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Mostrando las entradas de febrero, 2022
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  Un Toque de Mayi-a Éramos un grupo de muchachas adolescentes estudiantes de bachillerato. Acabábamos de cruzar el umbral de nuestro primer ciclo; con juvenil destreza y máxima gallardía vencimos triunfalmente a Las Tres Marías: Física, Química y Matemáticas. Eso nos había abierto el paso hacia nuestro ciclo diversificado y todas escogimos “Ciencias”. Desde nuestro primer año, aquel legendario “1ero F”, habíamos formado un bloque muy sólido de amistad, de solidaridad y camaradería. Éramos compinches de nuestros secretos y travesuras juveniles; por sobre todas las cosas teníamos una mente sana cuyo principal objetivo era labrarnos un futuro de mujeres adultas profesionales; entendíamos que nuestro bachillerato era la antesala de una carrera universitaria y para ello estudiábamos con mucho ahínco. Nos sentíamos con toda la valentía necesaria para guardarnos el mundo en nuestros bolsillos, no nos faltaba nada. Manejábamos con destreza las limitaciones económicas de nuestras famil
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    Padrinito En 1939, Audoeno se perfilaba ya como un destacado ebanista. En los tempranos años de su adolescencia entró a trabajar como aprendiz en una carpintería en el centro de Maracaibo, su férrea pasión por aprender lo llevó a convertirse en corto tiempo en un hábil carpintero, cuyas manos manejaban con extrema experticia las maderas finas logrando la construcción de muebles de excepcional calidad y estilo. A sus 25 años, Audoeno había logrado establecer su propio taller de trabajo en la calle La Paz, y tenía una pequeña plaza de trabajadores. Se sentía muy complacido y optimista ante sus logros. Su infancia fue marcada por la pérdida de su padre a los 8 años y la de su madre a los 14. Así que desde muy pequeño tuvo que trabajar para ayudar a proveer las necesidades de su madre y sus hermanos. Le habían encomendado la fabricación de las bancas para la Iglesia San Juan de Dios, así que esa mañana se dispuso a tomar las medidas pertinentes. Al entrar en la iglesia, vio a
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  Mil Ojos Hace millones de años, aquel terreno estuvo cubierto por el agua del Océano Atlántico. El océano retrocedió y esa tierra fangosa quedó expuesta a un clima tropical candente. Con el correr del tiempo el terreno fue poblado de casas; una de ellas tenía un patio largo y angosto, cercado por tablones planos de madera de color marrón oscuro, todos muy podridos por la excesiva humedad; eran de altura desigual con el borde inferior enterrado en el suelo; el borde superior bien podría haber representado una cadena de montañas vistas desde la distancia. Había un solo árbol viejo, muy alto, con hojas de color verde oliva en medio de esa tierra árida; el único y silencioso testigo del correr de los años. Al final de ese patio había un conjunto de ocho escalones de cemento que conducían a un portón de hierro que daba acceso a una magnífica avenida ancha; esta venida corría a lo largo de la orilla de una playa de un hermoso lago que quedó como secuela geográfica del retroceso de
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  ¡Creyones! ¡Creyones! Nunca olvidaré aquellos días gloriosos cuando yo iba a la escuela. Lo mejor del comienzo de cada grado era cuando nos compraban los útiles escolares; los libros nuevos y los cuadernos tenían un olor muy especial, sus hojas estaban lisitas y hasta a veces costaba separar unas de otras. Era un privilegio sacarle punta a los lápices y a los creyones nuevos, parecía que nunca se iban a poner pequeños. Forrar los cuadernos y los libros con el papel forro de nuestro color preferido les daba un toque especial y muy personal; los sellábamos con una etiqueta que llevaba nuestro nombre, el grado que cursábamos y la materia. Era el comienzo de un año escolar nuevo. Todo el mundo estaba ocupado comprando las listas de los útiles escolares. Necesitaba ir de compras para adquirir todo lo que mis tres niños necesitaban para la escuela. Tres listas de útiles escolares, tenía que asegurarme de que no dejaría de comprar ningún artículo. Tenía que hacer el mejor uso de mi