¡Creyones! ¡Creyones!
Nunca olvidaré aquellos días gloriosos cuando yo iba a la
escuela. Lo mejor del comienzo de cada grado era cuando nos compraban los
útiles escolares; los libros nuevos y los cuadernos tenían un olor muy
especial, sus hojas estaban lisitas y hasta a veces costaba separar unas de
otras. Era un privilegio sacarle punta a los lápices y a los creyones nuevos,
parecía que nunca se iban a poner pequeños. Forrar los cuadernos y los libros
con el papel forro de nuestro color preferido les daba un toque especial y muy
personal; los sellábamos con una etiqueta que llevaba nuestro nombre, el grado
que cursábamos y la materia.
Era el comienzo de un año escolar nuevo. Todo el mundo
estaba ocupado comprando las listas de los útiles escolares. Necesitaba ir de
compras para adquirir todo lo que mis tres niños necesitaban para la escuela.
Tres listas de útiles escolares, tenía que asegurarme de
que no dejaría de comprar ningún artículo. Tenía que hacer el mejor uso de mi
dinero sin sacrificar la calidad de lo que comprara.
El mercado de minoristas estaba repleto de buhoneros; era
una batalla desenfrenada de quién iba a ganarse los mejores compradores;
estaban también las grandes librerías a las que no les faltaba nada y en las
que los compradores podían adquirir los productos con toda comodidad, en un
ambiente fresquito delante de un vistoso mostrador.
Cuando me abría paso entre aquella convulsa multitud y
conducía hacia la librería “Estudios”, mi vista fue presa de un niño despeinado
y de ropas raídas que tenía una caja de creyones en sus manos y gritaba,
“¡Creyones! ¡Creyones!”
Mi mente tuvo un rebobinar de recuerdos, recuerdos que no
tenían imágenes, solo relatos y vi en ese niño la imagen de mi padre, cuando
siendo un niño vendía periódicos. Al igual que ese niño, en lugar de sentarse
tras un pupitre, mi padre tuvo que asumir responsabilidades de adulto para
ganarse un sustento diario para ayudar a mitigar el hambre de su madre y de sus
hermanos.
Detallar en ese pequeño me llevó aún más lejos para ver
en mi mente la imagen de alguien que no conocí; el niño cargaba una bolsa de
tela. Entonces vi en mi mente la imagen de una madre sentada detrás de una
máquina de coser, la imagen de mi abuela paterna, una joven madre abnegada,
quien tras el fatídico naufragio de su esposo cosía incansablemente para sacar
adelante a sus nueve hijos.
Me encontré frente a frente con el pequeño buhonero quien
al verme con una voz agobiada por el tumulto de
la gente me dijo, “Señora, ¿Me quiere comprar una caja de creyones? Son
de muy buena calidad y son baratos. No va a encontrar un precio mejor en ningún
otro lugar en todo el mercado.” Hablaba sin respirar, como disparando las
palabras antes de que se le olvidara alguna parte de su estratégica lección
aprendida de memoria. Me detuve a mirar la caja de creyones. “¿Cuánto cuestan?”
Los ojos del niño se abrieron aún más como si quisiera hablar con ellos
también. “¡Son baratos, más baratos que en las tiendas, Señora, se lo aseguro!”
Trataba de asegurar su venta.
Mi conmoción se hacía más profunda, no pude menos que
darle gracias a Dios que ni yo, ni ninguno de mis hermanos tuvimos que salir a
vender en la calle para poder comer. Que pudimos ir a la escuela, gracias al
sacrificio de nuestros padres; así como mis tres pequeños quienes tenían la
bendición de poder ir a la escuela y tenían a ambos padres que cuidaran de
ellos.
Le dije, “Tengo que comprar algunas cosas, pero en mi
camino de regreso te voy a comprar creyones”.
Los ojos del pequeño vendedor se opacaron y dejó caer con desesperanza la
mano que sostenía la caja de creyones. Volteó su rostro para buscar a otro
comprador.
Yo continué mi camino hacia la librería. Compré todos los
útiles, excepto los creyones. Comencé mi camino de regreso por esos
congestionados pasillos. En medio de la multitud buscaba al pequeño vendedor.
Allí estaba, parado con su fatigado rostro, con su bolsa de tela llena de cajas
de creyones. Apuré mi paso para acercarme a él. Le dije, “¿Guardaste una caja
de creyones para mí?” Cuando escuchó mi
voz, se volteó rápidamente para mirarme. Su rostro se iluminó con una
maravillosa sonrisa: “¡Usted regresó Señora. Usted no me mintió. Regresó para
comprarme una caja de creyones!” Yo sonreí también, “Yo te dije que regresaría
a comprarte creyones”. “¡Yo le dije que yo tengo los mejores precios de
creyones en todo el mercado, yo tampoco le mentí.!” Me contestó con una
confianza y satisfacción extrema. Le dije entonces: “Quiero tres cajas”. Sus
ojos parecían querer salirse de sus órbitas: “¿Tres cajas?” Su sonrisa se hizo
aún más amplia y feliz. “Sí, tengo tres
niños que necesitan creyones”. El pequeño vendedor diligentemente agarró tres
cajas de creyones y me las entregó. “¡Gracias, Señora! Gracias por no haberme
mentido. Mi mamá siempre me dice que cuando decimos la verdad, respetamos a la
persona con la que hablamos.”
Le pagué con un billete por una cantidad que estaba
segura cubriría el costo de las tres cajas de creyones y que le quedaría una
muy buena propina. “Guarda el cambio, te lo has ganado por tu buen trabajo.”
Hoy en día, cuando veo una sonrisa de gratitud y respeto,
pienso que fue dibujada con una Caja de Creyones.
La felicidad del niño vendedor de creyones pudo ser tan grande como la de un niño que los recibe. Uno de mis más grandes recuerdos infantiles, es haber recibido de mi tía Mirla, el obsequio de una caja de creyones Prismacolor de 60 unidades (un hito en la historia familiar). Aquella emoción fue de infarto. Era mi cumpleaños No 8, y a mis 53 siento que no he retribuido ese gesto, aunque hace poco le dije a la tía que eso nunca se me iba a olvidar y que mi agradecimiento era infinito, que aunque ya no dibujo ni pinto, le voy a llevar un colorido trabajo hecho con mis propias manos, sino para retribuir por lo menos para conmemorar ese acontecimiento prodigioso de 1976
ResponderBorrarMi querido Ángel Luis, me encanta que mi historia haya servido de enlace con ese recuerdo tan bonito de cuando cumpliste 8 años y el color que le dio a ese día una caja de creyones. Hay gestos que nacen del corazón y otros que crecen en el corazón. Aquel niño tan inteligentemente precoz ciertamente se merecía ese regalo tan significativo, que como dices fue un hito en la historia familiar. ¡Dios te bendiga cada día!
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mirla Petit:
Borrar“Qué historia tan hermosa y triste, al ver que ese niño no podía estudiar, pero podía llevar algo para ayudar en su casa, y esa compra lo llenó de alegría en medio de su necesidad. Esa misma alegría la sintió Ángel Luis, y yo cuando pude darle ese regalo y verle sus ojitos brillar.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Qué buen sentimiento, mi hermanita. Qué feliz quedó ese niño con su venta y con la compradora. Los buenos gestos van acompañados de gratitud, Dios bendice a personas así. Me gustó mucho.”
Hermosa historia vivida mi querida amiga con ese gesto estás pintada tu el niño se puso muy feliz pero tú , me atrevo a asegurar que más feliz que él . Dios te bendiga y guarde amiga . Me encanta. Tus historias .
ResponderBorrar¡Gracias por tus hermosas palabras! Hay momentos que vivimos y que se arraigan fuertemente en nuestros recuerdos y en el sentir de nuestros corazones. ¡Dios te bendiga cada día!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Me recordó mi primera caja de creyones Prismacolor que la tuve en 5to. grado. Vivíamos en Corito. La cuidaba como un tesoro. Bellísimo tu cuento.”
Hermosa historia, me recordó mi infancia, siempre me ha gustado pintar con creyones y siempre soñé con una caja de creyones prismacolor y para mí frustración solo alcanzaba para comprarme creyones “recreo" que eran secos y no pintaban. Tu historia es particularmente hermosa por tu acto bondadoso de haberle dado a un niño la alegría de verle fruto a su trabajo y haberle enseñado que si hay personas que son capaces de cumplir con su palabra, siempre he sabido que tienes un corazón especial
ResponderBorrarYo...
¡Gracias, Masbellita! Yo también quise siempre ser la afortunada poseedora de una caja de creyones Prismacolor y nunca la tuve. ¡Un abrazo fuerte, que Dios te bendiga!
BorrarUn relato muy emotivo.
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