Ebra
En un bosque montañoso de América Central vivía una
ranita llamada Ebra. Ebra había nacido de una masa de huevos que yacían
aglutinados sobre una gran hoja plana, justo arriba de una hermosa laguna.
Cuando los huevos se convirtieron en renacuajos, uno a uno fue cayendo al agua
para poder comenzar su vida acuática y posteriormente convertirse en una rana adulta.
Todos los renacuajos cayeron al agua, menos uno; este
renacuajo al salir de su envoltura gelatinosa cayó en una hoja muy
grande que era cóncava. Esta concavidad se mantenía llena de agua gracias a las
abundantes lluvias de esta selva tropical. Este renacuajo se convirtió en una
pequeña ranita llamada Ebra.
Ebra se acostumbró a vivir en esa gran hoja cóncava y
nunca se aventuró a saltar fuera de ella. Asomaba su cabeza para mirar a sus
alrededores y veía cómo otras ranas nadaban y saltaban hacia la orilla. Ella se
sentía muy feliz viviendo sola en la comodidad de su hoja, se sentía muy
segura; la idea de explorar terrenos desconocidos la aterraba. En su pequeño
santuario conseguía su alimento y no tenía que competir con nadie.
Un día, un pequeñísimo Colibrí que había sobrevolado
muchas veces sobre el hogar de Ebra le dijo, “Oye, cada vez que vuelo por
encima de esta hoja, te veo metida en ella, ¿Tú nunca sales?”
Ebra se sintió un poco perturbada por aquella pregunta, “Eres
un pajarito muy curioso.” Le dijo y nadó hacia la orilla opuesta de su pequeña
laguna. El colibrí voló entonces para volver a quedar frente a ella, “La
naturaleza de las ranas es que son anfibios. Tú tienes la capacidad de vivir en
tierra a pesar de que viviste cuando muy joven en el agua.”
Ebra volvió a evadirlo nadando de vuelta hacia el otro
extremo de la hoja. El colibrí la siguió, “Aquí solita tienes una vida limitada;
piensa en todas las aventuras que puedes vivir si saltas de esta hoja y haces
la vida de una rana normal.” Ebra entonces le dijo, “Agradezco tus palabras,
pero yo vivo muy tranquila aquí, no me interesa el mundo de afuera. Sigue
volando y te aconsejo que no seas tan intrépido.”
“No vayas en contra de la Naturaleza, algún día te darás
cuenta de que nadie debe tratar de romper su balance. Por chiquititos que
seamos, debemos cumplir con nuestra misión. Vivir es luchar por la
supervivencia. Nadie dijo que sobrevivir es fácil, pero vivir tiene un encanto
especial cuando uno interacciona con su medio. La Naturaleza necesita que te
reproduzcas; necesitas compartir con seres de tu especie y hacer por tu
ambiente lo que la Naturaleza ha dispuesto que hagas.” Insistió el colibrí.
“Ya te dije que me dejes tranquila. Solamente tú, pájaro preguntón,
has reparado en mi soledad. Yo no le hago falta a nadie, así a mí no me hace
falta nadie.” Le replicó Ebra ya un poco exasperada por la insistencia del ave.
“Acabas de admitir que te sientes sola. Normalmente a la
soledad la acompaña el miedo. ¿Sabes cuántos huevos han de haber sido puestos
con el tuyo? Pues más de diez mil; la mayoría no llegan a renacuajos, otros
muchos renacuajos no llegan a ranas. Y he aquí un huevo que completó todo ese
viaje de su metamorfosis y la susodicha vive encerrada en una hoja. ¿A qué le
temes?” El colibrí descendió y se paró sobre el borde de la hoja.
“No le temo a nada, ni al salto que tengo que dar para
caer en esa laguna tan grandota, ni a que esa laguna sea muy fría o muy
caliente, ni a encontrarme con animales que me puedan comer antes de que nade
hasta la orilla, ni a encontrarme en la tierra con ranas mucho más grandes que
yo que quieran apabullarme, ni encontrarme con bestias terrestres que se coman
a las ranas, ni comer cosas que me den dolor de barriga, ni que llegue la noche
y yo no consiga dónde resguardarme. ¿Qué más quieres que te diga para que me
dejes tranquila?” Ebra estaba prácticamente gritando.
“¡Vaya, menos mal que no le temes a nada! No te
preocupes, yo ya me voy para que te quedes con tu soledad, una soledad tan sola
que no tiene ni temores. Déjame decirte que otras ranas tuvieron esos temores
que tú no tienes y los enfrentaron desde que fueron huevos y al vencerlos se
hicieron triunfadoras en la vida, como somos todos los seres vivos que
respetamos a la Madre Naturaleza y vivimos a diario el reto que ella nos impuso
al concedernos la vida.” Fueron las últimas palabras del colibrí, quien retomó
el rapidísimo aletear de sus alas para alejarse.
Ebra respiró profundamente y sintió que todo lo que le
había dicho al colibrí había sido una auto confesión.
Esa noche cuando se encontró una vez más con la oscuridad
y se quedó dormida; soñó que cuando los primeros rayos del sol iluminaron el
bosque, ella había saltado vigorosamente, que el agua de la laguna era
agradablemente tibia, que no había ningún animal que la acechara y que había
nadado plácidamente hasta la orilla para poder trasladarse por el suelo. Que se
encontró con un numeroso grupo de ranas que la esperaban para saludarla y la
acompañaban a conocer bien los alrededores de la laguna; le mostraron las
delicias que podía comer con tranquilidad y gusto; que le dijeron de cuáles
depredadores tenía que cuidarse mucho y le mostraron dónde se guarecían de
noche.”
Cuando Ebra despertó llovía mucho; la lluvia era muy
copiosa y su hoja, su pequeña laguna, se rebalsó. El exceso de agua empujó a
Ebra a salirse de su pequeño recinto. Ebra cayó en aquella laguna grande y se
vio forzada a nadar hasta la orilla. Cuando se vio en tierra firme el sol
comenzó a brillar y la lluvia cesó. Ebra sintió una sensación que nunca había
sentido, comenzó a moverse muy despacio; le agradó mucho lo que veía, la
frescura del aire.
“Hola, hola, hola, hola, hola.” Le escuchó decir a un
grupo de ranas muy parecidas a ella. “Vaya, ya era hora que saltaras de esa
hoja. Hace mucho que te esperamos.” Dijo la rana más grande.
Ebra se sintió conmovida y no supo qué responder. “Ven
con nosotras, no es fácil adaptarse a vivir en la tierra después de haber
pasado tanto tiempo en una hoja llena de agua. Te acompañaremos mientras nos
necesites, o ¿Piensas saltar de vuelta a tu hoja?” Dijo otra de las ranas del
grupo.
“Quiero quedarme con ustedes, quiero
ser una rana normal, quiero rendirle honores a la Naturaleza.” Alcanzó a decir
la recién llegada con un hilo de voz.
En ese momento voló sobre el grupo de ranas un colibrí
que en su aleteo parecía aplaudir; Ebra lo miró y el colibrí le guiñó un ojo.
El grupo de ranas saltó armoniosamente por los alrededores de aquella laguna y el colibrí voló muy feliz de flor en flor. Fue un día en que la Naturaleza se sintió glorificada.
El cuento da un buen aprendizaje, hay q disfrutar la vida en todas sus etapas. La vida es bella!!
ResponderBorrarVivir como y para lo que la Madre Naturaleza nos creó. ¡Saludos!
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Qué bello el colibrí que le hizo entender a Ebra que no se puede vivir en soledad y tenemos que dar gracias a Dios por lo que nos da….y esa lluvia que tenía que caer para que de esa manera Ebra saliera a unirse con el resto de las ranas y se sintiera una ranita normal.”
Siempre llevando un bello mensaje, gracias por tus cuentos
ResponderBorrarYo...
Gracias a ti, "YO", por ser mi fiel lectora. ¡Te quiero GRANDOTE!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Yolanda Rodríguez:
ResponderBorrar“¡Espectacular!
Es muy hermoso y realmente le hace honor a la naturaleza :-)
ResponderBorrarHonor a quien honor se merece! Un abrazo!
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