Un Entierro de Morocotas
El tema principal de mi cuento de hoy es el de los entierros de morocotas; de niños, escuchamos hablar mucho a nuestro abuelo materno, Abrahán Villalobos, de los entierros de morocotas que a través de los años buscó infructuosamente sin darse por vencido, sólo su avanzada edad lo llevó a ponerle un cese a esa casi obsesiva búsqueda.
Muy probablemente, muchos de los que hoy somos personas de la tercera edad escuchamos hablar de “las morocotas”; tal vez muchos menos los del renglón de edades menores, también hayan escuchado hablar de ellas y quizás englobando estos dos grupos sean pocos los que con propiedad sepan definir lo que es una “morocota”, menos aún conocer su trayectoria histórica.
Investigué en el Internet; en las páginas Web https://conceptodefinicion.de/morocota/ ; http://www.monedasdevenezuela.com/articulos/morocota-no-es-venezolana/ . He aquí un muy corto resumen:
“Una morocota es una moneda norteamericana que comenzó a circular en Venezuela en 1830, ya que no había una moneda oficial. Su valor era de $20, una moneda fabricada de una aleación que contenía 90% oro puro.
“Durante la época colonial y el período republicano en Venezuela, hubo la costumbre generalizada de enterrar o tapiar depositados en una botija, pimpina o tinaja en los patios, en las paredes o en algún lugar de las casas, muchas veces al pie de algún árbol; todos aquellos objetos de valor y muy especialmente sus riquezas en morocotas de oro, perlas y piedras preciosas.”
Fueron muchas las historias que nos llegó a contar nuestro querido Papabrán, sobre todo a mis hermanos mayores, sobre todas las aventuras que vivió en la búsqueda de aquellos prometedores entierros de morocotas. Una vez embarcado en una de sus aventuras, había una rigurosa conducta que debía observar en respeto a los espíritus que custodiaban aquellos misteriosos lugares.
Papabrán tenía en su posesión un objeto de metal que parecía una aguja muy grande; él decía que esa aguja le indicaba dónde estaba el entierro de morocotas; además decía que tenía que orar para honrar a los espíritus y ser muy cauteloso de no decir insolencias, pues las insolencias ofendían a los espíritus. Si ofendía a los espíritus, éstos no le permitirían llegar a encontrar el tesoro escondido. Por eso, él prefería siempre ir solo en busca del entierro de morocotas, para que hubiese un silencio total.
Mi hermano José Darío, heredó aquella pasión por la búsqueda de los entierros de morocotas y en su sueños acompañaba a Papabrán en sus desafiantes aventuras.
Escribiré a continuación una historia que tiene mucho de una anécdota de nuestra vida familiar y que también tiene un toque de imaginación, una oportunidad más de rendirle un justo tributo a la memoria de un ser muy especial, a nuestro abuelo materno, “Abrahán Antonio Villalobos Villasmil (1880-1965).
Un Entierro de Morocotas
Desde niño, a José Darío le fascinó escuchar a su abuelo Papabrán relatar aquellas aventuras en las que valientemente buscaba los entierros de morocotas, “La gente las guardaba celosamente en botijas de barro, luego las enterraban en algún lugar de sus casas, inclusive algunas las enterraban en sus patios.”
“¿Cómo son las morocotas, Papabrán?” Los ojos de José Darío brillaban de emoción y de mucha curiosidad.
“Son monedas de oro puro, son muy grandes y brillantes; tan brillantes como la luz del sol.”
“¡Por favor, Papabrán, Llévame contigo cuando salgas a buscar entierros de morocotas!”
“Eso no podrá ser, mijo. Los niños no deben estar presentes cuando uno está cavando en la búsqueda de un entierro. Esos lugares están custodiados por los espíritus; hay que orar con mucha fe y respeto y mantener un silencio total.” Le respondía Papabrán a su inquisitivo nieto.
José Darío siempre abrigó la esperanza de que algún día, él podría llegar a encontrar un entierro de morocotas.
En el año 1962, José Darío tenía en ese entonces 19 años; su numerosa familia que ya contaba con 12 vástagos vivía en una de las barriadas más populares del Maracaibo antiguo, “El Milagro”; en una casa colonial con techo de tejas, con paredes de bahareque reforzadas con madera y caña; con amplias puertas de dos hojas y amplios ventanales.
Cuando se mudaron a esa casa, José Darío sintió que aquella casa era el enmarco perfecto para consolidar su sueño de encontrar un entierro de morocotas. Ya su abuelo Papabrán estaba muy ancianito y había dejado de contar sus relatos de cuando había buscado entierros de morocotas, pero José Darío los recordaba todos. Papabrán ahora permanecía muy callado y pasaba sus días leyendo la biblia. Desde que su amada esposa, la dulce abuela Mamelena había fallecido, Papabrán vivía un tiempo con cada una de sus cuatro hijas.
Una noche, José Darío tuvo un sueño en el que un espíritu le había hablado para decirle que en la pared de la parte superior de la puerta que comunicaba el comedor con un largo y amplio pasillo había un entierro de morocotas.
José Darío no podía dejar pasar por alto aquella revelación tan importante y apenas tuvo una oportunidad se lo contó a su mamá, Alicia, “Mamá yo tengo que cavar en esa pared, en ese preciso lugar para buscar ese entierro de morocotas” Le dijo a su madre con mucha vehemencia.
Alicia creía fervientemente en ese tipo de revelaciones de los espíritus pues toda su vida vio la pasión de su padre por los entierros de morocotas.
“Tu papá no te lo va a permitir, no puedes ir en contra de su voluntad.” Lamentó Alicia.
“¿Te imaginas que de verdad haya un entierro de morocotas en esa pared? Dejaremos de ser pobres; Papá podrá montar otra vez una carpintería como la tenía hace tantos años. Todos nosotros podremos estudiar sin estrecheces económicas, nuestra vida dejará de sufrir por falta de dinero.” Las palabras de José Darío eran como una plegaria rezada a Dios.
“Yo te entiendo mijo y yo sé que si Papá estuviese ahorita aquí estaría de acuerdo con lo que quieres hacer.” Ya Alicia parecía estar cediendo ante la idea.
“Déjame que piense un poco y después te digo qué podemos hacer.” Le dijo Alicia a su hijo.
Al cabo de unas horas lo llamó desde su cuarto, “El viernes cuando tu papá esté de viaje para Caracas, después que Haydeé y Mireya se hayan ido a la Dibé (la camisería The Best), yo me voy con todos tus hermanos a visitar a Esther. Te quedarás solo toda la mañana para que caves en esa pared. Sólo te pido que tengas muchísimo cuidado.” Alicia temblaba con un escozor que la invadía.
José Darío asintió emocionado con su cabeza, ya sentía que su corazón se le quería salir del pecho, que sus manos temblaban y que las sienes le latían fuertemente.
Llegó aquel viernes tan ansiado, José Darío tenía preparado su equipo de excavación: una escalera, un martillo, un cincel, una brocha grande para barrer escombros, y lo más importante: la disciplina que debía observar durante el proceso, aquella enseñanza que había recibido de su Papabrán.
Todo se dio como Alicia lo había planeado y a las 8:30 AM de aquel viernes por la mañana, José Darío se encontró totalmente solo en la casa, había un silencio absoluto.
Muy diligentemente, José Darío no vaciló en comenzar su proceso de excavación, él no sabía orar como lo hacía su abuelo, pero sentía que Papabrán lo acompañaba con su pensamiento y oraría por él.
En un bolsillo de su pantalón guardó el martillo, en el otro guardó el cincel y en el bolsillo de la camisa guardó la brocha. Se persignó, rezó un Padre Nuestro y con mucha decisión trepó la escalera que había colocado en el lugar justo que le había revelado el espíritu en su sueño.
Con golpes seguros y fuertes, rítmicamente un golpe tras otro, José Darío fue cavando un hueco en aquella pared. No estaba asustado pero sí invadido de una emoción enervante.
Una hora tal vez había estado cavando cuando comenzó a ver algo muy brillante al fondo de aquel masivo hueco que había excavado, sintió que su corazón latía aún más fuertemente. Respiró profundamente para no perder su compostura. Dio un golpe más y aquel objeto dorado y muy brillante se hizo un poquito más grande, ya no pudo aguantar más su emoción y gritó a todo pulmón: “¡Encontré el entierro, eso que brilla es el oro de las morocotas!” Quiso tocar aquello que brillaba y cuando acercó su mano aquel brillo desapareció. Se sintió muy desconcertado, al retirar su mano volvió a ver el brillo del oro de las morocotas; quiso tocarlo de nuevo y volvió a oscurecerse al acercar su mano. Se dio cuenta que había gritado, y sintió mucho miedo porque entendió que los espíritus se habían enojado mucho y eran los espíritus que alejaban las morocotas de su mano cuando él las quería tocar.
Estaba muy sudado con el esfuerzo que había estado haciendo al cavar en aquella pared, pero su sudor se convirtió ahora en un escalofrío de pánico. Sin querer, había desatado la furia de los espíritus, aquellas morocotas estaban siendo negadas.
Se bajó lo más rápidamente que pudo para no seguir desafiando la ira de los espíritus. Juntó todos aquellos escombros de la pared y los echó a la basura. Buscó todo el papel de periódico que pudo y tapó aquel hueco.
Todo el tiempo rezó el Padre Nuestro, uno tras otro y le pidió a Dios que calmara a los espíritus. Cuando ya estuvo todo limpio y el hueco relleno con papel de periódico se sintió un poco más tranquilo pero todavía muy angustiado. Le hacía mucha falta la presencia de su abuelo, escuchar sus palabras sabias.
En la vitrina del comedor estaba guardada su biblia, sintió la necesidad de abrirla y así lo hizo, al abrirla encontró un pedazo de papel que tenía escrito; “No todo lo que brilla es oro”. Sus ojos fueron presos de unas líneas de la biblia que decían: "Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas" (1 John 1:5). José Darío sintió que un sublime remanso de paz lo envolvía. Miró hacia arriba, justo arriba del marco de la puerta que conectaba al comedor con el pasillo donde él había estado cavando, vio que había un pequeño agujero. “¡Lo que yo vi no fue ninguna morocota, lo que yo vi fue la luz del comedor porque había perforado la pared totalmente!”
No se sintió fracasado en su aventura, se sintió glorificado. Si no lo hubiese intentado, la duda seguiría en él, había sido una buena lección, entendió que esas palabras que leyó en la biblia de su abuelo le decían que por sobre todas las cosas hay que buscar la Luz de Dios para encontrar los caminos de la vida, como los había encontrado su abuelo que había llegado a anciano siendo un hombre muy honesto. Que no hace falta tener oro para triunfar en la vida, que cuando uno lucha unido en familia, todo se puede lograr, que el oro que su familia necesitaba estaba en el amor y en el apoyo que compartieran para edificarse.
Cuando Alicia regresó a la casa, la abrazó y le dio las gracias por haberlo apoyado: “Mamá en esa pared encontré la Luz de Dios.” Alicia vio esa luz en la mirada de su hijo, lo abrazó muy fuertemente y no le hizo ninguna pregunta.
Buena historia, no la viví en carne propia pero la he escuchado muchas veces como anécdota de la historia familiar
ResponderBorrarYo ...
¡Gracias hermanita por ser fiel lectora de mis escritos, te quiero GRANDOTE! ¡Dios te bendiga!
BorrarBuena historia, recordé a mis Abuelos y sus creencias. Hracias Amiga.
ResponderBorrarGracias a ti por tu consecuencia. ¡Bendiciones!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Yarelis Petit:
ResponderBorrar“Hace días hablé con Darío y le hablé de eso. Nos reímos de su osadía. Buena imaginación para agregar cosas.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Muy bonita historia, me llevó a mis años de niña recordando a Papabrán cómo buscaba ansiosamente esos entierros; nunca encontró nada pero vivía sonando que algún día los encontraría y recuerdo ese esfuerzo de Darío, pero encontró algo mejor que morocotas, la Luz de Dios, esa fue la bendición mas grande que pudo recibir.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Dios te guarde esa memoria e imaginación, cada día te admiro más con tus bellas y reales historias. Son relatos que me transportan a la niñez. Muy linda tu historia y el personaje también.”
Toda la familia sigue buscando y desenterrando pequeños tesoros de vez en cuando. Que personaje tan curioso y sui géneros fue el viejo Abrahan Villalobos, explorador de montañas, pescador, cazatesoros (cazafantasmas casi), místico, tocador de armónica, cantante, predicador de la palabra de Dios y cuentacuentos. Nací tarde para llegar a conocerlo
ResponderBorrarY José Darío ni se diga. El terco de la camada de Alicia de Jesús. Nunca se iba a quedar sin romper esa pared. Saludo a mi tío aventurero desde aquí
BorrarLa idiosincrasia de Abrahán Villalobos abrazó y sigue abrazando a todos sus descendientes. Recordarlo y hablar de él es como excavar y encontrar tesoros. Paz y honor a su memoria. ¡Dios te bendiga!
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