uno de los muchos beduinos que pertenecía a esta tribu; su estilo de vida nómada lo llevaba a desplazarse por diferentes regiones del desierto para realizar sus labores de pastoreo y de caza. Como todo beduino, se alimentaba de pan, de productos lácteos y de los frutos que crecían en las plantas de los oasis que existían en la zona desértica en la que se desplazaba para vivir.

Desde que era un niño había escuchado hablar a sus ancestros de un oasis muy hermoso que era irrigado por un maravilloso manantial de un agua pura y cristalina, y bajo cuyo subsuelo corrían enormes fuentes de agua subterránea. Este oasis era un lugar verdaderamente paradisíaco con innumerables palmeras datileras, olivares, algodonales, trigales y maizales; lo llamaban El Jardín de Mahoma.

Decían que sólo Mahoma lo había visitado y por eso llevaba su nombre, que quedaba en un lugar muy remoto en el desierto y que nadie tenía la fortaleza física para llegar a él, ni siquiera los animales más resistentes a las temperaturas y a la sequía del desierto podían llegar a este sitio porque perecían en la travesía. 

El anhelo más grande de Mohed era poder visitar ese hermoso oasis, pero sabía que necesitaría de un animal de carga con cualidades de resistencia excepcionales que lo acompañara.

Desde muy pequeño comenzó a guardar cuanto Dinar pudo, para amasar una cantidad de dinero que le permitiera comprarse un camello muy fuerte y poder cruzar la inmensidad del desierto hasta llegar a El Jardín de Mahoma.

Mohed sabía que los camellos eran muy caros y seguir esperando para ahorrar una suma cuantiosa sería prácticamente seguir ahorrando toda la vida. Escuchó que habría una subasta colosal de camellos en Amán y pensó que esta era su gran oportunidad, aunque en realidad sus ahorros sumaban muy poco.

Con la mejor disposición viajó a Amán y llegó muy entusiasmado al lugar de la subasta. Se quedó abismado de ver tantos camellos juntos; eran ejemplares magníficos. Dentro de su admiración sintió que sus esperanzas se desvanecían al escuchar los precios con los que se iba cerrando cada venta, no podía competir con las personas adineradas que pagaban miles y miles de Dinares por un ejemplar. Aún peor, no podría hacer ni una sola oferta pues cada sesión de subasta comenzaba por una cantidad muchísimo mayor de la que él pobremente traía en su bolsa.

Antes de abandonar los predios de la subasta quiso admirar los hermosos camellos que estaban en los corrales, había uno que estaba aislado, era de un pelaje de color marrón mostaza que lo hacía casi brillar bajo los rayos del sol, su estatura era excepcional pues Mohed estimó que bien podía medir unos 2,50 m hasta la altura de sus gibas; sus patas eran muy largas y delgadas con unos pies extremadamente anchos, lo que lo categorizaba como un excelente candidato para tener un  paso muy firme en la arena excepcionalmente cálida del desierto. Sus ojos pequeños enmarcados por larguísimas pestañas tenían una mirada muy apacible.

Mohed se quedó parado para admirar la belleza del animal y se imaginó que estaría reservado para un magnate.

“No está en venta.” Dijo alguien a manera de advertencia.

“Es un animal casi único, su apariencia es imponente. Me imagino que no lo venden porque nadie tendrá arcas lo suficientemente ricas para comprarlo.” Opinó otro.

“O es acaso un rumiante vicioso que escupe a su dueño y le da patadas y mordiscos a cualquiera que se le acerca.” Dijo un tercero logrando las carcajadas del grupo.

“Nada de eso, es un pobre infeliz que lo asusta un ratoncito. Cuando ve a un ratón no hay poder de la naturaleza que lo logre controlar. Es una vergüenza de su raza, el dueño lo ha traído para ver si se puede deshacer de él. Lo vende prácticamente por lo que le den.” Explicó otro de los espectadores.

Al escuchar esto, Mohed sintió que esta era la gran oportunidad de su vida de poder adquirir un camello. Preguntó quién era el dueño y le propuso la compra de su ejemplar por la cantidad de dinero que portaba; el mercader cerró la venta muy gustosamente.

Mohed sentía que muy pronto lograría su anhelada aventura de ir a El Jardín de Mahoma, sería cuestión de saber amaestrar los nervios de aquel animal tan imponente.

De regreso a su tribu, se sentía empoderado al poseer un camello tan majestuoso; no podía creer lo que había escuchado de que este camello temblaba ante la presencia de un insignificante ratón.

Abdulá fue el nombre que escogió para su camello. Tenía primero que hacer sentir a Abdulá que era su dueño, pero sobre todo su amigo para luego emprender su añorada aventura de cruzar el desierto para llegar hasta El Jardín de Mahoma.

Un día mientras descansaba al lado de Abdulá, vio cómo repentinamente este se ponía tan extremadamente nervioso que parecía muy asustado y comenzó a escupir incontrolablemente. Mohed vio entonces que un ratón gordo merodeaba muy cerca de Abdulá; enseguida lo espantó para que se alejara y para que Abdulá recuperara su calma; se dio cuenta que era cierto que aquel colosal camello era profundamente perturbado por un insignificante roedor, era algo demasiado extraño.

Al pensar en su viaje, sabía que era predominante llegar a ese lugar en el menor tiempo posible por lo distante que era y por lo inclemente de la travesía. Analizaba mucho cuál sería la forma más segura de llegar; por mucho que ansiaba llegar a ese lugar no podía arriesgar su vida y la de Abdulá.

Se le ocurrió que, si llevaba un ratón con ellos, de tanto en tanto le podía mostrar el ratón a Abdulá y este apresuraría el paso para escapar de su presencia. De esta manera llegarían más rápido.

Puso una pequeña trampa y logró atrapar a aquel ratón gordo. Mohed se dispuso a preparar su odisea hacia El Jardín de Mahoma.

En pocos días, cargó su amado Abdulá con sus baúles con reservas de agua y comida, su jaima de pelo de cabra para poder cobijarse cuando el descanso fuese perentorio y en su bolsa guardó la pequeña jaula que llevaba al ratón gordo.

Apenas el sol anunció el despuntar de la aurora, comenzó aquella travesía a través de los rojizos y calientes arenales de aquel basto desierto que por las noches era gélido, y que en cualquier momento era azotado por veloces vientos, que levantaban espesas cortinas de arena que atacaban la piel como filosas dagas. Confiaba plenamente en su fortaleza, en la fortaleza de Abdulá y en la ayuda que le brindaría el roedor.

Cuando habían caminado muchos kilómetros y aún no era el momento de pernoctar para tomar el primer descanso, Mohed advirtió que Abdulá estaba reduciendo su paso, optó por sacar la jaula de su bolso y mostrársela a su compañero de viaje, este reaccionó de inmediato y aceleró su paso abruptamente.

Cuando decidió que había llegado el momento de descansar armó su jaima, ató su camello; comió, tomó agua en compañía de Abdulá y se dispuso a descansar no sin antes discretamente alimentar y darle agua a su pequeño prisionero. Estaba tan cansado que sin darse cuenta dejó la jaula fuera de su bolsa. Cuando dormía profundamente el ratón le habló a Abdulá, “¿Por qué me tienes tanto miedo si yo soy tan chiquitito y tú tan grandote?” Abdulá al escuchar que el ratón le hablaba comenzó a escupir nerviosamente. “Cálmate, tú eres el que me puede hacer daño, si quisieras me puedes aplastar con una de tus fuertes y anchas patas y acabar conmigo de una vez. ¿Estás consciente de tu tamaño y de tu fuerza? No entiendo cuál es tu drama.” Abdulá al escuchar que el ratón le hablaba con tanta apacibilidad sintió que recuperaba su calma y le dijo, “Cuando era muy pequeñito siempre me decían que si me portaba mal me iba a morder un ratón. Desarrollé una fobia por los ratones que nunca he podido vencer.”

“Ah, caramba; qué mentira más cruel. Con todo y los filosos que son nuestros incisivos no creo que haya dientes capaces de penetrar la piel tan fuerte que tienen ustedes los camellos.” Entonces continuó, “Mohed es un hombre muy bueno. Si no te has dado cuenta, cuando nota que estás acortando tu paso, me saca de su bolsa y me muestra ante tus ojos para subirte la adrenalina y que aceleres tu paso. Piensa en lo mucho que Mohed depende de tu fuerza para llegar a ese lugar que tanto ansía; pon lo mejor de ti para que juntos lo logren.”

Abdulá sonrió, “Gracias por todo lo que me has dicho. Lo mejor que me pudo pasar en la vida fue que Mohed me comprara en aquella subasta y el haberme encontrado contigo. Es muy triste vivir traumatizado.”

Comenzó a soplar una ventisca muy fuerte, la jaulita que contenía al ratón fue arremetida por la correntada de aire y se estrelló contra una de las patas de Abdulá. Del impacto, el ratón salió como un escupitajo de adentro de la jaula. Abdulá lo recogió rápidamente con sus gruesos labios y entre ellos los guareció mientras duró la tormenta. Al cesar la tormenta bajó su cabeza y liberó al ratón para que corriera libre. “Gracias por haberme protegido.” Le dijo el ratón.

“No creo que en pleno desierto tengas a dónde ir. Sigue el viaje con nosotros, te ofrezco el espacio entre mis jorobas para que te guardes allí hasta que regresemos.”  El ratón lo miró con más agradecimiento todavía.

Abdulá bajó su cabeza para que el ratón se trepara en ella; el roedor caminó por su cabeza, y su cuello e hizo su camino hasta el lomo de Abdulá encontrando gran cobijo entre su grueso pelaje.

Cuando Mohed despertó y se dispuso a continuar su viaje se dio cuenta que la jaula del ratón no estaba en su bolsa, se cansó de revisar y no encontró ni al ratón ni la jaula. Se sintió muy desconcertado, aún le faltaba mucho camino por recorrer.

No tuvo más remedio que dar al ratón por perdido y encomendarse a Mahoma. Para su tranquilidad, Abdulá mantuvo un paso firme durante todo el día; ya cuando era tiempo de descansar y alimentarse dio órdenes a su camello para que detuviera su paso. En ese momento Abdulá bajó su cabeza hasta tocar la arena y Mohed vio con gran sorpresa que el ratón salía de entre sus jorobas y bajaba sigilosamente a lo largo de su cuello hasta el suelo.

El ratón no corrió, caminó como para simplemente ejercitar sus músculos y se quedó mirándolo como diciéndole, “Yo también tengo sed y tengo hambre.”

Mohed estuvo estupefacto por unos segundos y después largó una carcajada de júbilo. Allí había acontecido algo increíble, no entendía cómo el ratón se había salido de la jaula, ni cómo Abdulá había aceptado al ratón como su pasajero, pero aquello era genial.

Se alimentó y alimentó a sus dos mascotas; sí, a sus dos mascotas porque aquel ratón era ya otra de sus mascotas que hasta nombre tenía porque lo acababa de llamar Mustafá. Una vez que Mustafá satisfizo su hambre y su sed, Abdulá bajó de nuevo su cabeza y Mustafá subió a ella y caminó por su cuerpo hasta llegar al santuario que había entre sus dos gibas. La admiración y sorpresa de Mohed fue aún mayor.

Aquel maravilloso viaje continuó de una manera espectacular; Mohed, Abdulá y Mustafá compartieron el resto del camino como tres verdaderos mosqueteros del desierto: “Uno para Todos y Todos para Uno”, no hubo tormenta de arena, ni calor, ni frío que los pudiera detener y los tres llegaron hasta El Jardín de Mahoma donde se sintieron bendecidos y sobrecogidos por la magia de aquel oasis tan especial.

A su regreso a la tribu Zalabia, Moheb, Abdulá y Mustafá fueron compañeros inseparables y compartieron la vida por el resto de sus días.




 

Comentarios

  1. Hermosa historia, me gustó mucho, Dios bendiga tu imaginación

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  2. Que belleza de historia de amor , amistad , compañerismos y lealtad

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  3. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:

    “Qué relato tan bonito. Dios te conserve ese don, mi hermanita. Esta precioso, me gustó mucho. Mohed salió premiado, valió la pena el esfuerzo.”

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  4. El mensaje siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:

    “Me gustó mucho. Me pareció una buena experiencia la que vivió el camello y muy bonita la amistad que surgió entre esos tres personajes.”

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  5. Tienes un poder creativo espectacular, lo que me gusto fue que con tampoco dinero compro un camello que todos rechazaban y como con mucho esmero y que el ratón también ayudo a quitarle el miedo, lograron llegar a ese oasis que tanto anhelaba y después se convirtieron en amigos inseparables.

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    1. Querida Yuly, una de mis seguidoras infalible. Me da mucho gusto que disfrutes cada una de mis historias y que las escudriñes a fondo. ¡Gracias, siempre! ¡Que Dios te bendiga!

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