El Sombrero de Papá Dédit
Ese 1ero de Octubre sería un día diferente y sobre todo
muy especial; la escuela había organizado una visita a uno de los ancianatos de
la ciudad para celebrar el Día Internacional de la Ancianidad. La maestra le
había dicho a toda la clase que pensaran en alguna actividad que pudieran hacer
ese día para rendirle tributo a esas personas de edad mayor; podría ser un
poema, una canción, llevar una ilustración, un cuento; en fin, cualquier cosa
que hiciera alusión al propósito de la visita, “Piensen que van a visitar a un
ser querido que ya es anciano; un abuelo, un bisabuelo, un tío, un vecino, un
amigo de la familia o alguna persona a la que ustedes le quieren hacer sentir
que la quieren mucho.”
Desde el momento que la maestra les dijo esto, Angeluis
se había puesto a pensar de qué manera
podía él homenajear a un anciano que sería la primera vez que veía en su vida.
Fue a la biblioteca y sacó prestada una copia del libro “El Viejo y El Mar” de
Ernest Hemingway. Era una novela que no había leído pero cuyo título siempre
había llamado su atención.
Cuando se sentó a leer aquella corta novela fue preso de
su fabulosa trama y le pareció que había hecho una elección excelente pues al
final de la historia, el viejo pescador recupera el respeto de sus compañeros y
refuerza la admiración de su joven ayudante.
Resaltó algunos pensamientos en el transcurso de su
lectura, palabras que le parecieron muy significativas. Ya que no tendría
tiempo para leerle el libro completo, podría leerle algunos de aquellos
pensamientos. Inclusive, pudiese ser que esa persona ya hubiese leído la novela
y sería un momento oportuno para recordársela.
“El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede
ser destruido, pero no derrotado.” Fue uno de los pensamientos que más le
gustó.
Llegó aquel día tan emotivo y el joven Angeluis lleno de
mucho entusiasmo y con su seleccionado material de lectura fue con su grupo de
compañeros a visitar el hogar de ancianos.
La visita era informal y los visitantes eran libres de
entablar conversación con cualquiera de los residentes de esa institución.
Era un salón amplio, con sillas muy cómodas, apropiadas
para personas de avanzada edad. Había una ventana muy amplia. Entre todo el
grupo, Angeluis avistó un anciano, quizás el más anciano de todos, quien se
encontraba sentado con su mirada perdida en la claridad del cielo.
De una manera casi autómata, Angeluis caminó lentamente
hasta llegar a su lado, “Buenos días, espero que esté usted disfrutando del
buen clima que estamos teniendo hoy.” Le dijo al anciano con una voz muy
calmada.
El anciano pareció no escucharle pues no retiró su mirada
de aquello que lo mantenía absorto.
“Quisiera poder conversar un rato con usted, si no le
resulta inoportuno. Tal vez podamos contarnos cosas el uno del otro. Yo he
traído un libro, una novela muy bonita. Me gustaría leerle algunos pensamientos
muy emotivos. A lo mejor usted ya la ha leído.” Continuó hablando el joven sin
que la mirada del anciano se posara en él.
Angeluis se sintió un poco desalentado ante la
impasividad de aquel señor. A lo mejor el señor ya estaba sordo y no había
escuchado nada de lo que le había dicho. Probablemente, lo más indicado era
darle un cordial saludo de despedida y dirigirse a otra persona.
En ese preciso momento, el anciano giró su cabeza y el jovencito sintió la intensidad de su mirada;
unos ojos color gris plomo que parecían haber vivido muchos siglos pero que
tenían el brillo de la mirada de un hombre joven.
Cuando sus miradas se encontraron, Angeluis sintió una
emoción inexplicable y sutilmente sonrió. El anciano levantó su mano derecha y
quiso tocar la mano del visitante sin llegar a hacer el contacto físico.
Angeluis alcanzó a escuchar un sonido muy quedito que fue
en realidad más un silbido que una palabra que pareció escapar
involuntariamente de los arrugados labios del anciano, “Udueno”.
El joven sintió ahora algo que lo estremeció, pues aquel
señor acababa de llamarlo por un nombre muy parecido al de su abuelo.
En lugar de retirarse, se sentó a su lado. El anciano no
había dejado de mirarlo, “Mijo, tráeme mi sombrero.” Volvió a hablar quedamente
el anciano; parecía estar dentro de una cúpula que pertenecía a un tiempo
antiguo.
En ese momento se le acercó una de las asistentes de
cuidados de aquel lugar, “Don E es muy ancianito, debe tener más de 100 años,
ya no habla. Sufre demencia total. Pero, si lo desea le puede hacer compañía
mientras dure su visita.”
Angeluis sonrió amablemente sin decirle que aquel señor
le había hablado.
El anciano no habló más durante la corta visita. Angeluis
sacó su libro y le leyó algunos de los pensamientos que había escogido, el
anciano no dejó de mirarlo en ningún momento.
Cuando regresó a su casa, preso aún de la magia de aquel
misterioso encuentro le dijo a Emelina, su mamá, “Conocí hoy a un anciano que
me llamó por un nombre parecido al nombre de Papaeno. Luego me habló como si yo
fuera su hijo y me pidió que le llevara su sombrero.” El rostro de Emelina, al
momento de escucharlo se quedó perplejo para seguidamente mostrar una profunda
conmoción. Lo tomó de su mano y lo llevó con ella a su habitación. Se sentó
sobre su cama y con un gesto le pidió que se sentara a su lado.
“¿Dónde te encontraste con ese señor?” Le preguntó dentro
de una expresión casi incrédula.
“En el ancianato al que nos llevaron del colegio. Una de
las cuidadoras me dijo que padece demencia total, que tiene más de cien años y
que ya no habla. Pero a mí me habló, me llamó Udueno y me dijo, “Mijo, tráeme
mi sombrero.”
“¿Te dijo su nombre?” Su madre parecía conmoverse cada
vez más.
“La cuidadora se refirió a él como Don E.”
“Yo te he hablado mucho de tu abuelo, pero nunca te he
contado la historia de mi bisabuelo. Escúchame con detenimiento y no me
interrumpas hasta que termine mi relato.”
Deusdedit y Emelina fueron los padres de mi papá; ellos
tuvieron siete hijos. Sus hijos los llamaban Papá Dédit y Mamá Lina. Mi abuelo
era un comerciante naviero. Poseía cinco piraguas, se llamaban Emelina, Edilia,
Zulima, Albertina y Salvadora; en ellas transportaba mercancía para comerciarla
en los diferentes puertos de las islas del Caribe.
Era el día de su cumpleaños número 48, un 30 de octubre; ese
día mi abuela Emelina le regaló un sombrero muy bonito. Al otro día, él tenía
que embarcar para uno de sus viajes de rutina. Le dijo a su esposa que le
guardara el sombrero, que lo usaría todos los días a su regreso.
Al día siguiente muy temprano zarpó en una de sus
piraguas, esa noche hubo una tormenta muy fuerte que estremeció el lago y las
aguas del Caribe. Se corrió la noticia de que muchos barcos y piraguas habían
naufragado en nuestro lago y en el Mar Caribe como consecuencia de esa terrible
tormenta.
Mi abuelo nunca regresó a su casa. Nunca tuvieron
noticias de lo que le pudo haber sucedido. Mi abuela Emelina a sus 34 años
sufrió la pérdida de la vida de su esposo sin haber podido velar su cuerpo. Sus
siete hijos lloraron la ausencia de un padre amoroso.
Emelina atesoró aquel sombrero como un símbolo de que su
esposo regresaría a su hogar.
Emelina trabajó en su hogar como costurera para mantener
a sus hijos; los cuatro hijos varones tuvieron que salir a trabajar siendo
prácticamente unos niños para ayudar a su madre.
Emelina murió seis años después de aquel viaje del que su
esposo nunca regresó. Antes de morir le dio el sombrero a su hijo Audoeno, mi
papá; le dijo, “Guárdalo, yo sé que algún día tu papá va a regresar.”
Mi papá guardó aquel sombrero con mucho celo. Cuando
estaba en la antesala de su partida me lo dio a mí: “Hija, sigue guardándolo,
no quiero irme de este mundo sin dejarlo en las manos de alguien que sienta
amor por su memoria, este sombrero es un símbolo del amor que todos le tuvimos
a mi padre. Creer que algún día regresaría fue un símbolo de esperanza que nos
dio fuerza a todos.”
Al terminar su relato y con el rostro bañado en lágrimas
fue a su escaparate y sacó una caja de la cual extrajo un sombrero.
Angeluis no lloraba pero sentía que temblaba conmocionado
de haber escuchado aquel relato y de poder ver y hasta tocar el sombrero.
“Mamá ¿Tú crees que ese ancianito pueda ser tu abuelo?” Le
preguntó sin dejar de mirar el sombrero.
“No lo puedo saber. Pero, si esa señora te dijo que tiene
más de cien años, pues bien pudiera serlo.”
Al otro día, Emelina y Angeluis fueron al ancianato y
pidieron ser atendidos por el director del lugar.
“Creemos tener algún nexo familiar con Don E. Quisiéramos
que nos informara todo lo que sepa sobre él.” Explicó Emelina.
“En realidad no es mucho lo que sabemos. Calculamos que
tenga más de cien años, lo llamamos Don E porque cuando fue traído a esta
institución, hace cuestión de varios años, ya casi no hablaba; esporádicamente
le escuchábamos decir nombres y casi todos comenzaban con E, como Emelina,
Edilia, Elvia, Esilda, Enilda, Emiro, Eleazar, Erólida, Hermes. Su historial
dice que fue rescatado en un día de noviembre del año 1922 de las aguas del mar
Caribe. Que estaba bajo un profundo shock del que nunca pareció recuperarse
pues nunca supo decir su nombre, ni el nombre de sus familiares. Vivió recluido
en un sanatorio mental por muchos años sin que se recuperara. Ese lugar sufrió
un incendio devastador y entonces fue trasladado a esta ciudad, a nuestra
institución.” Relató pausadamente el galeno.
“Mi hijo estuvo con él ayer y me contó detalles que me
hacen pensar que puede ser mi abuelo paterno. Quisiera que nos permitiera
verlo.” Agregó Emelina con mucha humildad.
Seguidamente, los llevaron a la sala donde al igual que
el día anterior el anciano estaba sentado frente al ventanal en el que día a
día perdía su mirada.
Angeluis sintió que la mano de su madre aprisionaba la
suya como para que le infundiera mucha fuerza.
Ambos se sentaron a su lado, “Buenos días, Papá Dédit.”
Le dijo Emelina con un hilo de voz que en cualquier momento lo resquebraría el
llanto.
El anciano entonces volteó la cara para mirarla con
aquella mirada plomiza que tenía el cansancio de más de un siglo.
“Te he traído tu sombrero.” Le dijo sacando el sombrero
de una bolsa y acercándoselo a sus manos.
El rostro del anciano reflejó un gozo que pareció
borrarle muchas arrugas y que lo hacía sentir al lado de su amada Emelina; con
mucha sutileza lo acarició.
“¿Quieres que te lo ponga, Papá Dédit?” Le preguntó Emelina
con palabras que se ahogaban en un llanto callado.
“Si, mi amor.” Contestó el anciano con una voz que
acababa de cobrar fuerza.
Angeluis no era sólo un espectador de aquel maravilloso
encuentro, él era también protagonista porque su alma vibraba con los mismos
sentimientos que vibraba el alma de Emelina y seguramente con el sentimiento
que vibraba el alma de Papá Dédit.
“Te hemos venido a buscar para que regreses a tu casa.”
Dijo Emelina poniéndole el sombrero y besándole su frente.
Aquel ancianito fue llevado a vivir con su nieta y algunos
de sus bisnietos. Desde ese día, hasta el día en el que su alma y su cuerpo se
separaron sintió la compañía de muchos nietos y bisnietos, y usó su sombrero
todos los días. Cada día, Angeluis le leyó el libro de El Anciano y El Mar y
muchos libros más.
Pequeña pieza de papel con inventario manuscrito de cargas para un conjunto de embarcaciones del puerto de Maracaibo, algunas de ellas propiedad de Deusdedit Petit (presuntamente las piraguas Zulima, Albertina y Emelina y las balandras Edilia y Salvadora). Este documento familiar fue afortunadamente localizado, junto a otros manuscritos de señales portuarias dentro de uno de los tomos de un tratado de navegación del siglo XIX adquirido hace una década en un anticuario de Maracaibo. Cortesía de Dr. Ángel Luis Viloria Petit.
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
“¡Wow, tremenda historia! Hace honor a su escritora y protagonistas. Bellísima, me gustó mucho. Dios te guarde se numen para seguir escribiendo.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“¡Ayy, Ingrid! Me pusiste sentimental. Qué preciosidad de historia. Me hizo salir lágrimas. Qué bello es recordar y qué bonito hubiese sido tenerlos a ellos…pero bueno, el Tiempo de Dios es Perfecto.”
Con lágrimas en mis ojos debo decirte que me conmovió en extremo!!! Bellísimo relato que nos toca la fibra a todos los que pertenecemos a esta familia!!
ResponderBorrar¡Gracias, mi niña por compartir la lectura y ese hermoso sentimiento! ¡Dios te bendiga!Gracias
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Yarelis Petit:
ResponderBorrar“¡Dios mío! ¡Qué relato tan hermoso! ¡Hubiese sido todo verdad, qué recuerdo tan grato sería!
De verdad!! Que hermosa historia pudiste crear, esa historia solo pudo salir de unos bellos sentimientos y amor familiar, me encantó!!!
ResponderBorrarYo...
¡Gracias, mi querida “Yo”! Creo que esta historia le rinde un muy justo homenaje al recuerdo de nuestro padre y de nuestros abuelos, Deusdedit y Emelina. ¡Que Dios te bendiga hermanita de mi corazón!
BorrarP.D. creo que papá se sentiría muy orgulloso de leer esa historia
ResponderBorrarTus historias siempre me sorprenden . Gracias.
ResponderBorrarGracias a ti por tu consecuencia. ¡Bendiciones!
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ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Bladimir Ramos:
“Interesante relato. Creo que es uno de tus mejores cuentos que he leído. ¡Felicitaciones!
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Aura Elena Omaña:
“Tu familia es rica en anécdotas, historias y eventos fantásticos. ¡Gracias por compartirlos!
Aunque se que es ficción, también se que todo lo relatado fue precisamente calculado para que cuadrara con la verdadera historia de ese ancestro que permanece en la niebla de la imaginación de todos los que llevamos la sangre de Deusdedit Petit. Y te agradezco el gesto de hacerme protagonista de este bellísimo relato. Yo le haría un pequeño cortometraje de cine. Encontraste una salida a esa angustia de tres, cuatro y cinco generaciones de descendientes que nunca supimos a dónde fue a parar tu abuelo. Lo que si sabemos es que el y sus barcos fueron reales y que su sacrificada viuda dejo este mundo sin perder la esperanza de que algún día apareciera. No hay nada más oprimente que la incertidumbre de un desaparecido
ResponderBorrarAsí es, je je.
BorrarEs muy cierto que debe doler más la partida de un ser amado se fue y no volvió, que de aquel ser al que vimos cerrar los ojos. Cuando Papá hablaba de su padre siempre se le nublaba la vista con el dolor de la incertidumbre. Gracias por tanta información que has recabado, ha sido de mucho valor para mitigar un poco el dolor de “no saber más” de nuestros insignes ancestros. ¡Dios te bendiga!
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mirla Petit:
ResponderBorrar“¡Qué gran imaginación! Toda una historia que nos lleva a muchos recuerdos, aunque no los vivimos. Los pocos recuerdos que pude compartir con Papá, los relatos de su vida me llenan de nostalgia.”
Hermosa historia creí que era real y llore mucho amiga . Me encantó
ResponderBorrarLa parte real y la más triste fue que mi abuelo, Deusdedit Petit, zarpó un día en una de sus piraguas y nunca regresó a su hogar. Mi abuela Emelina y sus hijos, entre ellos mi papá, vivieron aferrados la esperanza de verlo regresar. ¡Un abrazo fuerte!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Rubén Petit:
ResponderBorrar“Dios bendiga tu creatividad, hermanita; hermosa historia relacionada con nuestro abuelo paterno. Realmente tienes la virtud de hacer parecer real cualquier historia por tu manera de enfocar y desarrollar tus ideas, mil felicidades.”
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarBueno, te comento algo, cuando yo estaba pequeño, con toda esa genealogía que manejaba Mamá Alicia Villalobos de Petit, me acostumbré a llamar a los ancestros diciéndoles Papá o Mamá. Había una Mamá Elena (tu abuela, de mi madre y de todos mis tíos), un Papá Abrahán o Papabrán (el bisabuelo), un Papá Adolfo (uno de los tatarabuelos), una Mamá Sara (tatarabuela) y hasta una Mamá Chinca (la mamá de la tatarabuela, je je), etc. De todos ellos conocía historias así que era como si los conociera, aunque realmente no conocí a ninguno. Al parecer la práctica era de los Villalobos, pero igualmente, y aún con tener muy poca información de él, al bisabuelo Petit lo mencionaba como Papá Deusdedit. Era un nombre que me sonaba de un origen en la antigua lengua de los romanos, que sin duda lo es, pero con el tiempo aprendí que era marcadamente francés, y uno de los más representativos de Francia hasta el presente. Al punto que en la actualidad los "Deusdedit Petit" podrían contarse en ese país por cientos, ya que Petit es el cuarto apellido más usado en Francia, y el nombre, como te digo, bien difundido. No tengo la menor duda de que a muchos Deusdedits les habrán abreviado muy cariñosamente Dedit (con acento o sin acento), como tan hermosamente lo habéis puesto en tu relato. No obstante, con el tiempo también conocí que en francés, el nombre de Deusdedit se abrevia o expresa en diminutivo como "Didier", lo cual representó para mí una grata sorpresa al saberlo, pues una de nuestras tías, Rosa Petit de Serrano, hija de Papá Deusdedit, le puso a su hijo el nombre de Didier, que era nuestro primo y falleció hace un buen número de años. Bendiciones, besos y abrazos, nuevamente te felicito por tu relato.
ResponderBorrarTu amplio comentario, sino se agregan otros, cierra con verdadero broche de oro este hermoso compartir de ideas y opiniones. Mucho he aprendido de nuestros ancestros gracias al poder investigador de los sobrinos Viloria Petit y es muy regocijante poder enhebrar cuentos con bases reales. ¡Dios te bendiga!
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