Un Duende Viajero
En Inglaterra todos los jardines son muy bellos y en
ninguno falta la estatuilla de un duende. Cuando vivía en ese país, en los
tardíos años de 1970, escuché una anécdota sobre un duende que fue robado de un
jardín; una historia muy ocurrente, un material estupendo para escribir un
cuento. He aquí el cuento que me ha inspirado escribir el recuerdo de esa
anécdota.
Gnomofredo
Robert y Carolyn eran una pareja de recién casados, acababan
de mudarse a una pequeña cabaña en un pueblo muy pequeño llamado Skirlaugh,
ubicado en el condado de Yorkshire. Ellos eran unos granjeros muy pobres; uno
de sus sueños era viajar por todo el mundo.
Entre los regalos que habían recibido por su boda había
un pequeño duende. Al desempacar, lo primero que sacó Carolyn fue el duende; enseguida le buscó la mejor ubicación en su
jardín, al lado de una banquita y junto al bebedero de los pájaros.
Ellos se sentaban por las tardes en el jardín a tomar una
taza de té y conversaban de sus planes futuros, “Me gustaría tanto que
pudiésemos conocer el mundo, las grandes capitales, cada una con su distintiva
arquitectura.” Le decía Carolyn a Robert mientras que con su imaginación
viajaba por el mundo; el duende era un compañero infalible y silencioso de
aquellas tertulias.
Un día, cuando se sentaron en el jardín como de
costumbre, se percataron de que el duende no estaba, en su lugar había una
nota, “Queridos Robert y Carolyn, he decidido irme a viajar por toda la Tierra.
Ustedes me han contagiado esa inquietud de conocer las capitales del mundo. No
los olvidaré nunca. Vuestro amigo entrañable, Gnomofredo.”
Aquella nota les pareció una broma de algún vecino que
probablemente había escondido al duende.
Pasaron varios días y nadie había devuelto el duende al jardín;
Robert y Carolyn guardaban la esperanza de que cualquier día lo encontrarían en
el lugar que antes había estado.
Un día no muy lejano, recibieron una postal de Londres,
“Queridos Robert & Carolyn, Londres es una ciudad vibrante. Sus rosales son
exquisitos. Pernoctaré en sus jardines varios días y luego seguiré viajando por
el mundo. Les extraña, Gnomofredo.”
Robert y Carolyn no lo podían creer, aquella persona que
les había robado el duende ahora tenía la desfachatez de burlarse de ellos.
No mucho tiempo después recibieron otra postal enviada
desde París, “Queridos Robert y Carolyn, París es una ciudad electrificante,
sus jardines son como óleos famosos. Les extraña, Gnomofredo.”
Luego recibieron una postal enviada desde Ámsterdam,
“Queridos Robert y Carolyn, estoy fascinado con los tulipanes holandeses y la
majestuosidad de sus canales. Les extraña, Gnomofredo.”
Aquel recibir de postales no cesó a través de muchos
años. Cada postal era enviada de una capital diferente.
Robert y Carolyn vivieron maravillados por aquel
personaje que se había dedicado a enviarles postales de cada una de las capitales
del mundo; ellos las guardaban con mucho celo.
Ya habían recibido 194 postales, todas muy bellas y todas
firmadas por Gnomofredo.
“Robert, hemos recibido ya una postal de cada capital de
los países de la geografía de La Tierra. No hemos podido viajar, pero ha sido
muy bello tener a alguien que al viajar y conocer esos lugares nos ha tenido
presente en su corazón.” Le dijo Carolyn a su amado esposo.
“La verdad es que quien se llevó a Gnomofredo ha sido muy
consecuente con nosotros, siempre nos ha mantenido en su pensamiento y nos ha
regalado la más bella colección de postales que alguien pueda tener.” Dijo
Robert preso de una profunda gratitud.
Un día de bonita primavera, cuando ya las plantas de su
jardín se vestían con hermosas flores, Robert y Carolyn se sentaron en aquella
banca que había sido parte de sus vidas por tantos años. Encontraron a
Gnomofredo con una pequeña maleta y una nota, “He terminado de recorrer el
mundo. He regresado a casa. Hogar Dulce Hogar.”
Robert y Carolyn lloraron de la felicidad y aunque no
sabían quién les había traído de vuelta a su duende, sintieron que había
regresado a ellos alguien muy importante. Se sintieron tentados de guardarlo
dentro de la casa para que nadie más se atreviera a llevárselo, pero entendían
que Gnomofredo sólo sería feliz en un jardín.
Poco tiempo después recibieron la visita de un periodista
quien les dijo tenía conocimiento de que ellos poseían la única colección en
todo el mundo, formada por postales selladas en los 194 estados soberanos del
mundo. Que había un coleccionista que
estaba dispuesto a pagarles muchísimo dinero por esa colección.
Robert y Carolyn se miraron, sonrieron y al unísono le
dijeron al periodista, “Nuestra colección de postales no está a la venta, no
habrá precio que pueda pagar lo que ella representa para nosotros.”
Cuando esa tarde fueron al jardín a tomarse una taza de
té, notaron que el rostro de Gnomofredo había cambiado, ahora tenía una amplia
sonrisa.
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Muy bello cuento. Quien quiera que se llevó el duende, le dio mucha felicidad al matrimonio y conocieron al mundo por medio de las postales y muy agradecidos por tan bella atención. Muy bello y hermoso cuento, me gustó. Ese fue un viaje fantástico por medio del duende.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Haydee González:
ResponderBorrar“Muy bueno. Me gustó la manera de dejar la incógnita de si fue que se lo robaron o él cobró vida y se fue a viajar.”
Una historia llena de magia, muy bonita, creativa y particular
ResponderBorrar¡Hermosos calificativos que realzan mi cuento! Gracias! ¡Que Dios te bendiga!
BorrarEl mensaje siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Ese duende viajero me encantó. Cómo le llenó la vida a esa pareja de alegría y emociones. Quien lo hizo, sea un duende o un vecino, lo hizo para bien.”
La gélida ALBION, con sus duendes y hadas, guarda misterios que solo se respiran por allá. Pocos son los que no creen en esos seres elementales. Está bonito este cuento, casi de Hans Christian Andersen
ResponderBorrarUna anécdota genuina de la cultura de los anglicanos, con un toque de imaginación por mi parte para elevarla a cuento. ¡Gracias por tu gran apreciación y halagos! ¡Bendiciones!
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