Dulce Pan      

Corría el año 2000, cada domingo por la mañana iba a desayunar con mis dos hijas pequeñas en la panadería “Dulce Pan” que estaba en el Centro Comercial Reana, el cual se encuentra ubicado en la Circunvalación 2 de Maracaibo. La panadería ofrecía a la clientela un área pequeña  donde se podía sentar a desayunar o comer un refrigerio. Mis niñas y yo disfrutábamos aquel corto paseo matutino cada domingo; generalmente después de desayunar entrábamos en el supermercado para hacer nuestra compra semanal de comida.

                                          Foto de la actual panadería, cortesía de la familia Guanipa Petit. La foto fue modificada para los propósitos del relato.

El área peatonal del centro comercial se mantenía muy concurrida, siempre merodeaban muchos vendedores ambulantes y entre ellos no podían faltar los vendedores de billetes de lotería.

Con regularidad, había un vendedor de billetes; un señor muy delgado, de apariencia sufrida. Era un señor blanco de ojos claros; su piel mostraba señales de haber sido muy castigada por la inclemencias de nuestro candente sol maracucho. Su vestir era muy precario; las palabras que se le escuchaba decir no eran a veces muy agradables y parecía tener mal genio. Nunca vi a este señor pidiendo limosna y siempre parecía estar ebrio.

Un día, un señor se le acercó para que le mostrara los números de los boletos de los Quinos que tenía; luego de ver todos los boletos, el señor no estuvo interesado en comprarle y el susodicho vendedor se molestó mucho, usó palabras muy obscenas aduciendo que le había hecho perder su tiempo. Aquel desagradable incidente fue presenciado por muchos espectadores, yo fui uno de ellos.

Este domingo era el día del padre, y como cada domingo mis dos niñas menores y yo fuimos a desayunar en la panadería. Cuando estábamos desayunando, el arriba mencionado señor entró en la panadería y seguidamente se acercó a nuestra mesa, “Señora, por favor deme una limosna.” Fueron sus secas palabras. Lo primero que se me vino a la mente fue, “Me está pidiendo dinero para comprar licor.”  El asistente de la panadería que se encontraba tras el mostrador, de inmediato le ordenó con mucha aspereza, “¡No moleste a mis clientes, sálgase de mi negocio!”

Los rostros de mis niñas mostraron mucho miedo; yo sin decirles nada les hice una señal de que se calmaran; el señor hizo caso omiso de lo que le habían ordenado y se quedó parado esperando mi respuesta, “Le ofrezco un desayuno. Vaya al mostrador y pida lo que quiera; yo pagaré por usted.” Le dije en un tono muy calmado pero con cierto temor de que se tornara inconforme y hasta violento. Lejos de mostrar inconformidad, pude ver en su expresión cierta satisfacción, “¿Ha dicho usted que pagará cualquier cosa que yo pida?” Me preguntó mostrando incredulidad y asombro.

“Si, señor.” Volteé mi cara y mirando al vendedor que atendía el mostrador, le dije, “Por favor, atienda el pedido de este señor; yo pagaré lo que él consuma. Puede pedir lo que quiera.”

El señor bajó su cara y con una voz muy queda que delataba cierta vergüenza y mucha gratitud me dijo, “Muchas gracias, señora. Que Dios se lo pague.” Seguidamente se acercó al mostrador.

El asistente de la panadería le dijo en un tono muy despectivo, “Pida rápido y se me va lo más rápido posible, no se puede sentar a comer dentro de la panadería.”

El vendedor de billetes no objetó nada, pidió dos cachitos de jamón y una bebida achocolatada.

Sin mirar a nadie y con mucha premura abandonó el lugar. Yo me sentí muy conmovida, me dio mucha pena ver como lo habían tratado.

A través de las vidrieras vi cómo aquel señor no se dispuso a comer. Se acercó a la pared y en un hueco que había en ella escondió la bolsa que contenía lo que acababa de ser gratificado.

Me sorprendió su proceder, lo más normal hubiese sido que ávidamente devorara los cachitos y se tomara el chocolate mientras estuviese frio. Era muy extraño que no tuviese hambre.

Salimos de la panadería y entramos en el supermercado. A nuestra salida, vi un niño con ropas raídas que se acercaba al vendedor de billetes. Al estar uno al lado del otro se abrazaron, seguidamente el señor se acercó a la pared donde había escondido la bolsa, introdujo su mano y se la dio al niño. Éste se sentó en el suelo y se dispuso a comer vorazmente.

Aquello que mis ojos estaban viendo sacudió muy fuertemente mi corazón. Aquel señor no me había pedido una limosna para comprar licor; tal vez, ese día no había qué comer en su casa y había un niño con mucha hambre. Yo no tenía ningún derecho para juzgar sus acciones; sentí una satisfacción muy grande de haber ayudado a un padre a acercarle un bocado de comida a su hijo. Le di infinitas gracias a Dios de que yo no tenía que trabajar deambulando por las calles para que mis hijos comieran y mucho menos tener que mendigar a la misericordia de otro ser humano;  tantas veces somos indiferentes y hasta crueles ante las necesidades de nuestros semejantes.

Comentarios

  1. Muy hermosa tu historia tía, y muy conmovedora y de verdad a esas personas no hay que darle dinero si no comprarles algo de comida, claro hasta donde le alcanse a uno. Dios te Bendiga y te permita seguir contándonos tus historias

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  2. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Marianela Fernández de González:

    “Qué bonito relato de amor.”

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  3. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mirla Petit:

    “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio. Juan 7:24. Me encantó, muy conmovedora. Está bellísima y tierna.”

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  4. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:

    “No debemos juzgar a la ligera ni menospreciar a las persona por su condición económica o corporal. Muchas veces Dios nos pone a prueba y la mayoría de las personas que tienen una buena posición económica se creen mejor que los demás y su corazón se endurece. Tenemos que saber encontrar a Dios en todos los momentos que se nos presentan, buenos o malos; en todo Dios nos asiste. No menospreciemos a nadie ni juzguemos a la ligera, nos somos quien para juzgar, no somos perfectos, ni mejore que los demás; todos venimos sin nada y nos vamos sin nada.”

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  5. El comentarios siguiente fue enviado vía WhatsApp por María Eugenia Rodríguez:

    “Hermoso recuerdo, amiga. Gracias por compartirlo, no me extraña tu procede para con ese señor, pues conozco tus sentimientos y proceder. Uno da lo que tiene y tu tienes mucho amor para dar. Bendiciones, un abrazo.”

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  6. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Madga Petit:

    “Una historia muy bonita y triste a la vez.”

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  7. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:

    “Muy conmovedora y triste. Sólo Dios sabe las necesidades de cada quien, y te puso ese señor en tu camino o viceversa para que le dieras el desayuno a su niño. Sólo Dios conoce los corazones de cada ser. Dios te multiplicó porque nunca te ha faltado tu pan de cada día. Una historia que no conocía. Dios te bendiga mi Rebecurria.”

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  8. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Audo Eno Petit:

    “Muy conmovedor. Me hizo recordar algo que sucedió cuando Papá y yo trabajábamos en el sellado; una vez le llegó a Papá un niño mientras Papá comía y le dijo que si le podía dar dinero para comprar algo de comer. Papá le dijo que se sentara, que él le iba a pedir un almuerzo. Papá ordeno un bistec con papas y arroz, un almuerzo completo. Cuando el niño había comido la mitad parecía ya no querer comer más. Papá le dijo, “Si no te cabe todo, no importa”. Entonces el niño le dijo, “Es que mi hermanita está afuera y ella tampoco ha comido.” Papá entonces le dijo, “Anda, comparte la comida con tu hermanita.” Eso sucedió así como te lo estoy contando. Esas son bendiciones que Dios nos envía, son cosas que Dios nos da para que sepamos lo difícil que es la vida para muchas personas. Eso te lo va a agradecer Dios, y ese señor pues te lo está agradeciendo donde esté ahorita, bien sea con Papá Dios y el mismo niñito te lo está agradeciendo.”

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  9. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Isálida Ramírez:

    “Me ha conmovido tu historia. Me hace recordar los refranes de mi abuelita, ella decía “Las apariencias engañan”. Esa apariencia del señor como lo describes en el cuento hacía pensar que era de mal vivir, pero siguiendo el relato se puede ver que lo novia la necesidad de llevarle un bocado a su familia. Esto te lo quiso presentar Dios para que lo vieras con tus propios ojos. Hace pensar en la gratitud, en la solidaridad que un ser humano pueda recibir de otro.”

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