Mort-Adela

En más de una oportunidad he escuchado decir que la mortadela era el jamón del pobre. La historia que escribo a continuación tiene mucho de realidad con un toque de fantasía, creo que en este relato la mortadela dejó de ser el jamón del pobre para convertirse en la mayor fortuna de una adolescente y de una gatica.

Mi relato envuelve dos personajes principales: una adolescente y una pequeña gatica. Ellas no se conocían, a pesar de que eran vecinas. Cada una tenía un sueño muy grande; la jovencita (yo) soñaba con graduarse de bachiller con todos los honores para proseguir hacia la gran puerta de una universidad y la gatica soñaba con poder comerse una rodaja de mortadela completa.

Recién comenzaba mi primer año de educación secundaria y dar el cien por ciento de mí en el rendimiento de mis estudios era mi mayor obsesión.

Por otra parte, la familia con la que vivía la gatica, siempre le daba un pedacito de mortadela pues compartían una rodaja entre su mamá gata y sus hermanos. Le parecía que aquello era un verdadero manjar y soñaba que algún día, habría una rodaja entera para ella solita.

El profesor de Biología nos había encomendado una tarea para nuestra próxima sesión de laboratorio: llevar un animal vivo.  

Nosotros no teníamos ninguna mascota, así que tenía que ingeniármelas para cumplir con esa tarea. Sabía que un jovencito vecino nuestro tenía una variedad de mascotas en su casa y se me ocurrió pedirle el favor de que me prestara una de ellas.

El joven vecino con mucha cordialidad estuvo dispuesto a prestarme uno de sus gatos.

“No le he dado comida hoy, para que no evacúe mientras la cargues contigo.” Me explicó al entregarme su gatica metida en una bolsita de papel de la que sólo lograba asomar su cabeza.

Aquel animalito se veía extremadamente asustado y no dejaba de maullar.

Pensé que me estaba embarcando en una odisea de trayectoria impredecible al asumir el cuidado de aquel pequeño animal. Si la gata estaba asustada tal vez más asustada estaba yo; no dejaba de ser una gran responsabilidad llevar al liceo conmigo aquel animalito que seguro lloraría hasta que lo trajera de vuelta a las manos de su amo. Aparte de todo, ¿Qué pasaría si lograba escaparse de mis manos? Asumía aquella extrema responsabilidad por el solo hecho de cumplir con mi tarea.

Me monté en mi transporte para asistir a mi día de clases con aquella carga tan peculiar.. El animalito lloraba y forcejeaba para salirse de la bolsa hasta que logró rasgarla; yo la tenía presa entre mis manos sin permitir que se me escapara. Mi uniforme azul se llenó de pelos y para colmo de males y bochorno, yo había sido la única de los 70 alumnos de mi sección que se había aparecido con un animal. Luchar con aquel bichito para que no se me escapara de mis manos no era nada fácil, pero soportar las miradas burlonas de mis compañeros creo que era aún peor.

Justo antes de entrar a la clase de biología, una de las niñas que vivía a muy pocas cuadras de nuestro liceo, fue a su casa y volvió con un gato inmenso; era un gato adulto que al lado del espécimen que yo había llevado, bien podría decirse que era un tigre.

Apenas entramos al laboratorio el profesor nos dio la orden de que pusiéramos a nuestros animales en el piso.

Aquellos dos gatos se vieron frente a frente; el gato grande se encocoró y sus ojos brillaron con lujuria felina; la gatica que yo había llevado lanzó un maullido de terror y corrió despavoridamente, siendo perseguido por el “tigre”.

En su escapada logró escabullirse por un reducido espacio que había entre dos gabinetes, que hacían un pasillo profundo y oscuro. Hasta allí llegó la persecución de la bestia porque su fornida anatomía no podía escurrirse como lo había hecho el asustado minino. El profesor le dijo entonces a la otra niña que recogiera su gato y que lo llevara de vuelta a su casa.

“¿Está usted loco?” Me atreví a protestar ante nuestro profesor. Me sentía asustada y muy indignada. La clase entera se moría de la risa.

“La idea de traer un animal vivo, era que observaran las características que los hacen “estar vivos.” Explicó el malsano profesor en un tono muy burlón.

“¡Pero no tenía que enfrentar a los dos gatos! Ese gato pudo haber matado a la gatica que yo traje. ¿Ahora, cómo hago para que salga de allí?” Le increpé con mucha rabia y angustia. El profesor sólo se reía, disfrutando de mi miedo y de mi bochorno.

Me arrodillé para mirar a través de aquel pasillo y sólo podía ver sus ojos que brillaban como dos soles en aquella oscuridad. “¡Miso, miso!” La llamé infructuosamente. Aquel bichito jamás volvería a mis manos.

De pronto se me ocurrió que si le ofrecía algo de comida no se resistiría, y muy envalentonada, sin pedirle permiso al profesor, salí corriendo y fui a la cantina y sin mucho pensar pedí una arepa con mortadela. Contaba con un real en mi bolsillo que a diario me daba mi mamá, el cual yo no gastaba para ahorrarlo cada día y poder comprarme la edición semanal de la revista “Mente Sagaz”.

A mi regreso al salón, le saqué la mortadela a la arepa y la puse en la entrada del pasillo. La gatica corrió hacia la rodaja de mortadela al percibir aquel delicioso aroma que seguro le hizo agua su boca.

 Yo la atrapé de una vez y dejé que se comiera ávidamente la rueda del embutido. La gatica se quedó muy apaciguada entre mis manos por el resto de la tarde hasta que yo regresé a mi casa y se la fui a regresar a su dueño. No le conté nada sobre aquella situación que se había presentado.

A partir de ese día, en alguna hora de cada día encontraba a la gatica en el frente de mi casa. Se dejaba agarrar sin poner ninguna resistencia; yo la llevaba de regreso a la casa de mi vecino.

“¿Te quieres quedar con la gata? Nosotros tenemos varios gatos y parece que quiere vivir contigo.” Me dijo un día mi joven vecino.

La verdad era, que ya yo sentía cariño por la gatica y nunca iba a olvidar el mal momento que ambas habíamos vivido. Le pedí permiso a mis papás para quedarme con ella y no pusieron objeción. Le puse el nombre “Adela”.

Cada vez que mi mamá nos servía mortadela para acompañar nuestras arepas yo no me comía mi rodaja, se la ofrecía a Adela quien siempre la comió con mucho beneplácito.


 

Comentarios

  1. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:

    “Una historia muy bonita como todas. La verdad que yo no conocía esa anécdota tuya… qué mal rato pasaron la gatita y vos por la mala idea del profesor; pero lo bueno de todo eso es que te ganaste la mascota y la gatita se ganó una gran dueña.”

    ResponderBorrar
  2. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Marianela Fernández de González:

    “Ja,ja,ja… ¡Qué bueno!”

    ResponderBorrar

  3. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Nelly Delgado:

    “Bueno, mi querida y siempre recordada amiga, me encantó tu relato. Gracias por hacer de tu vida un inmenso y excelente compendio de anécdotas y compartirla con todos.”

    ResponderBorrar
  4. El comentarios siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:

    “Bonito relato y muy pero muy tuyo, mi hermanita. Casos como esos pasaste mucho en el liceo. Me admira tu buena memoria para cada detalle. Dios te siga iluminando. TQM.”

    ResponderBorrar
  5. Me resulta entretenido y ameno de principio a fin.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog