¡Jaque mate, Papá!
No importa
cuán pequeño, insignificante, impotente o ignorado se sienta alguien; no
importa cuán distante e insuperable parezca una meta; siempre hay un juego para
jugar, en el que uno será vencedor.
Al recordar el año en que cumplí trece años, puedo decir que
jugué el juego de mesa más importante de mi vida, un juego de ajedrez, en el
que yo era simplemente un simple peón indefenso. El tablero era nuestra casa,
donde dieciséis piezas se movían para emular la analogía perfecta.
Ocho peones,
dos alfiles, dos caballos, dos torres, una reina y un rey; estos habrían sido
el conteo correcto de piezas de ajedrez, aunque en nuestro juego simplemente
reconocía a la reina y al rey. El hecho fue que todos nos movíamos para obedecer
las reglas del rey.
En un juego
real, hay dos equipos de piezas de ajedrez; cada equipo se mueve hacia el
extremo opuesto del tablero para acorralar al rey del otro equipo. Nuestro
juego no era convencional porque sólo había un equipo, cuyo objetivo, por una u
otra razón, era neutralizar a nuestro propio rey.
Ese año culminaría la primera etapa de mi educación, mi escuela primaria. Antes de mi
sexto grado, nunca había pensado en cuál iba a ser el siguiente paso. Mi mente
no alimentaba ideas sobre algo que no había sido alimentado. Yo no había visto
a ninguna de mis hermanas dar un paso más allá de la "primaria”. Mi
maestra de tercer grado me había preguntado: "¿Qué quiere ser cuando sea
grande?" Mi respuesta clara y consciente fue: “Quiero ser maestra, como USTED”;
aun así, necesitaba averiguar lo que fuera necesario para convertirme en
maestra.
Cuando llegó
mi sexto grado de primaria, comencé a escuchar sobre “secundaria”. Entonces les
pregunté a mis hermanas mayores de qué se trataba la escuela secundaria, “Eso
está fuera de tus límites”, “Olvídalo, papá dice que las mujeres sólo necesitan
aprender a leer y escribir, la escuela secundaria no es para nosotras”. A mi
mente la invadió una pregunta: “¿Cómo puedo convertirme en maestra si dejo de
aprender?” Inmediatamente un balde de agua fría fue derramado en mi cara,
“Ninguna de nosotras ha ido más allá de la primaria. Debes aceptar las
reglas de papá. Hay muchas tareas domésticas que hacer, así que estarás ocupada
como el resto de nosotras”. Antes de mí, había seis hijas, que se habían
convertido en amas de casa potenciales que sólo sabían leer y escribir y hacer
operaciones matemáticas simples. A las tres mayores se les había permitido
hacer cursos de “Corte y Costura”, un oficio que bien podían desarrollar en la
casa.
Supongo que
mis seis hermanas mayores se habían atrevido a soñar con una vida futura que
implicara más que limpiar una casa, criar hijos y ser esposas fieles; sus
sueños deben haberse dormido en algún lugar de sus mentes, y porque fueron
obedientes en ese juego de ajedrez; no se habían atrevido a desafiar a nuestro
rey.
Me sentí
insignificante, impotente y sin voz en ese tablero de ajedrez; totalmente
incapaz de trazar un plan para atacar e inhibir a ese rey que había petrificado
ideas antiguas en su mente, que desarmaron el futuro de sus hijas para cultivar
sus mentes con conocimientos de ciencias y arte.
Mi mente
sufría imaginándome como un pájaro sin alas; después de terminar mi primaria
iba a vivir castigada, escondida en un mundo de tareas domésticas, sin libros.
Necesitaba
desesperadamente establecer una estrategia de ataque para desarmar a nuestro
rey. El conteo de nuestro núcleo familiar sumaba quince: trece hermanos,
nuestra mamá y nuestro papá; faltaba una pieza para hacer un equipo de ajedrez
completo: entonces pensé que la pieza que faltaba era mi maestra de sexto grado. Sería una pieza
neutral, la fuerza exterior que necesitaba para contrarrestar la fortaleza de
nuestro rey; alguien con ideas diferentes, ideas de prosperidad; una mujer que
había aprendido más que a leer y escribir, una mujer que había probado los
sabores y la gloria del saber.
Hablé con
ella, le expliqué la avalancha que iba a destrozar mis sueños de continuar con
mi educación. Sin esa pieza faltante en nuestro tablero de ajedrez, mi padre
“el rey”, no podría ser amenazado de ser capturado. Ella entendió sabiamente
mis miedos; entendió lo vulnerable que era al perder el siguiente paso para
convertirme en una mujer culta.
Ella se
convirtió en esa pieza de ajedrez que yo necesitaba. Le envió a mi padre una
citación: "Señor, hay un asunto muy relevante que concierne a su hija, que
debemos discutir". Cuando le entregué esta nota a mi padre, inmediatamente
pensó que me había metido en serios problemas en la escuela. Cuando volvió a
casa después de haber conversado con mi maestra, me llamó: “¡Eres una tramposa!”.
Estaba lejos de estar molesto, de hecho, se reía. Entonces me dijo: “Tú ganas
esta vez; ¡Te permitiré ir a la escuela secundaria, pero ten en cuenta que no
toleraré ningún tipo de fracaso, te sacaré del liceo al menor error que
cometas!” El rey sentenció.
Así fue cómo
con sólo mover una sola pieza logré acorralar al rey. Creé victoriosamente una
posición de juego en la que mi padre estaba en jaque: "¡JAQUE MATE,
PAPÁ!"
Eso selló un
cambio en nuestra vida familiar, se rompió una regla para siempre. La joven que
me precede en la familia fue enviada conmigo a la escuela secundaria, y las dos
hermanas menores que me siguen en la familia también continuaron el camino de
su educación. Las cuatro nos graduamos en la universidad; y nuestro padre,
nuestro rey del ajedrez, siempre estuvo muy orgulloso de nuestros logros.
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Yarelis Petit:
ResponderBorrar“¡Muy buen jaque mate!”
ResponderBorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mario Díaz:
“Muy buena la historia, hecha realidad. ¡Te felicito!”
El comentario siguiente fue enviado WhatsApp por Zaida Petit:
ResponderBorrar“Muy buen juego, el cual supiste jugarlo y ganarlo. A mí me habría gustado estudiar medicina o abogacía; pero a mamá y a papá no les pareció correcto porque yo quería un estudio de hombres. Emelina quería ser maestra y tampoco la dejaron, al igual que Haydee y Mireya; en fin, nos graduamos de amas de casa.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Mirla Petit:
ResponderBorrar“Yo quería estudiar medicina y Papá me dijo que estudiara manualidades, me dio tanta rabia que recogí mis papeles, los rompí y los metí en la papelera del baño.”
Fuiste muy inteligente y lograste tus objetivos! Así es uno tiene que buscar la manera de lograr sus sueños! Te felicito por haberte atrevido a enfrentar tal situación.
ResponderBorrarGracias por tus bonitas palabras, mi negrita bella! Dios te bendiga!
BorrarEl comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Magda Petit:
ResponderBorrar“Me gusta tu historia. Creo que tenéis un espíritu guerrero que no se cansa y que además salpica a quienes quieres.”
El comentario siguiente fue enviado vía WhatsApp por Aura Elena Omaña Nava:
ResponderBorrar“Me gustó tu estrategia en ese juego de ajedrez.”