Su nombre es Alicia Gabriela, pero un día su Tía Magda la llamó Gabyota, ella le explicó que la llamaría así no porque era una gaviota grande, sino porque era una Gaby grandota. A mí ese seudónimo me encantó; aunque desde que ella nació yo la había llamado Gaby Tinela. En verdad mi Gabyota es una Gaby Grandota, Grandota en belleza física y Grandota en dulzura; como madre no puedo verla de otra manera, pero aquellos que la conocen han de darme la razón.

La historia que reescribo a continuación la escribí hace varios años, pero siempre vuelve a mi memoria y ese es el momento para compartirla de nuevo con mis lectores consecuentes.

Un Violín para Alicia Gabriela

Era el año 2002 y Alicia Gabriela a sus diez años comenzaba su Middle School y en su nueva etapa de vida escolar, tendría la opción de aprender a tocar un instrumento musical.  Fue para mí, su madre, una gran satisfacción cuando Gabyota me dijo que había escogido el violín.

El profesor de música mandó todas las instrucciones para que cada representante procediera a alquilar un violín para su hijo si en la casa no se tenía uno. Recomendaba que aún teniendo la posibilidad económica, no se le comprara un violín al principiante pues había un alto índice de que el estudiante a corto plazo desistiera de tal aprendizaje. Explicaba el instructor que la escuela contaba con pocos violines para uso común; que lo más recomendable era que cada alumno tuviese uno de su uso particular, para que se arraigara mejor el sentido de la responsabilidad para el cuidado del instrumento mismo.

El costo de alquiler era relativamente accesible y fácil; el profesor envió una lista de tiendas de instrumentos musicales en la ciudad de Nashville. Yo revisé la lista y escogí las más cercanas a nuestra casa.

Fuimos a la primera de ella y surgió el primer contratiempo: tenía que hacerse con una tarjeta de débito pues el pago mensual sería debitado automáticamente cada mes; yo ni siquiera tenía una cuenta bancaria. La carita de mi niña se ensombreció al toparnos con aquel primer obstáculo, “No te preocupes mi niña, de alguna manera le conseguiremos una solución a esto.” Traté de animarla.

Para ese entonces mi trabajo consistía en dar clases de inglés en mi propia casa a personas hispanas quienes la mayoría, igual que mis hijos y yo, no tenían residencia legal en USA.

Me atreví a pedirle el favor a uno de mis alumnos para que me permitiese usar su tarjeta de débito, le expliqué que necesitaba alquilar un violín para Gabriela y el contratiempo que estaba enfrentando; el joven gustosamente accedió a mi pedido.

Al día siguiente nos acompañó a una tienda para alquilar el instrumento. A la hora de llenar los documentos de alquiler le pidieron el número de su seguro social; hasta allí llegó el proceso, “Lo sentimos mucho pero sólo le rentamos instrumentos a residentes legales”. La carita de Gabyota se nubló de nuevo. “No hay que desanimarse mi cielo, esta no es la única tienda que alquila violines, iremos a otras tiendas.”

Gabyota, mi hija mayor y yo fuimos a otra de las tiendas en la lista. El vendedor nos atendió amablemente explicándonos los requisitos entre los cuales no estaba que se hiciese por medio del uso de una tarjeta de débito, se tenía que pagar un depósito que estaba dentro de mis posibilidades; el pago mensual era de $20, todo parecía factible.

Después de estar de acuerdo con las pautas del arrendamiento del instrumento, el vendedor comenzó a llenar los documentos pertinentes: nombre, dirección, teléfono, número de licencia de conducir, lugar de trabajo…… aquí se detuvo el cuestionario: “Yo trabajo en mi casa.” Le respondí abiertamente. “¿Qué tipo de trabajo hace?”, “Doy clases de inglés.” El rostro del atento vendedor cobró otro semblante, probablemente en ese momento comenzó a caer en cuenta que estaba lidiando con una persona “sin estatus legal”.

“Discúlpeme señora, pero si usted trabaja por su cuenta, yo necesito algún documento que avale sus ingresos, por ejemplo puede presentar la última declaración de sus impuestos.” Aquel escozor de incomodidad y frustración había renacido en las almas de mis hijas y en la mía. “Lo siento señor, no tengo ese tipo de documentación; también doy clases de español a ciudadanos americanos; puedo darle sus contactos a manera de referencia personal.” Trataba por todos los medios de no dar muestras de que sentía que estábamos perdiendo la batalla. “Lo siento señora, si no llena todos los requisitos no podemos alquilarle el instrumento. “¿Hay alguien en su familia que tenga un trabajo regular?” El joven parecía tener interés en ayudarnos después de todo. “Yo tengo un trabajo de medio tiempo en Arby’s.” Adujo mi hija mayor con mucha prontitud y satisfacción. “Eso es una solución, podemos hacerle el contrato de arrendamiento a nombre de su hija.” Explicó el vendedor como respirando aliviado de poder resolver el conflicto. Yo también respiré con cierto alivio, pero no me sentí menos indignada de lo que ya estaba, “¿Quiere usted decir que confían más en una jovencita de 18 años que en una madre que trabaja decentemente en su casa? Para mí es una solución, para usted es una venta más; déjeme decirle que igualmente me lo está rentando es a mí, seré yo la verdadera responsable del pago mensual y la persona que va a velar porque mi hija sepa hacer un uso adecuado del instrumento.” Mis explicaciones hicieron mella en aquel joven, pues pude ver cómo su rostro perdía un poco de compostura. “Entiendo su punto de vista señora pero créame que no puedo cambiar las normativas de la tienda, yo sólo soy un empleado.” “Yo también lo entiendo señor, pero no puedo dejar de sentirme indignada y subestimada.”

“Si usted me lo permite, yo puedo hablar con el gerente de la tienda y someter el caso a su consideración.” Aquellas palabras me dieron un halo de esperanza. El joven se fue a la oficina y sin cerrar la puerta llamó a su gerente por teléfono, aunque hablaba bajito se alcanzaba a oír lo que decía, “Tengo aquí a una señora que quiere rentar un violín para su hija de quinto grado……” Le explicó los por menores de aquella peculiar situación. “Es una señora muy elocuente y segura de lo que dice, a mí me inspira confianza……” Cuando volvió al mostrador me dijo: “El gerente me ha autorizado a hacer el contrato a su nombre. Si le parece bien, podemos terminar de llenar los datos y luego traeré los violines que tenemos disponibles para que la niña escoja uno.” Gabyota salió de la tienda con un violín en sus manos.

Mi hija completó su quinto grado y con él su primer año de aprendizaje de tocar violín; cuando Wright Middle School ofreció su primer concierto escolar en el que mi hija formó parte de su orquesta de violines no pude contener mis lágrimas de gozo. Tal vez las notas que ella tocó fueron muy sencillas, las de una niña aprendiz pero a mis oídos fueron notas de júbilo y de triunfo.

Cuando comenzó el nuevo año escolar volvimos a la tienda para alquilar un violín; había varios clientes en la tienda y más de un vendedor atendiendo. Al entrar vimos aquel rostro ya conocido el cual nos sonrió y nos hizo señas que esperáramos un poco; prácticamente nos hizo esperar hasta que todos los demás clientes fueran atendidos y entonces nos llevó hasta la oficina: “Me da mucho gusto que Alicia se mantiene firme con el aprendizaje de tocar violín, tenía muchas esperanzas de que volvieran a la tienda y que no se demoraran en hacerlo pues me tomé la libertad de apartar el mejor violín que tenemos en la tienda para rentárselo a ustedes.” Aquel contrato se cerró sin mayores preguntas y la mayor satisfacción por ambas partes.

Unos meses más tarde, una amiga nuestra quien tocaba el violín le regaló a mi hija el violín con el que ella había aprendido. Fui a la tienda a cancelar el contrato y regresar el instrumento rentado; al verme el rostro de nuestro consecuente vendedor palideció, “¿Ha Alicia desistido de tocar el violín?” Le expliqué que ahora tenía uno propio y se regocijó de ello.

El violín es un instrumento muy sublime, la música que emana de sus cuerdas hace vibrar el alma de aquellos seres que sienten profundamente su música.

Alicia Gabriela conoció a Jonathan cuando tenía 12 años, quien es hoy su esposo, en la escuela de verano a la que ambos asistían cada año para seguir cultivándose en el arte de tocar violín.



 


 

Comentarios

  1. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Zaida Petit;

    “Muy bella historia, el que persevera, vence y tu perseverancia de ayudar a tu Gabyota fue estupenda y el deseo de ella de aprender también fu estupendo. Tener voluntad es muy importante.”

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  2. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mario Díaz:

    “Muy bonita y agradable la historia.”

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  3. El comentario siguiente fue enviad o vía Facebook por Neu River:

    “Al fin mi amada Ingrid, he tenido el gozo de leer una de tus historias tan hermosamente contada, que deleita. Te felicito mi bella, sigue con ese don tan bonito y tan sencillo, que brota tu humildad en ello. Te envío un inmenso abrazo y bendiciones luminosas para ti, hogar y mundo literario. Ya te veré triunfar al tener un libro en tus manos de tu autoría y viajando por el mundo de los lectores.”

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  4. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Magda Petit:

    “Me encantó la historia del violín de Alicia y más que dijeras que yo la llamo GAVIOTA. Ese señor no se equivocó al decir que eras muy elocuente, por eso tus historias suenan bonito.”

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  5. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Marisol Díaz:

    “Muy lindo, te quiero muchísimo.”

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  6. El siguiente comentario fue enviado vía Facebook por Sasha Mikhailov:
    “Bravo... bravísimo Ingrid! Me encantan siempre tus cuentos. El pseudónimo de "Gabyota" me gustó por la forma tan creativa de su tía Magda, pero mejor aprendizaje de tu relato lo recibí de tu perseverancia. Madre abnegada por sus hijos. Enhorabuena!”

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  7. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Zulima Pedreañez:

    “Me encanta el seudónimo de Gabyota. El cuento es muy lindo. El amor de madre buscando que su hija cumpla sus deseos que engrandecen el espíritu y la vida de esa niña amada. Que sigan las bendiciones para la ejecutante del violín y su mami.”

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  8. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Yarelis Petit:

    “Bonita historia la de Gaby y el violín.”

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  9. El comentario siguiente fue enviado vía Facebook por Yolanda Rodríguez:

    “Qué hermoso cuento Ingrid. Dios les siga bendiciendo a ti y tú hermosa familia.”

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  10. El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Emelina Petit:

    “Este cuento de Gabyota es muy especial.”

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  11. Tiene de todo ese emocionante relato, ¡hasta suspenso e historia de amor! Lo leí completo.

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