Un Duende Viajero En Inglaterra todos los jardines son muy bellos y en ninguno falta la estatuilla de un duende. Cuando vivía en ese país, en los tardíos años de 1970, escuché una anécdota sobre un duende que fue robado de un jardín; una historia muy ocurrente, un material estupendo para escribir un cuento. He aquí el cuento que me ha inspirado escribir el recuerdo de esa anécdota. Gnomofredo Robert y Carolyn eran una pareja de recién casados, acababan de mudarse a una pequeña cabaña en un pueblo muy pequeño llamado Skirlaugh, ubicado en el condado de Yorkshire. Ellos eran unos granjeros muy pobres; uno de sus sueños era viajar por todo el mundo. Entre los regalos que habían recibido por su boda había un pequeño duende. Al desempacar, lo primero que sacó Carolyn fue el duende; enseguida le buscó la mejor ubicación en su jardín, al lado de una banquita y junto al bebedero de los pájaros. Ellos se sentaban por las tardes en el jardín a tomar una taza de té y conversaban de s
Entradas
Mostrando las entradas de noviembre, 2021
- Obtener vínculo
- Correo electrónico
- Otras apps
Un Pavo Genuino La tradicional celebración anual de las familias estado unidenses del Día de Acción de Gracias marca el consumo masivo de como mínimo un pavo por familia. Muchos son los chistes y parodias que han surgido y siguen surgiendo cada año para dramatizar la numerosa cantidad de pavos que son sacrificados para este evento. He visto recientemente una ilustración (Suzie's Food Glorious Food. Credit to Artist), que me ha inspirado para escribir esta historia. Érase una vez un joven que poseía una inmensa cría de vacas y de pavos en el estado de Tennessee, USA. Cuando llegaba el mes de noviembre vendía muchos de sus pavos a los mercados, pero siempre reservaba el más grande para engalanar la cena familiar del tradicionalmente celebrado Dia de Acción de Gracias. Cuando ya faltaban pocos días para que se consagrara su primer gran venta, decidió escoger el pavo familiar. Su abuelo era un señor ciego, pero siendo muy buen conocedor de la hacienda de su nieto, caminaba
- Obtener vínculo
- Correo electrónico
- Otras apps
Un Gigante y Una Cobija Fulminante Érase una vez un gigante al que sólo le gustaba comer frutas; vivía en una cueva tan gigante como él, en lo alto de una montaña en la que abundaban las bayas. Le encantaban todas las variedades de bayas, pero más le gustaban las fresas. Cuando soplaba viento que venía desde el pie de la montaña, el gigante sentía que olía a fresas y se imaginaba que allá abajo debería haber fresas muy ricas. Un día el gigante se comió todas las fresas que encontró en los alrededores de su cueva, pero aún tenía hambre y entonces pensó en bajar de la montaña para buscar más fresas. Al pie de la montaña había un pequeño pueblo de granjeros cuya cosecha principal eran las fresas. Cosechaban las fresas más grandes y rojas que alguien pudiese imaginar. El gigante al llegar al pie de la montaña pudo percibir el rico olor de aquella brisa que estaba impregnada con el olor a fresas. Avistó una siembra y golosamente comió fresas hasta que su hambre quedó satisfecha. Se sentía m
- Obtener vínculo
- Correo electrónico
- Otras apps
Los Soldaditos de La Luna Este era un valle muy pequeño; todos sus pobladores eran familias de agricultores que cosechaban vegetales que luego vendían en los mercados de una ciudad grande que quedaba cerca. Arabela vivía en este pequeño poblado con sus padres. Ella había sido una niña muy feliz que corría y jugaba incansablemente entre los pastizales de los alrededores del huerto de sus papás, y cuando ellos se lo permitían les ayudaba a recoger sus cosechas. Un día, Arabela se enfermó de un padecimiento incurable que la hacía sentir más débil cada día. Los padres de Arabela trataban de animarla todo el tiempo, por sobre todas las cosas ella se sentía muy amada. Arabela siempre había admirado mucho la belleza de la luna y aunque nunca se lo dijo a sus padres, su gran sueño había sido caminar mucho hasta llegar a escalar la montaña más alta para poder tocarla. Desde que Arabela comenzó a padecer esa enfermedad, la mayor tristeza que la embargaba era que ya no podría llegar a tocar la lu