Audoeno Petit 1940 El Sombrero de Papá Dédit Ese 1ero de Octubre sería un día diferente y sobre todo muy especial; la escuela había organizado una visita a uno de los ancianatos de la ciudad para celebrar el Día Internacional de la Ancianidad. La maestra le había dicho a toda la clase que pensaran en alguna actividad que pudieran hacer ese día para rendirle tributo a esas personas de edad mayor; podría ser un poema, una canción, llevar una ilustración, un cuento; en fin, cualquier cosa que hiciera alusión al propósito de la visita, “Piensen que van a visitar a un ser querido que ya es anciano; un abuelo, un bisabuelo, un tío, un vecino, un amigo de la familia o alguna persona a la que ustedes le quieren hacer sentir que la quieren mucho.” Desde el momento que la maestra les dijo esto, Angeluis se había puesto a pensar de qué manera podía él homenajear a un anciano que sería la primera vez que veía en su vida. Fue a la biblioteca y sacó prestada una copia del libro “El Viejo y El Mar
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Mostrando las entradas de enero, 2022
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Un Entierro de Morocotas El tema principal de mi cuento de hoy es el de los entierros de morocotas; de niños, escuchamos hablar mucho a nuestro abuelo materno, Abrahán Villalobos, de los entierros de morocotas que a través de los años buscó infructuosamente sin darse por vencido, sólo su avanzada edad lo llevó a ponerle un cese a esa casi obsesiva búsqueda. Muy probablemente, muchos de los que hoy somos personas de la tercera edad escuchamos hablar de “las morocotas”; tal vez muchos menos los del renglón de edades menores, también hayan escuchado hablar de ellas y quizás englobando estos dos grupos sean pocos los que con propiedad sepan definir lo que es una “morocota”, menos aún conocer su trayectoria histórica. Investigué en el Internet; en las páginas Web https://conceptodefinicion.de/morocota/ ; http://www.monedasdevenezuela.com/articulos/morocota-no-es-venezolana/ . He aquí un muy corto resumen: “Una morocota es una moneda norteamericana que comenzó a circular en Venezuela en
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Ébano Érase una vez un ruiseñor que tenía un plumaje negro y muy opaco, cuyo apelativo era Ébano. Como todo ruiseñor, éste pájaro tenía un trinar exquisito y potente, pero era un ave muy infeliz porque sentía mucha inconformidad por el color de su plumaje. Se había convertido en un ave iracunda y solitaria. Había decidido no llegar a formar una pareja pues no quería heredar su feo plumaje a sus polluelos. A pesar de su esfuerzo por hacer una vida solitaria, su alma sentía la necesidad de compartir con otras aves. Por las noches, cuando la mayoría de las aves pernoctaban en sus guaridas y en las ramas de los árboles, Ébano trataba de entablar una conversación con Dios para conseguir consuelo al dolor de su inconformidad. “Quisiera poder entender por qué me hiciste diferente. No parezco un ruiseñor, más bien parezco un cuervo que sabe cantar. Hablan mucho de que puedes hacer milagros. Dime qué tengo que hacer para que me concedas el milagro de que mi plumaje cambie de color.”
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Rapunzel No era su cumpleaños ni era navidad, por eso Ingrid no le encontró justificación a que le dieran a ella aquella hermosa muñeca que había traído su Tío Isaac. Eran cuatro las niñas, dos hermanas mayores que ella y una menor, todas merecedoras de aquella muñeca y no encontraba la razón para ser la más afortunada de todas. Era una muñeca muy linda, con un vestido de seda precioso y un cabello rubio brillante, muy suavecito y largo. Sus hermanas mayores le tejieron una trenza y le dijeron que se llamaba Rapunzel. Rapunzel era la muñeca más grande y bonita que Ingrid había tenido hasta entonces; era como soñar despierta, era en realidad la muñeca más bella que había visto en su corta vida; no recordaba que alguna de sus hermanas hubiese poseído una muñeca como Rapunzel. Las cuatro niñas siempre jugaban juntas y compartían sus humildes juguetes; la mayoría de fabricación casera, confeccionados por las hábiles manos de su hermano Audo. La llegada de Rapunzel no creó
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Siete Cueros Entre tantos recuerdos bonitos de mi infancia que guardo en mi memoria están los momentos vividos en aquella casa que quedaba muy cerca de la orilla de nuestro lago. Fueron tres años los que vivimos en aquella casa, cuando yo comencé a ir a la escuela. Entre los muchos personajes que protagonizaron nuestras vivencias hay tres a quienes en mi escrito de hoy quiero mencionar, los tres tuvieron una característica común: a mi vista eran indigentes; personas sin hogar que vivían expuestos a las inclemencias de la intemperie y de la raza humana. De ninguno de ellos conocíamos sus nombres verdaderos, tal parece que conocer sus nombres reales no tenía la menor importancia, tal vez nadie nunca se dignó a preguntárselos; lo que sí parece haber sido tristemente importante fue ponerle un apodo alusivo a cada una de sus condiciones. Cada uno tenía un apelativo cómico para la vecindad, para ellos degradante: Pata e’ Piano, Corralín y Siete Cueros. Tenía yo entonces entre 6 y 8 a