Lentes de Fe
Emiro y Ana eran esposos, ellos formaban una pareja muy feliz.
Tenían una granja pequeña en la que criaban gallinas ponedoras, también tenían
panales de abejas de los que obtenían miel. Vivían de la venta de huevos y
miel.
En su huerto cosechaban maíz para alimentar a sus
gallinas y tenían muchísimas plantas que se adornaban con flores de todos los
colores en las que sus abejas libaban sus dulces néctares.
Tenían Emiro y Ana, además, un burro llamado Pancho, quien
por muchos años había sido más que un animal de servicio, un compañero
infalible.
Emiro y Ana nunca tuvieron hijos; desde que se unieron en
matrimonio, el eje de sus vidas fue la cría de sus gallinas ponedoras, de sus
abejas, así como la cosecha de sus maizales y además cuidaban a Pancho con mucho
esmero.
Aconteció que hubo una sequía muy fuerte que por varios
meses azotó la zona geográfica donde ellos vivían. Los pastos sufrieron la
falta de lluvia, toda la zona parecía cubierta de una cobija amarillo pálido.
Los maizales se secaron y las flores dejaron de adornar las sedientas plantas.
Toda la comunidad sufrió las inclemencias de la ausencia de lluvia. El pozo del
que Emiro y Ana sacaban agua parecía estar a punto de secarse por completo.
Emiro y Ana a duras penas lograban comprar alimento
balanceado para alimentar a sus gallinas; veían con mucha preocupación cómo sus
abejas habían dejado de producir miel. Los productos comestibles en el pueblo
se habían encarecido mucho pues eran traídos de otras localidades.
El pasto que había en los alrededores era un pasto seco
que Pancho no quería comer; los recursos económicos de Emiro y Ana no
alcanzaban para comprar alimento balanceado para Pancho.
“Tenemos que hacer algo para que Pancho se alimente; si
la sequía se sigue prolongando se va a desnutrir severamente. Si por lo menos
comiese el pasto seco, eso sería un paliativo.” Lamentó Ana con una
preocupación extrema.
“No te preocupes, esta sequía ha de terminar pronto. Dios
es grande,” Dijo Emiro exhalando un suspiro de fe.
Al otro día, Emiro fue al pueblo a comprar suministros de
comida y a su regreso le mostró a Ana un par de lentes muy grandes de color
verde, que había comprado.
“¿Acaso te volviste loco? ¡Con la precariedad que estamos
atravesando y tú malgastas dinero en unos lentes! ¿Es que acaso te piensas
disfrazar de payaso?” Ana estaba totalmente indignada, fuera de sus cabales.
“¡Cálmate mujer! Déjame que te explique. Anoche no pude
dormir con la preocupación que tengo por Pancho. Nuestras gallinas podrán
aguantar un poco más porque, aunque no están comiendo maíz, por lo menos
alcanzamos a comprarles alimento balanceado, y las abejas pueden volar lejos en
busca de néctar. Pancho tiene que comer
el pasto seco, eso le ayudará a mantenerse hasta que la sequía termine. Se me
ha ocurrido que, si le ponemos estos lentes verdes, él verá el pasto verde y se
lo comerá.” Le explicó Emiro.
“Yo no sé si eso funcione, pero la verdad es que tenemos
que hacer algo por nuestro querido Pancho. Tengamos fe.” Ana estuvo de acuerdo.
Emiro modificó un poco aquellos lentes para adaptarlos a
la fisonomía de la cabeza de Pancho y se los sujetó fuertemente para que viera
a través de ellos.
Pancho, quien confiaba plenamente en todo aquello que sus
amos hicieran, no puso ninguna resistencia cuando Emiro se los puso.
Apenas le puso los lentes, lo llevó a los altos
pastizales amarillos y Pancho ávidamente comió todo lo que pudo. Obviamente, el
hambre había jugado un factor muy importante para lograr engañar al hambriento
animal.
“Gracias a Dios, Pancho ha comido. Por lo menos su hambre
se ha saciado y aunque no es pasto fresco, ese pasto de algún sustento le ha de
servir.” Le dijo Emiro a Ana.
Por varios días Pancho estuvo con los lentes verdes
cubriendo sus ojos y consecuentemente comiendo en los pastizales secos.
Pocos días después, grandes masas de nubes grises
cubrieron el cielo y gruesas gotas de agua bañaron la tierra de ese pueblo.
Las plantas reverdecieron y florearon de nuevo; los
pastizales se vistieron de un jubiloso verdor. Los suelos volvieron a ser
fecundos. La prosperidad volvió a reinar en la granja de Emiro y Ana.
Por su puesto, Emiro le quitó los lentes verdes a Pancho
porque ya podía comer pasto fresco. Colgó los lentes en su establo y le rogó a
Dios que nunca más tuviese que ponérselos.
Pasaron varios años y nunca más esa zona fue azotada por
ninguna otra sequía extrema. Emiro y Ana fueron muy prósperos en la cría de
gallinas ponedoras y de sus abejas. Pancho siguió siendo aquel fiel animal de
carga como su aliado más importante.
Un día, Ana enfermó fuertemente y la enfermedad puso fin
a su vida.
Emiro se sintió totalmente devastado por la partida de
Ana y no pudiendo recuperarse del dolor que le causaba su ausencia, perdió todo
incentivo de continuar esa triste vida de soledad.
Cada día pasaba más horas encerrado en su casa, atendía
muy poco a sus gallinas, a sus panales; Pancho ya lo veía muy poco.
En su aislamiento, Emiro pensaba mucho en Ana y lo que
más deseaba era cruzar ese umbral que ella había cruzado para que pudieran
estar juntos otra vez.
A veces pasaban días en que no salía de su casa en lo
absoluto. Pancho extrañaba mucho a Ana, dentro de su sabiduría animal entendía
que Ana había partido; también entendía que Emiro aún estaba allí y que él, las
gallinas y las abejas lo necesitaban y lo extrañaban mucho.
Un día, Pancho se acordó de aquella cruel sequía que les
hizo padecer tantas necesidades y también se acordó de aquellos lentes que
Emiro le había puesto. Esos lentes lo ayudaron a comer para no morir de hambre
hasta que la lluvia volvió.
Los lentes habían estado colgados en una de las paredes
del establo desde aquel entonces. Pancho pensó que, si Emiro se ponía esos
lentes vería la vida con otro color y saldría de su infinita tristeza.
Rápidamente agarró los lentes con su hocico y fue al
corral de las gallinas; éstas al verlo con los lentes sujetos en su hocico
parecieron comunicarse con él y todas corrieron hacia el gran portón del corral,
el que Pancho hábilmente abrió.
Pancho seguido de todas las gallinas galopó hasta los
panales y rebuznó para que las abejas todas lo oyeran. Las abejas, igualmente que las gallinas,
parecieron establecer líneas de entendimiento con Pancho y toda la colmena
salió para formar una nube que voló tras su galope.
Pancho llegó hasta la ventana de la casa de Emiro, puso
los lentes en el panel de la ventana y comenzó a rebuznar, las gallinas que lo
habían seguido comenzaron a cloquear y la nube de abejas zumbaba.
Emiro, recostado en su cama con el pensamiento perdido en
el recuerdo de Ana, fue sacado de aquel trance por los sonidos emitidos a su
ventana. Sintió mucho miedo al pensar que algo muy grave estaba ocurriendo. Corrió
hacia la ventana y al asomarse, de ipso facto todos los animales se callaron.
Emiro estaba muy confundido de ver a todas sus gallinas y
a sus abejas que parecían estar siendo comandadas por Pancho.
Al posar las manos sobre el marco de su ventana, se
percató de que estaban allí los lentes verdes. El solo contacto con aquel
objeto lo hizo sentir una ráfaga de recuerdos que lo llevaron al pasado y lo
regresaron al presente.
Emiro tomó los lentes en sus manos y recordó con detalles
aquel día en que trajo los lentes a su casa; recordó la fe que Ana y él
compartieron para poder ayudar a Pancho y la fe en que la sequía terminaría
pronto. Miró a Pancho, quien al atrapar su mirada le hizo sentir que comprendía
su dolor y que a su vez le decía, “La partida de Ana es como aquella sequía en
la que todos sufrimos, pero la superamos. Es muy doloroso, pero ponte los
lentes de la fe. Ana amaba a sus maizales, sus flores, sus gallinas, sus abejas
y a mí; siempre compartiste ese amor con ella. Sigue cultivando ese amor y el
amor de Ana seguirá a tu lado.”
Los ojos de Emiro se anegaron en lágrimas, “¡Vamos, todo
el mundo a su casa!” Les dijo con voz de autoridad cariñosa.
Salió de la casa y arreó las gallinas al corral; las
abejas volvieron a sus panales y Pancho con un paso lerdo pero feliz se dejó
llevar a su establo.
Emiro siguió viviendo una vida apacible recordando a Ana
con mucho amor; sus gallinas siguieron poniendo muchos huevos, sus abejas
siguieron colmando sus colmenas de miel exquisita y Pancho siguió siendo su
compañero fiel.
Bonita y conmovedora historia, siempre con creaciones muy especiales
ResponderBorrar¡Muuuchas gracias! ¡Dios te bendiga!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Me encantó esta historia. La fe mueve montañas y el amor cuando es sincero y verdadero nunca muere. La lealtad de Pancho es extraordinaria. Te felicito mi hermana por ese privilegio que Dios te dio para crear historias.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Muy bello tu cuento, como todos los demás. Este tiene un gran encanto y son los lentes los protagonistas más que los personajes y el burro, pero resaltan el amor y la lealtad por encima de todo. Dios te siga inspirando.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Yarelis Petit:
ResponderBorrar“Este cuento es demasiado hermoso.”
Bueno amiga, Usted siempre creativa y desarrollando suspenso en sus historias. Felicitaciones. Un abrazo.
ResponderBorrar¡Palabras muy halagadoras, gracias por tu afable consecuencia!
BorrarTu inspiración es espectacular, una familia hermosa donde el amor transpiraba por todo su hogar con sus animales, vegetación y todo lo que lo rodeaba y esos lentes maravillosos que le salvaron la vida a su amigo fiel Pancho, también le salvo la vida a Emiro y a los animales, es una inspiración de amor, fe y lealtad. Eres maravillosa en tus creaciones, que por medio de la escritura haces que uno se imagine los personajes, paisajes y toda la trama como si uno estuviera al lado de ellos. Dios te Bendiga tía, y que siempre nos siga recreando con tus historias hermosas
ResponderBorrar¡Mientras que haya lectores como tú, escribir seguirá siendo muy estimulante! Muchas gracias por tu emotividad. ¡Dios te bendiga!
BorrarUn cuento con un tema muy original. Los personajes que te inspiraron los recuerdo con nitidez fotográfica. Tengo la memoria remota cada vez más desarrollada. Es un signo de envejecimiento que asumo con dignidad. Muy bonita la historia. Te felicito
ResponderBorrarGracias mi niño de mi corazón. Me halaga mucho que seas uno de mis lectores y que compartamos recuerdos. ¡Dios te bendiga!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Maira González:
ResponderBorrar“¡Qué belleza!”
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