La Melena de El Rey

Érase una vez un león de una exuberante perfección física; tenía la melena más hermosa que alguna vez se hubiese visto en la selva africana. Su inigualable belleza lo hacía sin ninguna discusión el poderoso Rey de La Selva; ningún otro felino se atrevía a disputarle tal posición jerárquica. Su magnificente belleza era asociada con valentía y sobre todo con una extrema fuerza poseída en sus garras y en sus afilados colmillos. El color de su pelaje era como el oro mismo y su copiosa melena que irradiaba destellos luminosos le bañaba hasta la mitad de su fornido cuerpo.  A pesar de ser un símbolo de ferocidad, su vida era apacible y hasta un poco aburrida; todas las comodidades de la vida estaban a su alcance pues todas las manadas de leones le temían y todos se desvivían por rendirle una desmedida pleitesía para evitar que en algún descontento se desatara su ira y les desgarrara sus cuerpos.

Los mejores pintores de la selva se disputaban poder pintar sus cuadros para que se pudiese vanagloriar de su exquisita hermosura.

Llegó el verano y su majestad El Rey de La Selva sentía un calor como nunca había sentido; pidió a sus súbditos le trajeran el mejor barbero de la selva para que le cortase un poco su melena. “Majestad, dícese que en toda la comarca el  mejor barbero es un gato.” Le explicó sumisamente uno de sus más allegados súbditos. “He pedido que se me traiga el mejor barbero; no me importa qué clase de animal sea.” Vociferó el muy engreído Rey.  

Fueron en busca del habilidoso barbero quien no podía rehusarse aunque temiera que el feroz león se lo comiera de un bocado luego que le prestara sus servicios.

El pequeño gato se dirigió a los predios de Su Majestad con mucho miedo y al estar en su grandiosa presencia se sintió aún más minúsculo, vulnerable y por demás desvalido: “A sus órdenes Su Majestad, es para mí un máximo honor y orgullo servirle.” Le dijo a su felino mayor con una voz llena de sumisión y mucha cobardía y en su interior no dudó de que su pulso temblaría para poder hacer un buen corte de pelo como era su buena ética profesional.

“Córtame un poco la melena para sentir menos calor.” Ordenó El Rey sin ni siquiera dignarse a mirar a su sirviente. “Sus palabras son órdenes, Su Excelentísimo Señor.”

El Rey ordenó que se retiraran de su aposento todos los otros súbditos para que nadie le robara la más mínima concentración al barbero e hiciese un trabajo perfecto; nadie debería volver a su trono hasta que Él llamara.

El pequeño gato sacó sus afiladas tijeras y con el temblor que sus garras le permitían, comenzó con la mayor cautela a cortar las puntas de aquella esplendorosa melena.

El Rey sentía que su melena estaba siendo más que recortada, acariciada por los acertados y cautelosos cortes que hacía el barbero gato; se sentía cómodo y extremadamente relajado.

“Con su permiso Majestad, creo que ya le he recortado suficiente sin haber en lo absoluto restado belleza a su preponderante melena.” Le explicó el gato.

“¡Yo no siento ninguna diferencia, el calor me sigue agobiando, corta un poco más!” Fue su orden contundente, fue un rugido que salió incontenible de aquel poderoso cuerpo que parecía no querer que lo dejaran de acariciar.

El obediente barbero le hizo una reverencia y se dispuso a seguir cortando. El corazón del minino latía como amenazando con salirse de su menudo cuerpecito; sabía que no debía en ninguna circunstancia contrariar a El Rey; en un arrebato de furia sus filosas garras lo rebanarían y aunque no se consideraba un bocado digno de Su Majestad, éste podía inclusive tragárselo de un solo mordisco.

Aquella sensación de estar siendo acariciado seguía embriagando a El Rey y sentía que un sueño sublime lo envolvía cada vez más; ya estaba comenzando a sentir cierta frescura y su cabeza alivianada en peso; sus párpados parecían por el contrario estarse poniendo muy pesados y a duras penas podía mantener sus ojos abiertos, un sueño profundo se estaba apoderando de toda voluntad de mantenerse en pie.

“Su Alteza, ya le he cortado una buena porción, si Su Señoría aceptase una sugerencia…” El Rey lanzó un rugido, “¡Yo no acepto sugerencias de NADIE, en mi Reino nadie sugiere, todo el mundo simplemente obedece; no te atrevas a sugerir, eres un insignificante sirviente, un diminuto minino al que puedo aplastar con un dedo de mi pata, sigue cortando hasta que yo te ordene que dejes de hacerlo!” El pobre gato sintió que su anatomía entera se hacía aún más chiquita, “Soy su más ferviente servidor, Su Alteza Real.” Gimió el gato.

El barbero comenzó a cortar de nuevo y El Rey retornó a aquel éxtasis de calma y comodidad. En la medida que el gato seguía cortando la melena del león, éste sentía menos calor; aquella sensación de frescura se hacía más placentera y excelsa.

El Rey se quedó profundamente dormido y soñó que su mamá lo acariciaba y le contaba historias de cuando ella lo había enseñado a cazar. Nunca había dormido tan apaciblemente y era la primera vez que evocaba a su madre en sus sueños.

El barbero cortó las puntas de la melena de El Rey sin detenerse y horrorizado veía cómo se hacía cada vez más corta; pero no se atrevía a molestar a Su Excelencia, sabía que sería su muerte segura, aunque al ver como los dorados rizos iban haciéndose cada vez más cortos, sentía que estaba cavando su propia tumba pero para consolarse se decía que al menos moriría por haber sido obediente.

Al fin El Rey despertó de aquel dormir profundo y exquisito; sintió una frescura celestial y su cabeza liviana como una pluma. A su alrededor había muchos rizos dorados y un pobre gato con una cara de pánico y angustia, “Solo cumplí sus órdenes, Su Majestad; mi vida es suya, puede disponer de mí.” Sollozó el barbero.

El Rey dentro de aquella comodidad que sentía no pudo menos que sentirse extrañado por las palabras del gato, “¡Tráeme un espejo, pequeño infeliz!” Ordenó con su habitual prepotencia. El gato como todo buen barbero tenía un espejo dentro de su indumentaria de trabajo y con una mano muy temblorosa se lo acercó, “¡Estúpido, te pedí un espejo, no un retrato de tu padre!” Los ojos del gato estaban llenos de lágrimas, “Es su imagen, Majestad; corté y corté su melena mientras usted dormía, me dijo que no tenía permiso para opinar, que cortara hasta que usted me dijera que dejara de hacerlo.” Las últimas palabras se ahogaron en el más desconsolado llanto.

El león había quedado convertido en lo que en realidad era “un gato grande”; era un león con una melena mutilada casi al ras, ni él mismo se reconocía. “¡Eres un perfecto inútil, has destruido mi belleza, mi apariencia Real!” Rugió el león con una ira e impotencia que nunca había sentido.

“Solo le he obedecido, disponga usted de mi vida.” Dijo el lloroso gato. “¿Y qué gano con matarte si igual habré perdido mi reino? Tú te vas al infierno y yo seré la burla de todos y pasaré a ser el súbdito de otro Rey León.” Gritó el león de cabeza lisa.  

“Majestad, sus dones de Rey no radican en su belleza; cierto que su maravillosa melena ha sido un verdadero marco que lo ha enaltecido; usted se ha ganado nuestro respeto y admiración y ha sabido llevar con verdadera realeza la investidura de ser El Rey de nuestra selva.” Explicó el gato con humilde sabiduría.

“Nada de lo que me digas te salvará de morir, como a mí no me salvará de la burla y el bochorno de perder mi trono.” Ahora era El Rey quien lloraba, “Moriré de hambre, ni siquiera sé cazar.” Sollozó como abandonándose ya a su fallida fortuna.

“Sé que todo esto es mi culpa, por haber sido un cobarde, por no haberlo despertado para advertirle que su melena se estaba haciendo demasiado corta, así eso hubiese significado morir como un súbdito desobediente. Pero Majestad, su melena crecerá y tal vez con unos rizos aún más dorados y esplendorosos y la bravura de su felina naturaleza volverá a cautivarnos a todos. La falta de melena es algo circunstancial, yo sé que no acepta sugerencias pero humildemente le ofrezco que me permita ayudarle a pensar cómo resolver esta difícil situación antes de que me mate.”

“Tu muerte no significa nada ante la pérdida de mi trono.” Dijo el león perdiendo ya un poco de altanería. “Si quieres que te diga la verdad, yo no he aprendido ni a pensar; ser Rey ha sido hasta aburrido.” El barbero en ese momento sintió que había comenzado a aflorar el verdadero león que había estado enmarcado por aquella preciosa melena que su tijera había recortado, “Usted no nació Rey, su arrogante y fornida fisonomía le ayudaron a ganar el trono; no creo que haya olvidado los días cuando era un león de su manada. Su melena crecerá y podrá recobrar su alcurnia de Rey; mientras eso sucede vuelva a ser un león más; tendrá la oportunidad de probarse a sí mismo que la vida no es aburrida, que cada cosa tiene su valor y que es bonito ganarse los placeres de la vida.”

“Nadie me respetará como Rey mientras no tenga melena, otros leones se pelearán por mi trono; eso que me estás diciendo parece un cuento de cachorritos.” El Rey hablaba como un cachorro regañado que buscaba el consuelo de un adulto.

“Nadie tiene que saber que ha perdido su melena, por lo tanto no ha de perder su trono. Un buen Rey tiene que ser un buen estratega. Usted dio la orden de que nadie volviera a su aposento hasta que usted así usted lo dispusiera, nadie lo va a ver sin melena; yo puedo ir a ellos y decirles que usted quiere meditar, que necesita estar solo por un buen tiempo para meditar profundamente porque quiere entender mejor los grandes misterios de la selva. Usted puede redactar un documento que diga esto y que ordene a sus manadas a no acercarse a su aposento mientras dure su trance de meditación; me debe nombrar en su documento como su vigilante oficial. Yo haré vigilia en la entrada de su recámara y a todo aquel que quiera entrar yo le haré leer su documento.” Habló pausadamente el gato barbero.

“Mmmmmm…” El león parecía estar analizando la logística de aquel gato.

“Es más, si usted me permite yo puedo recortar la imagen de unos de los cuadros de su perfil, lo ponemos en un sitio estratégico de su aposento que cuando los rayos del sol lo iluminen se refleje la imagen en la Gran Piedra que está al lado de la cascada y todos puedan ver el estado de profunda meditación en el que Su Majestad se encuentra inmerso.” Continuó explicando el gato.

“Mi melena no crecerá de un día para otro.” Adujo con atenuada bravura El Rey, el gato sintió que su sugerencia estaba cobrando fuerza en la mente de Su Majestad. “El que ama es paciente Su Señoría, su pueblo le ama y con paciencia esperará mientras usted medite.”

El Rey posó la vista detenidamente en el minino, ahora que ninguno de los dos tenía melena no le pareció tan pequeño y hasta lo consideró de su misma clase, “Tienes mi consentimiento para poner en funcionamiento el plan; escoge entre mis cuadros el más adecuado para que recortes mi perfil y se refleje mi sombra en la Gran Piedra; búscame un pergamino para redactar mi designio.” Ordenó al gato con clara decisión.

Era ya casi el anochecer cuando salió el gato de la habitación de El Rey con el pergamino; se acercó a los súbditos e hizo de su conocimiento que El Rey estaría en trance de meditación por tiempo indefinido como lo explicaba en el pergamino y que como allí El Rey lo había designado él era el único súbdito autorizado de entrar en su habitación hasta que Su Señoría dispusiera otra cosa.

Las órdenes fueron acatadas sin ninguna objeción; cuando los rayos del sol marcaron el comienzo del nuevo día apareció reflejada en La Gran Piedra la imagen de El Rey León; una imagen estática que mostraba a un Rey con la mirada perdida en el infinito, sumergido en un trance de profunda meditación.

El gato se plantó firme en la entrada de la habitación para cumplir con la parte del tratado; los súbditos se acercaban hasta la puerta para ofrendarle comida para cuando El Rey sintiese hambre y el gato se la llevaba cuando todos dormían. Una noche notó que El Rey no estaba en su habitación y se alarmó mucho y hasta temió por su integridad física; pasaron dos días antes de que El Rey regresara: “Majestad, he estado muy preocupado por usted: temí que algo grave le hubiese sucedido.” Expresó el gato con cálida sinceridad.

“Ni siquiera sé cómo te llamas.” Fue lo único que dijo el león. “Me llamo Yoyi.” Replicó el gato, “Yoyi, yo me llamo Enrique, ya casi se me había olvidado mi propio nombre.” “Enrique es un nombre muy apropiado para un Rey, Su Majestad.” “Por favor Yoyi, no me vuelvas a llamar Majestad, simplemente Enrique.” El gato ahora guardó silencio.

“Salí a cazar, esta soledad forzosa me ha hecho pensar mucho y pensando he recordado cosas como mi verdadero nombre y mi propia naturaleza. Tenías razón Yoyi, yo fui un león como los demás y tuve una madre que me enseñó a cazar. Cazar de nuevo no fue fácil, tuve que pelear con otros leones para que no me arrebataran mi presa y aún cuando tenía comida aquí en mi reino, aquella comida me supo mejor porque la había cazado yo. Como no tengo melena, nadie me reconoció y hasta se burlaron de mí; me sentí herido y vejado; pero muy dentro de mí sentí el gusto de haber sabido imponerme y ganar en buena lid sin importar la burla de la que fui objeto. Me ha hecho tanto bien recordar a mi madre; gracias a las caricias de tus tijeras cuando me quedé dormido soñé con ella.” Aquel león hablaba calmadamente como queriéndose escuchar a sí mismo. “No sé ni cuánto tiempo hace que no conversaba con otro ser como yo; desde que me hicieron Rey sólo vengo dando órdenes y tengo que rugir para que sigan teniendo presente que soy yo el que mando.”

“Me da mucho gusto escucharte hablar así Enrique, te voy a dejar solo para que sigas meditando, y por favor cuídate mucho si decides salir a cazar de nuevo.” Yoyi hizo una ligera reverencia y abandonó la habitación.

Ninguno de los dos contó los días que pasaron hasta que la melena de El Rey Enrique creció y estuvo del largo de cuando el gato barbero fue llamado a pelar a El Rey. Cada uno de estos días los súbditos de aquel Rey León vieron reflejada en la Gran Piedra la imagen en trance de meditación de su Rey cuya capa era una majestuosa melena como ningún otro león en aquella selva africana había tenido; y en la entrada del aposento real había estado un gato leal que vigilante la custodiaba.

“Mírate al espejo, Enrique.” Le dijo Yoyi acercándole el mismo espejo en el que se llegó a ver creyendo que era un gato grande; al hacerlo el espejo le devolvió el rostro de un hermoso león  de dorada y abundante melena. “Ya puedes dejar de meditar y volver a ser El Rey, ya tu majestuosa melena ha crecido.”

El Rey León miró hacia la cascada, luego miró al gato: “Nada puede volver a ser como antes, no te niego que tener melena me hace sentir un león genuino pero no más león de lo que me sentí cuando no tenía melena; el haber perdido la melena me devolvió el poder de pensar, de recordar, de meditar, me enseñó a tener paciencia, me dio un gran amigo. Ya podemos quitar mi imagen de los rayos del sol; ya puedo salir y rugir de nuevo y esperar que todos me sirvan y que nadie haga sugerencias; pero dime Yoyi, acaso ¿No puede suceder que yo pierda mi melena de nuevo y que no sea porque me quede dormido bajo las sublimes caricias de unas tijeras? Si la pierdo acaso por enfermedad, ni que me encierre a meditar hará que mi melena crezca de nuevo, entonces ¿Qué pasaría? Si quiero seguir siendo El Rey no será por mi majestuosa melena, ha de ser por mi actitud, aunque llegue a surgir otro león que a mi lado me haga parecer a un gato.” Al decir esto le guiñó cálidamente un ojo a Yoyi y éste se rió de muy buena gana.

El Rey Enrique salió de su aposento y reinó por muchos años y en su reinado se practicó la meditación y le enseñó a sus súbditos que “La actitud es una pequeña cosa que hace una gran diferencia.”




 

Comentarios

  1. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Nelly Delgado:

    “¡Wow, wow, wow! Qué hermoso cuento, estaba ávida de terminarlo y quería leer con mas rapidez. Me encantó y su mensaje, su enseñanza, su moraleja muy apropiada en estos tiempos. Además los nombres me hicieron recordar a nuestro querido Yoyi, que imagino lo hiciste como un homenaje a él. Y vinieron a mi memoria cuando hacía las veces del señor que vendía el pan en aquella camioneta. ¿Lo recuerdas? Y ello imitaba a las mil maravillas.”

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  2. El mensaje siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:

    “Qué bello cuento, mucha enseñanza, una moraleja muy buena. Yoyi y Enrique, lo hiciste recordando a nuestro bello hermanito que tenía un corazón y servicial, me gustó mucho.”

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  3. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Magda Petit:

    “Muy bello y educativo, muy buena reflexión. Tu imaginación es un pozo sin fin.”

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  4. Es un relato muy completo. Interesante y original. Creo que es uno de los que mejor has desarrollado. Todo un clásico. ¡Muchas felicitaciones!

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    1. Gracias, mi querido Juan. Tus palabras son muy halagadoras. Dios te bendiga!

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  5. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por María Eugenia Rodríguez:

    “Hermoso cuento, amiga. Cuánta imaginación tienes y qué manera de enseñar especial para niños. No dejas de sorprenderme. Bendiciones. Dios te bendijo con tus dones y talentos. Sigue dando rienda suelta a tu infinita imaginación.”

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