Trataré una vez más de convertir un recuerdo en cuento. Mi madre nos
contaba mucho de su niñez y de su adolescencia; sus anécdotas eran muy
elocuentes y muchas de ellas se quedaron en mi mente como recuerdos que parecen
que yo viví también, aunque su entorno geográfico y cronológico data de uno muy
diferente al mío. Muchos de estos recuerdos se hacen más vivaces cuando puedo
conversar de ellos con mis hermanos, cada uno recuerda un detalle que a otros
de nosotros tal vez se nos fugó de la mente. Es muy regocijante convertirlos en
cuentos y que todos después podamos compartir su lectura.
Mi cuento de hoy versa sobre una lucia. A decir verdad, yo creo que nunca he visto una lucia en mi vida, ni le he escuchado decir a nadie que ha llegado a ver uno de estos reptiles. Puede ser que, sin detallarla mucho, la lucia pueda ser confundida con una lagartija común, pero quien de verdad sabe cómo es una lucia, pues las distingue rápidamente.
A continuación, he copiado información que he sacado del internet:
“La lucia común es una especie endémica de lagarto terrestre de la familia conocida
como lagartos de cristal. Su nombre común viene de su extrema facilidad en romper
la cola: ante un depredador se dejan caer partes de cola rompiéndose en varias
partes, como un cristal. Los pedazos de cola siguen moviéndose, mientras el
lagarto se inmoviliza, distrayendo al depredador, y permitiendo un eventual
escape. Esta pérdida seria de masa corporal requiere un considerable esfuerzo
para ser reemplazada, y normalmente la nueva cola es más pequeña que la
original.
Viven en la hojarasca y entre los troncos caídos. Los adultos miden entre
11 a 14 centímetros (longitud de cuerpo).
Tiene un cuerpo alargado. Las patas son pequeñas con relación a su cuerpo.
Su dorso es metálico de color marrón o crema, mientras el vientre es de
color blanco o gris. Presenta escamas muy finas que le ofrecen un aspecto muy
brilloso. Una de sus características más distintivas es una línea de color
negro en los costados que se extiende desde su hocico hasta la parte media de
sus laterales.
Una Lucia de Cristal
En un pequeño pueblo a orillas de un hermoso lago vivían Isaac y Alfonso con
su familia. Ellos estaban muy tristes porque su abuelito, Don Adolfo, estaba
muy enfermo, ya no hablaba, pasaba todo el día acostado en su hamaca como
dormido, de pronto parecía sobresaltarse, pero no despertaba. El médico había
dicho que si no lograban que despertara pronto era muy difícil que se salvara.
Isaac había escuchado hablar de una señora curandera que con sus brebajes
caseros curaba todos los males. Le propuso a Alfonso que fueran a conversar con
esa señora.
Llegaron a su pobre ranchito, tenía piso de arena y techo de caña. Era una
señora muy gorda, con pelo largo y piel quemada por el radiante sol que cada
día bañaba aquel pueblo tropical. Con mucha amabilidad los recibió y les
ofreció taburetes para que se sentaran. “Cuénteme jovencitos, ¿Qué le sucede a vuestro
señor abuelo?” Les preguntó con mucha premura.
“Ya no quiere hablar, se la pasa todo el día acostado y de pronto pega
brinquitos como si se fuera a despertar, pero se vuelve a quedar dormido. Abre
un poquito los ojos y saca la lengua cuando pega esos brinquitos, pero no
despierta.” Le explicó Alfonso muy apesadumbrado.
“No ha comido nada en muchos días; Mamá le da agua y caldo, pero le cuesta
mucho hacer que trague el líquido. El doctor ha dicho que, si no despierta
pronto, se va a morir. Díganos que podemos
hacer para salvar a nuestro abuelito; lo queremos mucho, no queremos que se
muera.” Agregó Isaac, y comenzó a llorar con mucho dolor.
“A vuestro abuelito le hace falta que una lucia le prenda la luz que se le está
apagando muy adentro.” Dijo la señora.
¿Una lucia? Preguntó Isaac.
“Sí, una lucia.” Dijo la señora persignándose y mirando hacia el cielo.
“¿Qué es una lucia?” Preguntó Alfonso con una chispa de esperanza en su
mirada.
“Una lucia es un lagarto de cristal, su piel es brillante y muy suave. Las
lucias saben cuando a una persona se le está apagando la luz del alma. Ellas
están hechas de un cristal que al romperse le dan luz al cuerpo del enfermo.”
Les explicó con mucha calma.
Isaac y Alfonso se miraron el uno al otro, sentían la piel erizada al
escuchar las palabras de aquella señora.
“¿La lucia se tiene que partir para salvar a Papadolfo?” Preguntó Alfonso
con un asombro muy grande.
En seguida siguió Isaac con otra pregunta, “¿La lucia se tiene que morir
para salvarlo?”
La señora se rio ligeramente, “La lucia lo bañará con la luz interna de su
cola de cristal, a ella le crecerá otra cola.”
“Yo nunca he visto una lucia. ¿Dónde podemos encontrar una lucia?” Preguntó
Alfonso con gran interés y curiosidad.
“En mi patio hay muchas lucias. Ellas viven debajo de las hojas y pedazos
de troncos. Vengan conmigo, ellas son mis amiguitas. Yo atraparé una en una
cajita para que se la lleven.” Les dijo la curandera y seguidamente se encaminó
hacia su patio.
Sin tener que buscar mucho encontró una lucia color marrón crema; tal cual
la señora había dicho su piel estaba cubierta por escamas brillosas.
La trajo con ella en sus manos, una vez dentro de su humilde casa la guardó
en una caja pequeña. Isaac y Alfonso no se habían apartado de ella ni un solo
momento.
“Yo sé que todas las noches, muchas personas van a vuestra casa a orar por
la salud de vuestro abuelito. Esta noche cuando todos oren, vosotros le vais a
poner la cajita con la lucia debajo de su hamaca, y la destapáis. La lucia
sabrá qué hacer.” Les explicó con sosiego y sabiduría.
Alfonso sin hacer ninguna pregunta agarró la cajita con mucho cuidado y
cierto temor.
“No le temáis a la lucia, ella sanará a vuestro abuelito.” Le dijo haciendo
una señal de bendición con su mano derecha.
Isaac y Alfonso se alejaron.
Esa noche, un buen grupo de personas vino a la casa de Isaac y Alfonso a
orar; todos se sentaron cerca de la hamaca en la que descansaba Don Adolfo. Los
dos jovencitos de forma discreta pusieron la cajita con la lucia debajo de la
hamaca y la destaparon.
La curiosidad surgió entre los oradores y quisieron saber qué había dentro
de esa caja.
Uno de ellos se acercó y pudo ver a un animal parecido a una lagartija que
estaba boca arriba, que parecía dormida y que de pronto pegaba brinquitos y
sacaba la lengüita.
“¡Dios Santísimo!” Exclamó persignándose.
“¿Qué hay en esa caja?” Preguntó otro de una manera alarmante.
“¡Una brujería!” Gritó con un alarido de horror.
Todo el grupo, en señal de asombro con ojos desorbitados, se llevó las
manos a la cabeza. En ese momento, el cielo se iluminó con un relámpago que
alumbró más que todas las luces del pueblo, enseguida se oyó un trueno sumamente
estrepitoso y se cortó la electricidad.
Todo el mundo estaba petrificado; la mamá de Isaac y Alfonso quien siempre
tenía a mano una vela con fósforos encendió un sirio; enseguida se escuchó un
explosión muy grande y la vela se apagó. El único transformador de electricidad
del pueblo acababa de explotar.
Todo el mundo salió a las calles preso de un pavor extremo.
Entre toda la gente que estaba en la calle se encontraba Don Adolfo, para
admiración y asombro de todos.
En el transcurso de unas horas el transformador fue reparado y el servicio
de electricidad fue restablecido. En la cajita que había estado la lucia, Isaac
y Alfonso sólo encontraron muchos pedazos de cristal.
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Qué buena imaginación mi querida Ingrid. Muy chistoso, recuerdo cuando mamá nos contó la anécdota de la lucia, muy buena. Yo sí llegué a ver lucias , las que llegué a ver eran pequeñas como una lagartija y de color azul añil.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mirla Petit:
ResponderBorrar“Muy buena tu imaginación. Yo sí vi una de esas lucias , se parecen a las lagartijas, son como grises y la cola es de color azul y un poco brillante. En Corito habían.”
Buena historia aunque no la recuerdo de esa manera; yo también he visto una Lucia y son como las describen mis hermanas, beige y con la colita azul
ResponderBorrarEs muy cierto que cada quien tiene un recuerdo que de alguna manera difiere, tal vez lo único que tengan en común sea la lucia. Te quiero GRANDOTE hermanita!
ResponderBorrar¡Vaya, es un cuento maravilloso y muy bonito!
ResponderBorrarAhora, en el ámbito familiar, yo nunca había escuchado un relato relacionando a "Papá Adolfo" (como solemos siempre llamar a tu bisabuelo Adolfo Hernández) con una lucia (!!!) y en ese estado de enfermedad. Me impresiona, y para mí es más razón para agradecerte que hayas hecho referencia a esta anécdota pero transformándola en forma de cuento literario.
Ciertamente, en Maracaibo había muchas lucias azules, se veían con frecuencia en las casas viejas y en la zona del centro, supongo porque tenían muchos escondites muy frescos donde vivir y multiplicarse. Así, solían salir de agujeros, de escondrijos, como en la actualidad, pero ahora se ven menos, y en las zonas muy urbanizadas, con mucho concreto, se dejan ver muy poco. En las casas donde nosotros vivimos de pequeños en Valle Frío, abundaban, las veíamos casi a diario. Ese reptil es de una apariencia muy limpia y agradable. Es lustroso, de un brillo como satinado, y el azul eléctrico resalta en su cola.
Yo no conocí las lucias marrones (sin azul en sus cuerpos) hasta que no viajé al vecino estado de Falcón. En la Sierra de Falcón hay lucias marrones. Allá se les conoce con el mismo nombre, y de hecho en ese estado se usa muchísimo la palabra "lucio" para decir que algo es muy liso, limpio o pulido. No tengo la certeza de que a ese reptil se le diga lucia en otras partes de Venezuela, ni mucho menos en otras partes del mundo. Seguro que existen muchas variedades y nombres distintos. Acá en Cabimas ya he visto lucias marrones. Ahora que sí tengo una curiosidad inmensa de saber cuál fue el primer relato sobre Papá Adolfo, jee je je, no hay duda de eso.
Maravilloso tu cuento. Conmovedor, por cuanto se conocen a los personajes. ¡Muchas gracias por esta nueva generosa entrega de tus excelentes escritos!
Querido Juan Carlos, tu comentario es muy completo y me llena de mucha satisfacción. Escribir un cuento que refleje una anécdota familiar y que involucre personajes tan queridos de nuestro árbol genealógico es muy gratificante, más aun cuando se envuelven otros tantos seres queridos en su lectura, cuyos comentarios hacen que la historia sea más significativa e enriquecedora. Gracias por tu consecuencia. ¡Dios te bendiga!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Este cuento me trajo los recuerdos de Mamá y sus relatos, que hubo una señora que cayó sentada y se fue hacia atrás del susto. Pero tu imaginación Ingrid, se fue mucho más allá. Buen relato y muy bonito. ¡Te felicito, hermanita de mi corazón!”