Estamos en las praderas africanas, donde cada día cada
uno de los seres representativos de la vida salvaje lucha por sobrevivir, donde
la batalla entre el depredador y la presa nunca termina.
Cada uno de ellos vive su diario acontecer con dignidad,
sabe vivir disfrutando sus placeres y sabe morir cuando pierde su digna
batalla.
De todas las facetas de la vida salvaje, la más
regocijante es la que cumplen a toda cabalidad las madres; al convertirse en
madre se pierde toda fiereza, toda brutalidad animal y no son otra cosa que
madres abnegadas y dulces; pero su dulzura se transforma en fuerza brutal y
desmedida cuando les toca defender a la cría de sus entrañas porque la
defienden con su propia vida.
Una mañana de fresco amanecer en las sabanas de Sur
África, dos madres cumplían sus labores maternales; una leona, Mota, y una mona babuino, Zipa; ambas orgullosas de
su respectivas crías a las que no les escatimaban ningún cuidado.
Toda aquella tranquilidad se terminó de repente cuando un violento terremoto sacudió aquella franja de tierra, convirtiendo aquello en un laberinto de pánico y confusión en el que la tierra y el cielo se confundieron, tal parecía que los truenos y relámpagos del cielo combinados con las fuerzas de las entrañas del suelo, se habían apoderado de la superficie de la sabana para sacudirla y agrietarla.
Aquella confusión convulsa que duró unos minutos fue
suficiente para que Mota y Zipa perdieran el control de sus crías, y ambas fueron
arrebatadas de sus lados por la fuerza despiadada de la Madre Naturaleza.
La sabana sudafricana retomó la calma, más no así los
corazones de una leona y una mona que en la confusión de aquel evento habían
perdido a sus bebés.
Mota rugía con aquel rugido tan peculiar que no era más
que un llamado inconfundible a los oídos de su cría, pero no había respuesta.
Igualmente, Zipa chillaba con la profunda esperanza de
que su bebé, respondiera a sus chillidos para poder correr a su rescate.
Ambas madres rugían y chillaban agudizando sus oídos y sus
vistas para poder encontrar aquel tesoro perdido; pero ninguna de las dos
conseguía respuesta a su angustia.
“Sigamos nuestro camino, tenemos que buscar un territorio
más sólido. Sabemos que después de que cuando la tierra brama hasta agrietarse,
vendrán otros tremores que pueden aún ser más fuertes; tenemos que salvaguardar
nuestras constituciones.” Ordenó la leona líder de aquella manada.
Mota levantó su fornida cabeza y con firmeza dijo, “Yo
las seguiré cuando encuentre a mi bebé.”
“Los chances de que lo encuentres son remotos y si lo
encuentras los chances de que ambos padezcan son mayores. Puede pasar mucho
tiempo antes de que lo encuentres y sin la manada bien sabes lo vulnerable que
son los dos. Ahora mismo, si sobrevivió el embate del tremor de la tierra, es
blanco de ataque de cuanto depredador carnívoro lo encuentre. Lo más sensato es
avanzar con la manada.” Aconsejó la matriarca mayor.
Mota repitió su decisión: “Yo las seguiré cuando
encuentre a mi bebé.”
Algo muy similar aconteció en la manada de babuinos,
donde una madre de corazón sobrecogido por la angustia no quiso avanzar para
avocarse a la búsqueda de su bebé.
Sucedió que Zipa encontró al bebé de Mota y Mota encontró
al bebé de Zipa; ambos bebés estaban muy asustados al verse desprovistos de la
protección materna.
Imágenes tomadas de Worldscape.
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Ninguna de las dos tuvo corazón para dejarlos solos y lo
menos que pensaron en el momento es que eran especies totalmente ajenas a su
mundo maternal, ambas fueron movidas por un instinto de amor y protección.
Ambos bebés sintieron alivio de no estar ya solos y a su
vez sintieron miedo de que alguien que no era su madre había tomado posesión de
sus cuerpos.
Mota miraba al monito sin pensar que podía ser un ligero
bocado para su hambriento estómago y Zipa miraba al cachorrito, sin temer que
si de repente aparecía la madre la devoraría sin ninguna piedad por tener en su
poder a su hijo.
Ambas madres sintieron mucha piedad por aquel pequeño ser
desvalido, y sintieron que protegiendo a aquel bebé de alguna manera protegían
al que ambas habían perdido.
Ninguna de las dos podía darle qué comer a aquellos dos
inocentes, lo único que podían hacer era amamantarlos aunque ambos encontraran
aquella leche de sus mamas insípidas y hasta repugnantes. Pero el hambre es muy
poderosa y ambos bebés aceptaron ser amamantados con mucho beneplácito y hasta
lograron conciliar un poco de sueño mientras sus madres postizas se mantenían
vigilantes.
Pasaron horas y ya pronto caería el sol, la oscuridad es
siempre más peligrosa que la claridad; ninguna de aquellas dos madres
abandonaba la esperanza de encontrar a su bebé y poder entregar aquel precioso
hallazgo a una madre cuyo corazón estaría sumido en angustia.
“¿Cuál sería la mejor estrategia?” Ambas se preguntaban;
si seguían rugiendo y chillando con la esperanza de atraer a su crío perdido, Mota
pensaba que ahuyentaría a la mona madre quien cada vez se alejaría más para
evitar ser comida por una rugiente leona; Zipa, por su parte, pensaba que
mientras más chillara podía atraer a otros depredadores que no sólo se la
comerían a ella, sino también a aquel desvalido bebé. En ambas aún latía la
esperanza de encontrar a su bebé. ¡Dios, que situación tan conflictiva!
Ambos críos dentro de su inocencia no cesaban de llorar;
al callarse ambas madres sumidas en las conjeturas de sus pensamientos,
aquellos sollozos infantiles lograron ser escuchados por sus respectivas madres,
quienes movidas por sus cautelosas y ansiosas pisadas se condujeron en su
búsqueda cargando consigo al bebé ajeno.
Imágenes tomadas de Worldscape. @worldscape.fb.animals. Arts & Humanities Website
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Así fue cómo se encontraron frente a frente una leona y
una mona babuino, quienes se miraron a los ojos para intercambiar una mirada de
profundo agradecimiento y respeto. Bajo un silencio sepulcral liberaron sus
cautivos inocentes y cada uno corrió al regazo de su madre.
La Madre Naturaleza en una muestra más de su Infalible Magnificencia
acompañó a ambas madres a encontrar un terreno firme donde cada una se reunió a
su respectiva manada; sus crías pudieron llegar a crecer sanos y fuertes para
continuar el diario acontecer de la vida salvaje en el Reino Animal de las
sabanas africanas.
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:
ResponderBorrar“Qué bella historia. El amor maternal supera cualquier condición de miedo o de odio y ataque al opuesto, el amor de madre es único.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Bonito cuento, el amor de madre lo puede todo. Esas dos madres pudieron amparar a los bebés ajenos por el inmenso amor por su propio hijo. Toda aquella que es madre comprende de lo que es capaz una madre por su hijo. ¿Verdad que es así?
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Ricardo Esteva:
ResponderBorrar“Buena historia.”
El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Alexy José Machado:
ResponderBorrar“Hermosas fotos y cuento mi querida y siempre recordada Ingrid. Dios te bendiga, un abrazote.”
El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Ida Celina Ortiz:
ResponderBorrar“Hermosa, la Naturaleza es perfecta. Bendiciones, Mamá Ingrid.”
Bonita historia. Es muy cierto que a veces los animales tienen comportamientos tan humanos, que nos dejan absolutamente sorprendidos.
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