Un Pingüino en Maracaibo
https://www.youtube.com/watch?v=Drk-bukR61Y ;
https://www.youtube.com/watch?v=dY_D6Nqah88
Cuenta la historia de nuestra ciudad de Maracaibo que un 14 de febrero de 1955 encontraron un pingüino en la costa norte del lago; fue un evento de mucha trascendencia. Refiero arriba enlaces para que puedan escuchar versiones de este histórico acontecer; inclusive pueden escuchar parte de un gaita que cita la llegada de “Un Pingüino a Maracaibo”. Siendo un evento tan fuera de lo común, hace un material excelente para escribir un cuento.
Polito, el cepilladero
Esta es la historia de un pequeño pingüino saltarrocas
con cejas amarillas largas, que se abrían hacia atrás de la cabeza luciendo como
un hermoso penacho.
Este pingüino vivía en el hemisferio sur, sentía que era
muy aburrido vivir en aquel frio escalofriante casi todo el año y soñaba con el
calor del trópico. A veces no sabía si el lugar donde él vivía era aburrido o si
el aburrido era él, pues no tenía amigos.
Un día se logró escabullir de polizón en un barco. No sabía
hacia dónde se enrumbaría aquel barco pero cualquier lugar sería mejor que
aquella tierra gélida y aburrida.
Se guareció muy bien en la cava del barco y pudo comer
bien pues el barco era un barco frigorífico de peces.
Aquella travesía por las aguas del Océano Atlántico duró
varios días y eventualmente el barco ancló en una ciudad donde negociaría parte
de su carga.
El osado pingüino no vaciló en escaparse sigilosamente
hacia tierra firme. Una vez que estuvo fuera de su escondite sintió un aire como
una cobija de fuego que arropaba su pequeño plumífero cuerpo y un sol candente
y brillante que le cegaba los ojos; se sintió perplejo, pero también lleno de
una energía revitalizadora.
No sabía dónde estaba, lo único que sabía era que había
logrado huir de su congelado mundo. No sabía si había especies de aves
similares a él que fuesen capaces de vivir en aquel clima candentemente
tropical; pero ya que estaba allí tenía que meterse dentro de aquel ambiente de
aire de fuego para aprender de él y de sus habitantes.
Algo le decía que tenía que ser muy cauteloso, no sabía
si existían allí focas o cualquier otra especie de depredador que merodearan
por aquellas playas, playas con árboles muy altos con palmas largas que se
mecían al son de aquella cálida brisa.
Ya había caminado mucho rato y aquel calor estaba
haciendo meya en su pequeño cuerpo, aquel aire parecía que lo estaba quemando
por dentro. Eran pocas horas desde que había abandonado la cava del barco y ya
sentía que aquel mundo extraño no era un lugar que le ofrecía buenas
condiciones para vivir, pensó que mejor sería regresar al barco para seguir el
viaje con la esperanza de que el próximo puerto donde anclara tuviera un clima
menos inclemente.
Luchando con aquel calor excesivo que estaba quemando su
sangre y sus pulmones y aquellos rayos de sol que no tardarían mucho en
encender en llamas su plumaje y calcinar sus ojos, pudo llegar de regreso al
puerto.
El barco ya había zarpado, con gran angustia pudo ver su
popa que se alejaba navegando hacia el norte.
Quiso llorar de desesperación, parecía que había cavado
su propia fosa pues se sentía que aquel mundo era un verdadero calderón del
infierno.
De pronto sintió que alguien lo levantaba con mucha
sutileza, “Este animalito parece ser un pingüino,” Dijo aquel hombre con ojos
llenos de sorpresa y admiración.
“Pobrecito, debe estar muy acalorado. Se ha de haber
escapado del zoológico.” Aquel hombre hablaba consigo mismo mientras lo
acariciaba.
El pingüino sintió temor que se lo quisiera comer a pesar
de que lo estaba tratando con mucha sutileza; sus ojos revelaban curiosidad y
gentileza.
“Yo no he visto ningún pingüino en el zoológico, lo más
seguro es que haya venido en un cargamento de algún barco de los que viene del
cono sur.” El hombre seguía hablando para sí.
“Debe sentir calor y mucha sed, este clima maracucho no
es nada agradable para un extranjero criado en aguas polares.” Dijo llevando
consigo al pingüino.
Aquel señor se llamaba Hipólito y era un vendedor de
cepillados. Por las mañanas iba a la escuela Juan de Maldonado en Las Veritas y
por las tardes iba a la escuela Rafael María Baralt en la Avenida El Milagro,
para venderle cepillados a los niños de dichas escuelas.
Modelo de un carrito para vender cepillados , estilo
maracucho, elaborado por Audo Eno Petit Villalobos. En la imagen se puede
apreciar el compartimiento para guardar el molde de hielo.
Tenía su carrito de cepillados en la orilla de la
carretera, con mucho cuidado abrió el compartimiento del carrito donde guardaba
el molde de hielo y allí acomodó al animalito que acababa de rescatar. El
pingüino sintió que su cuerpo cobraba energía y que el ambiente de aquel
cajoncito era una bendición.
Hipólito se dispuso en seguida a raspar hielo y una vez
que llenó un vasito se lo acercó al pingüino para que saciara su sed.
El pingüino tomó aquella agua fría y tragó ávidamente los
pedacitos de hielo. Hipólito se reía complacido. “Yo no sé qué voy a hacer
contigo, pingüinito. Te puedo llevar al zoológico, pero allí te van a mantener
cautivo y por mucho que te cuiden vas a vivir en un ambiente que no es el tuyo.
Yo creo que mejor será que te guarde conmigo hasta que llegue un barco que siga
rumbo para el cono sur y te pueda embarcar en él para que regreses a tu casa.”
Hipólito le dijo al pingüino, como si éste lograse entender su idioma.
El pingüino sólo sabía que aquel humano lo estaba
tratando con mucho cariño y sutileza y que le había provisto de un refugio que
no era caliente como el ambiente de afuera.
Al corto rato, Hipólito le trajo una lata de sardinas y
se la dejó destapada a su lado para que comiera sin ningún temor. Aquellas
sardinas le supieron a gloria al hambriento pingüino.
Hipólito se aseguraba de cambiar el molde de hielo cuando
ya se había derretido a menos de la mitad para mantener el ambiente frío. Se
maravillaba de ver lo dócil que era aquel pingüino pues no intentaba huir, tal
parecía que se sentía a gusto de estar en el cajón de su carrito de cepillados.
Hipólito vivía solo, así que aquella insólita ave sería de
mucha compañía para él. Al otro día muy temprano fue a una de las escuelas
donde a diario vendía cepillados en la hora del recreo. Era un riesgo llevar al
pingüino con él, pero también era un riesgo dejarlo solo en su casa y que se
escapara; si así lo hiciera, sería preso de nuevo del exuberante calor y podría
morir sofocado.
El pingüino se sentía muy cómodo en aquella guarida y no
tenía la menor intención de huir. Al llegar al lugar donde iban, pudo ver por
la orilla de la puertecilla a muchos niños que se aglomeraron alrededor de su
amable anfitrión y que éste les preparaba una bebida en unos vasitos, que los
niños todos reían y lucían muy felices.
Por la tarde, Hipólito fue a otra escuela y cumplió su
segunda jornada de trabajo. El pingüino pudo ver a otro grupo de niños que se
regocijaban ávidamente con las bebidas que recibían de aquel generoso señor.
De tanto en tanto, mientras Hipólito atendía a su
clientela, le acercaba un cepillado al pingüino para que éste calmara su sed.
Le ofrecía cepillados de sabores diferentes: coco, cola, piña, tamarindo,
guanábana, menta; aparte de calmarle la sed de una manera muy refrescante, al
pingüino le parecían todos muy deliciosos.
Por varios días el pingüino fue el huésped de Hipólito en
su cajón de hielo, comiendo ricas sardinas y deliciosos cepillados.
Le prestaba mucha atención al proceso de hacer los
cepillados y pensó que era muy ingenioso e innovador; pensó que hacer
cepillados era muy entretenido y era algo fácil; si alguna vez pudiese regresar
a su tierra podría hacer cepillados en su comunidad de pingüinos, estaba seguro
de que a todos les gustaría aquel manjar.
Un día, Hipólito volvió al puerto con su pingüino, lo
acarició con mucha nostalgia y le dijo, “Tu compañía ha sido muy gratificante
mi querido Polito, ya vez que hasta un nombre te puse; pero no es justo que
sigas viviendo en el cajón de mi carrito de cepillados; hoy zarpa un barco
hacia el cono sur y podrás volver a tu ambiente donde seguro serás un pingüino
muy feliz.”
Hipólito le entregó el pingüino a un señor amigo suyo,
quien se aseguró de ubicar a Polito en un lugar dentro de la cava de aquel
barco frigorífico, donde Polito iba a estar en una ambiente frío y sería bien
alimentado durante toda la travesía por el Océano Atlántico.
Polito regresó a su gélido ambiente y se dedicó a hacer
cepillados, los que fueron muy apreciados y disfrutados por toda la comunidad
de pingüinos saltarrocas; desde entonces hizo muchos amigos.
Polito no se aburrió nunca más y se sintió un miembro
útil dentro de su comunidad y siempre recordaba la bondad de Hipólito.
Excelente relato con mucha creatividad y facilidad para involucrarnos en la historia, felicidades
ResponderBorrarMe da mucho gusto que hayas disfrutado su lectura. Un fuerte abrazo Querrubencito!"
BorrarEncantadora versión de cuento de un pingüino en Maracaibo. Me gustó bastante, me ha parecido entretenida (creo que hay un relato de Salvador Garmendia con el mismo título). Además la ilustración y el excelente modelo del carrito de cepillados crean un ambiente muy especial. ¡Esto es cuento en cuatro dimensiones, incluyendo la dimensión tiempo y las dimensiones espaciales de las obras de arte! ¡Felicitaciones!
ResponderBorrarGracias por tus halagadores comentarios y por ser mi lector consecuente. Que Dios te bendiga mi querido Juan Carlos.
BorrarAmén, my dear aunt Ingrid!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Bonita historia que rinde honor al Sr. Hipólito. Que buen amigo se encontró ese pingüinito, y que buen protector el Sr. Hipólito. Buena historia, muy bella, te felicito Rebecurria bella.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Ricardo Esteva:
ResponderBorrar“Bonita la historia de Polito. ¡Genial!”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Audo Eno Petit:
ResponderBorrar“Hermoso el relato de Polito e Hipólito y el recuerdo de los dos colegios, yo me acuerdo de todo eso. Muy bonita la historia, me parece como un cuento para ideal para los niños, para su entretenimiento, algo digno de Disneylandia. El dibujo del pingüino está muy original. Te felicito, muy bien lograda la historia. Deberías hacer un libro de “Los Cuentos de Mamá Ingrid.”
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Isálida Ramírez:
“Nos transportaste a la época, la noticia aún causa revuelo allá en Maracaibo cuando se recuerda su llegada. El relato estuvo muy bien logrado, el pingüino vivió una aventura muy bonita en Maracaibo. Yo trabajé en esas dos escuelas, me llevaste a esos dos lugares. Felicitaciones por tan bonito relato.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Elena Petit:
ResponderBorrar“Muy bonito, me trasladó a las escuelas y me vi comiendo cepillado, recordando a Hipólito. ¡Qué suerte tuvo ese pingüino!”
El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Gueiza Consuelo González:
ResponderBorrar“¡Buenísimo! Un cuento interesante, entretenido. Con abundante ingenio.”