Mr. Buck

Hay muchísimos pensamientos que tratan de poner en palabras lo que es nuestra luz interna; si pudiese hacer referencia a todos, escribiría un escrito extremadamente extenso, porque hablar de nuestra luz interna es un tema del poeta, del ensayista, del literato, del espiritualista, del teólogo, del romántico; en fin, de todo aquel ente que piense en esa luz que resplandece dentro de cada uno de nosotros.

Hace ocho años más o menos, una muy querida amiga, Aura Elena Omaña, me regaló un pequeño libro de pensamientos. Aparte de haber sido un gesto muy lindo, esa recopilación de pensamientos me hicieron recordar mucho a mi papá, al leerlos tuve la sensación de que muchos de esos pensamientos habían sido la base de su filosofía de vivir.

Uno de ellos tuvo un significado aún más especial, no puedo reconstruir sus palabras textuales, lo que sí me quedó grabado fue lo que a mí me transmitió al leerlo pues me hizo recordar una vivencia de cuando tenía 23 años.

 “No importa en cuánta oscuridad te sientes sumergido, no importa cuánto dolor sientes dentro de ti, no importa lo solo que te puedas sentir; tu luz interna siempre brilla y con su brillo puedes iluminar a alguien.”  Este fue el mensaje que yo percibí al leer aquel pensamiento.

Ahora quiero entrar en mi relato, por ser un recuerdo tan bonito y significativo en mi vida no voy a cambiar los nombres, lo llegué a escribir cuando tuve mi blog, “Mi Historia y La Tuya”, y sentiré aún más gusto ahora en reescribirlo, porque con el correr de los años los recuerdos bonitos se van profundizando aún más; en la medida que seguimos caminando en la vida, los momentos significativos cobran más valor porque han demostrado ser imborrables e irremplazables. 

Mr. Buck

Hablaré en este escrito sobre un señor que se llamó George Buck, a quien tuve el inmenso placer de conocer y de ver casi a diario por mis dos primeros años de vida estudiantil universitaria en la ciudad de Leeds, Inglaterra.

Nunca supe la edad de aquel sublime señor que con gracia, educación y amabilidad era el guardián de la residencia estudiantil James Baillie Flats de la Universidad de Leeds.

Mr. Buck era un señor muy alto y delgado, que tenía la apariencia de ser mayor, la educación de un estudiado universitario, la dulzura de un padre y de un abuelo, la chispa de un humorista, la paciencia de un ser que ama y respeta los animales, la consecuencia de un gran amigo y el encanto de un ser que tenía magia.

Aquella residencia estudiantil calculo tenía una población de 300 residentes; me atrevo a decir que yo fui en el lapso de esos dos años la estudiante que más contacto tuvo con Mr. Buck; todo se debió a que yo recibía semanalmente muchas cartas de mi familia y todas eran certificadas; por esta razón, Mr. Buck no las podía dejar en mi buzón; él me dejaba una nota para que al llegar a la sala de los buzones tocara la campana de que necesitaba asistencia; una vez tomada esa acción, Mr. Buck venía diligentemente con mis cartas y el papel de acuso de recibo para ser firmado.

“Su familia debe tener un pozo de petróleo en el patio de la casa.” Me dijo una vez de una manera muy jocosa. “¿Qué le hace pensar eso, Mr. Buck?” Le pregunté compartiendo su jocosidad.

“En los años que llevo sirviendo como guardián de James Baillie jamás conocí un estudiante que recibiera tantas cartas certificadas, seguro que le envían un cheque gordo en cada una de ellas.” Me contestó con un rostro impregnado de su excelente sentido del humor.

“La verdad que cada una de esas cartas me trae un cheque gordo de felicidad y compañía.” La mirada de Mr. Buck me decía que de corazón entendía lo que mis palabras querían expresar.

“Usted debe ser una joven muy famosa en su país. Sus admiradores le envían cartas certificadas para asegurarse de que las recibe.” Me dijo en otra oportunidad con una dulce sonrisa.

A partir de no sé qué día, cuando me traía el acuse de recibo para que lo firmara me decía, “Distinguida Miss Petit, concédame el privilegio de darme su autógrafo.”

Cada tarde después de la caída del sol, cuando estimo que ya había cumplido con sus labores diarias, lo veía desde la ventana de mi habitación de un tercer piso cuando salía a caminar con sus dos perros. En el silencio del anochecer le escuchaba cómo les hablaba, como si fuese acompañado por dos amigos fieles que entendían perfectamente su monólogo.

Después de haber vivido un año y de haber aprendido a apreciar la labor de aquel sutil personaje, llegó un día que marcó la vida de Mr. Buck así como la mía.

La sociedad latinoamericana del Centro de Estudiantes de la universidad había organizado un evento para dar a conocer  la cultura y geografía de Venezuela. Yo fui parte activa de aquel evento. Una de nuestras metas era lograr atraer una concurrencia muy nutrida.

Me tomé la libertad de invitar a Mr. Buck a que atendiera el evento y gustosamente aceptó.

El show tendría lugar un miércoles de 7 PM a 9 PM. En mi paso por el salón de buzones le dije a Mr. Buck, “Yo me iré en taxi para la universidad. ¿Quiere que compartamos el taxi?” Mr. Buck aceptó gustosamente. En realidad la universidad quedaba muy cerca, pero ese día ir en taxi resultaría de mucha conveniencia ya que llevaría una caja con material de apoyo para el evento, e iría vestida con una manta goajira, un atuendo que resultaría extraño a los ojos de cualquier peatón.

Llegada la hora debida, Mr. Buck y yo abordamos el taxi y nos hicimos presentes en el acontecimiento.

Fue una velada muy amena, con una asistencia muy concurrida, una vez que concluyó, salimos un grupo a la calle justo al frente del Parkinson Building, Mr. Buck caminaba a mi lado. En el grupo comenzaron a lanzar ideas para continuar con una celebración compartiendo tragos en uno de los “pubs” más cercanos.

Yo miré a Mr. Buck y le dije, “¿Quiere que llamemos un taxi o prefiere que tomemos el autobús para regresar a James Baillie?” Los ojos de Mr. Buck brillaron de una manera muy especial, “Yo creo que podemos tomar el autobús.”

En ese momento Mr. Buck y yo éramos dos amigos que simplemente querían regresar a casa. Compartimos una sonrisa de aprobación, nos despedimos del grupo con un “Good night” y nos dirigimos hacia la parada del autobús.

Cuando se completó el segundo año de mi carrera, yo tuve que mudarme de James Baillie Flats pues la universidad no facilitaba alojamiento a sus estudiantes más que por dos años. Me mudé a una residencia estudiantil que quedaba en las afueras de la ciudad.

Aquel último año de estudios fue un año de retos máximos; era mi sexto año en Inglaterra. Había venido viviendo una odisea marcada por un estudiar casi enfermizo, soledad, decepciones, controversias, insatisfacciones; muchos aspectos que desde el principio habían hecho mella en mi poder de resiliencia; a pesar de todo y gracias a las experiencias bonitas que me habían acompañado yo seguía en pie, batallando con un temor de fracaso muy fuerte.

Terminaba casi el invierno de 1980, era un sábado. Un día en el que me sentía muy desvalida y acobardada, la soledad embriagaba mi ser; me sentía sumergida en un mundo de inmensa oscuridad.

Salí para caminar; caminar era una de las terapias que me ayudaban a amortiguar mi soledad. Caminé por hora y media hasta llegar al centro de la ciudad. Otley Road y Headingly Lane no me parecieron calles largas, ni cortas, eran simplemente calles que al caminarlas de ida y de vuelta cansarían mi cuerpo y mi mente para que al acostarme en mi cama, cayese vencida en un sueño profundo en el que ya no hubiese a mi alrededor más que la oscuridad de su trance.

Eran probablemente cerca de las dos de la tarde cuando en mi caminata de regreso, me vi en la entrada de la calle North Hill Road en cuyo final estaba James Baillie Flats. Unos escasos pasos después de esta entrada estaba la parada del autobús.

Había una persona en esa parada quien al verme dijo, “Ingrid Beatriz Petit Villalobos”. Mi mirada se centró entonces en aquel ser que recitaba mi nombre completo. Para mi agradable sorpresa, Mr. Buck era aquel ser.

“¡Mr. Buck! ¡Qué gusto tan grande volver a verlo!” Le dije muy conmovida.

“A mí también me da mucho gusto verla de nuevo Miss Petit. He esperado este momento con cierta impaciencia.” Me respondió con una amplia sonrisa.

“¡No puedo creer que aún recuerda mi nombre completo!” Le dije ya cuando mi sonrisa se convertía en risa de complacencia.

“Le confieso que su largo nombre nunca lo voy a olvidar mientras viva.” Me dijo acercándose hasta el punto de que tomó una de mis manos. Sentí que la calidez de su mirada se extendía a aquella mano de piel arrugada.

Me sentí totalmente reconfortada al contacto de su calidez.

“Sus palabras me halagan, Mr. Buck; es muy bonito que no haya olvidado mi nombre.” En realidad no sabía ni qué decirle.

“Me hizo vivir el día más bello que recuerdo desde que soy un anciano. ¿Recuerda aquel día que me invitó a que asistiera a un evento en la universidad?”

Tenía yo una sonrisa dibujada en mis labios cuyo reflejo estaba anclado en mis ojos.

“Claro que lo recuerdo.” Fue mi corta aceptación.

“Aquella joven estudiante me hizo sentir tan especial; no sólo me invitó al evento,  sino que compartió el taxi conmigo. Luego cuando todo terminó y cuando sus jóvenes amigos le invitaron al pub, ella prefirió la compañía de este anciano. Regresó conmigo y hasta me permitió escoger entre un taxi y el autobús.” En la medida que hablaba sus ojos destellaban luz de emoción.

Ahora sí que yo no sabía cuáles eran las palabras apropiadas y si era oportuno que dijera algo.

“Me pregunté y no entendí, cómo una muchacha tan joven y bonita prefería acompañar a un anciano de regreso a su casa en lugar de irse a divertir con sus amigos. Me hizo sentir privilegiado. Ya me sabía su nombre completo, pero ese día, su nombre quedó tallado en mi corazón.”

Le apreté su mano, permanecí callada pues una sola palabra mía hubiese desencadenado un llanto de emoción.

“Venga conmigo. Después que se mudó de James Baillie, le llegaron algunas cartas. Yo las pude haber entregado a la universidad para que se las remitieran a su dirección nueva, pero no lo hice porque sabía que algún día la volvería a ver y quería entregárselas yo mismo para pedirle un autógrafo.”

En silencio caminamos a lo largo de North Hill Road, hasta que llegamos a aquella recordada oficina de buzones de correspondencia.

Efectivamente, Mr. Buck tenía en su posesión un fajo de cartas para mí, ninguna de ellas era certificada; al recibirlas no tuve que firmar. Me empiné en la punta de mis pies para alcanzar su mejilla y le di un beso, “Gracias, Mr. Buck; yo tampoco he de olvidar su nombre.”

El rostro de aquel sublime anciano se bañó en lágrimas, “No recuerdo cuándo fue la última vez que mi hija me dio un beso; solo sé que fue hace mucho tiempo.”

Ese día aprendí que aquella oscuridad que arropaba a mi ser no cubría a mi luz interna, ni siquiera la opacaba; brillaba intensamente y podía alumbrar a un ser que necesitara de ella.   


Comentarios

  1. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Yarelis Petit:

    “Qué hermosa vivencia. Creo que alguna vez me hablaste de Mr. Buck.”

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  2. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Norma Beatriz Rodríguez:

    "¡Precioso!"

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  3. Ya te había escuchado esa historia pero igual me encantó leerla, y no descubrí nada que no supiera, eres una persona especial

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    1. Tus palabras son gratificantes. Tal parece que al igual que Mr. Buck ... recuerdas mi nombre. ¡Un abrazo fuerte!

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  4. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Marianela Fernández de González:

    "Hermoso"

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  5. El mensaje siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:

    “La historia de mi hermanita y Mr. Buck la conocía en parte, una hermosa amistad. Bellos recuerdos y sin omitir detalles, ¡Qué memoria!

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  6. El mensaje siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:

    “Me pareció una vivencia espectacular, me gustó mucho conocer esa parte de tu vida en Inglaterra y me agradó Mr. Buck.”

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  7. Gracias Amiga Ingrid por nombrarme en tu cuento. Y recordar lo q te dejó el libro de pensamientos.
    Vivo tus historias , son gratas. Me gustó tu historia con Mr. Buck y esa luz q encendiste en ese Sr q tanto la necesitaba. Todos debemos ser siempre LUZ en el camino de la vida.

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    1. Gracias a ti mi querida y siempre recordada Aura Elena, fuiste maestra en la escuela primaria de una de mis hijas y te llegaste a convertir en una amiga muy solidaria que me ha ayudado a crecer espiritualmente. ¡Dios te bendiga!

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  8. Estoy leyendo con atraso. Por experiencia se que los ingleses pueden parecer de piedra, pero en el fondo son muy humanos, y cuando se hace amistad con alguno de ellos, son gente transparente. La gente mayor suele ser muy solitaria. Grandiosa esta historia!

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    1. Cierto, los dos conocimos muy de cerca la idiosincrasia inglesa y si es muy cierto que pueden ser metálicos y fríos como la tierra en la que viven, muchos tienen un corazón muy cálido. Mr. Buck fue un Ángel que tocó mi vida. Gracias mi niño erudito por tus valioso comentario. ¡Dios te bendiga!

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