Siete Cueros
Entre tantos recuerdos bonitos de mi infancia que guardo
en mi memoria están los momentos vividos en aquella casa que quedaba muy cerca
de la orilla de nuestro lago. Fueron tres años los que vivimos en aquella casa,
cuando yo comencé a ir a la escuela.
Entre los muchos personajes que protagonizaron nuestras
vivencias hay tres a quienes en mi escrito de hoy quiero mencionar, los tres
tuvieron una característica común: a mi vista eran indigentes; personas sin
hogar que vivían expuestos a las inclemencias de la intemperie y de la raza
humana.
De ninguno de ellos conocíamos sus nombres verdaderos, tal
parece que conocer sus nombres reales no tenía la menor importancia, tal vez
nadie nunca se dignó a preguntárselos; lo que sí parece haber sido tristemente
importante fue ponerle un apodo alusivo a cada una de sus condiciones. Cada uno
tenía un apelativo cómico para la vecindad, para ellos degradante: Pata e’ Piano,
Corralín y Siete Cueros.
Tenía yo entonces entre 6 y 8 años; en la inocencia de mi
niñez no sentía ningún resquemor en referirme a ellos por sus nombres de calle;
hoy en día, quisiera poder escribir mi historia refiriéndome a ellos por sus
nombres verdaderos.
Uno de ellos era joven, un jovencito que caminaba con
dificultad y he de allí su inclemente apodo, “Pata e’ Piano”; otro era un señor
que vivía embriagado al que apodaban “Corralín”, a él se le atribuían todos los
pequeños robos que acontecían en nuestra cuadra de casas. El tercero era un
señor mayor cuya piel estaba cubierta por el polvo de la calle, la falta de
aseo personal y horas de sueño probablemente sobre una pila de cartones en
algún recodo callejero.
A continuación escribiré más sobre mi visión de este
último, espero rendirle un merecido tributo a una persona que fue víctima de
las vicisitudes de su vida y que deambuló por las calles buscando cobijo,
comida y tal vez cariño, palabras amables y una mirada de consuelo.
Siete Cueros
Su pelo era más largo de lo normal, en ese tiempo todos
los hombres tenían el pelo corto; esto ya lo hacía ser un hombre raro. Siempre
estaba vestido con la misma ropa, vestía un saco pesado a pesar de nuestro
inclemente clima cálido. Su vestimenta lucía siempre muy sucia, sus zapatos muy
ajados y no dudo que fuera mal oliente. Yo nunca estuve cerca de ese señor. Le
tenía mucho temor, aunque solamente lo veía caminar pausadamente por la calle
con una mirada muy triste, más bien una mirada llena de dolor.
Cargaba siempre una bolsa muy grande, allí guardaba todo
aquello que los vecinos le gratificaban cuando él tocaba sus puertas.
A nosotros los niños, los adultos siempre nos decían que
no nos acercáramos a ningún pordiosero, que no le abriéramos la puerta. Yo
escuché decir alguna vez que Siete Cueros había sido maestro; eso no lo creí
porque para mí los maestros eran personas que sabían mucho y un maestro no
podía vivir en la calle.
Cuando llegaba a tocar nuestra puerta y uno de los
adultos atendía su llamada, desde algún rincón de la casa yo escuchaba con
temor su pausada y educada voz que pedía un vaso de agua, un poco de comida, o
algo de ropa vieja.
Un día, algún buen samaritano lo llevó a una barbería
para que le lavaran y cortaran su pelo. Así mismo lo debió haber llevado a
alguna casa donde le permitieron bañarse y le dieron ropa limpia, cuando lo
volvimos a ver caminando por la calle lucía limpio, con su pelo corto muy bien
peinado; pero su caminar seguía siendo muy pausado y su mirada seguía siendo
triste.
Al corto tiempo, sus ropas volvieron a ser sucias, y su
pelo aunque no tan largo volvió a verse empastado de sucio.
Un día, dejamos de verlo; alguien dijo que lo habían
llevado a un lugar donde vivían los ancianos desamparados.
Ya no volvería a molestar a muchas familias pidiéndoles
una limosna, muchos se debieron haber sentido aliviados con su ausencia.
Nuestra calle tenía un indigente menos, pero nuestra
calle sí ha de haberlo extrañado pues comenzó a verse sucia. Se acumulaban
desechos de papel y cartón, algunos los traía el viento, otros eran
insensatamente lanzados por los habitantes de aquella calle.
Entonces yo entendí que aquel señor pordiosero, en la
medida que recorría nuestra calle iba recogiendo cuanto desperdicio encontraba
y nuestra calle se mantenía limpia. Aquella agua y aquellos bocados de comida
que le gratificaban eran ganados honradamente cuando limpiaba nuestra calle.
Entonces pensé que sí era verdad que antes de perder su casa, había sido un
maestro porque la maestra en la escuela nos decía que no debíamos tirar sucio
en la calle porque la calle era como una extensión de nuestra casa y la calle
era la casa de Siete Cueros.
Recuerdo claramente a ese señor y que le tenía miedo, de los otros solo recuerdo el nombre
ResponderBorrarYo...
Estabas muy pequeñita, ¡Tu memoria es fantástica. Te quiero GRANDOTE!
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Maira González:
ResponderBorrar¡Hermoso, amiga!
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Muy bonito… yo recuerdo que era muy respetuoso; yo conversé en ciertos momentos con él y se le notaba que tenía educación y era muy respetuoso, al menos conmigo nunca fue grosero. Una vez le dijo a Mamá que él era abogado y maestro, pero por cosas de la vida su familia lo había tirado a la calle a deambular.”
Yo conoci a una persona asi Lo llamaban el Loco Villalobos Habia sido un Maestro y por Sircunstancias de la Vida habia llegado a que lo llamaran Asi era a pesar de su sitiacion mas educado que muchos cuerdos Brndicioned Msmss Ingrif
ResponderBorrarGracias por tu oportuno comentario. Gracias por tu consecuencia. ¡Bendiciones!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Me gustó. Me llevó a la Nueva Venecia y a todos esos personajes tan recordados. Ese señor inspiraba mucha desidia y descuido; y parecía muy sufrido. Pero era respetuoso a pesar de todo.”
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Sucio pero digno. Loco pero no bruto (como en el chiste). El que le puso el remoquete de siete cueros debió haber sido uno de esos cínicos burlones de las calles de Maracaibo. Si el tipo era abogado y maestro quizá hasta sea posible aún averiguar su verdadero nombre. No conozco un solo niño que no le halla tenido miedo a un indigente
ResponderBorrarSaber el nombre verdadero de este señor seria una manera de revindicar su noble existencia. Gracias por tu consecuencia. ¡Dios te bendiga!
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